El coleccionista

No hay mucha gente por la calle mientras conduce y todas las caras le parecen iguales. Respecto a las casas, distingue dos tipos: las bonitas en las que le gustaría vivir y las feas, donde no. Su última casa estaba dentro de la segunda categoría, pero ahora ya se ha mudado y vive en la casa en la que lo crió su madre, Dios la tenga en Su gloria. No es un lugar bonito, pero es su hogar, tiene algo que hace que lo sienta así. Aunque no tenga ni idea de lo que es ese algo.

La entrada al garaje de esa casa que tiene algo nunca ha sido asfaltada. El suelo está cubierto de grava fina que a lo largo de los a?os se ha ido compactando con la acumulación de suciedad. Es la misma suciedad que se levanta en el aire cuando pasa con el coche por encima y que se posa sobre el metal caliente cuando se detiene. Está sentado en el coche y tararea una melodía mientras espera que se esfume la nube de polvo, no quiere que se le quede pegado al sudor y el cuerpo empiece a picarle aún más. Pronto volverá la calma. Le encanta ese lugar, tan aislado, tan tranquilo. Allí no hay invasiones de viviendas, coches ruidosos ni gente grosera.

El pulgar que se llevó de casa de Cooper está en el asiento del pasajero, dentro de un tarro de cristal lleno de un fluido que, si se sostiene ante la luz, se ve que está lleno de partículas grisáceas. Lo agita y las motas flotan sin ton ni son como una bola de nieve a pesar de no ser ni mucho menos tan bonito. El pulgar no se mueve demasiado. La u?a es más larga de lo que él se las deja crecer y recuerda haber oído alguna vez que las u?as siguen creciendo durante un tiempo después de morir, pero no está seguro de que sea cierto. Tiene más sentido que la u?a siga igual y que sea el dedo el que se encoge al secarse el cuerpo. Cooper debía de saberlo. Cooper es profesor, un tipo inteligente; esta no debe de ser más que una de los centenares de cosas que sabe. No sabría decir si Cooper le había cortado el pulgar a un hombre o a una mujer. La u?a no lleva laca, pero eso tampoco significa nada. El corte que lo separó de la mano es limpio y el hueso no parece astillado a simple vista, aunque seguramente un microscopio revelaría lo contrario. Debió de utilizar algo muy afilado. Sabe que los asesinos en serie son feticidas y… no, feticidas no, era algo parecido a pistacho, pero tampoco; sabe que conoce la palabra, la ha leído cien veces, pero de momento no le viene a la cabeza. Sea lo que sea, él sabe que a los asesinos en serie les gusta coleccionar cosas y que normalmente coleccionan joyas o piezas de ropa que guardan en algún lugar privado. Es peligroso para Cooper el hecho de haberse quedado con un pulgar entero y más aún que lo haya dejado a la vista. Adrian sale del coche y apoya el tarro sobre el techo, con lo que dibuja un anillo en el polvo en la carrocería. El ruido de los saltamontes y el canto de los pájaros llenan el aire. Va hacia la parte trasera del vehículo y abre el maletero.

Cooper Riley tiene un ara?azo en la cara, se lo hizo al caer después de recibir el disparo de la Taser, y parece magullado por los tumbos que debe de haber dado dentro del maletero. Tiene la cara hinchada, igual que las mu?ecas, que además se le han puesto moradas de llevarlas atadas a la espalda. La próxima vez, piensa Adrian, pondrá unas mantas en el maletero para que quede algo acolchado. Al menos le servirá para aprender. Cooper estará orgulloso de él.

De la comisura de los labios de Cooper cuelga un hilillo de baba y unas motas de polvo han quedado atrapadas en él. Adrian se lo quita, sabe que Cooper lo agradecería; a continuación se limpia la mano en su camisa, con la esperanza de que a Cooper no le importaría. Sabe que esa terrible experiencia será una curva de aprendizaje enorme, lo que se demuestra de nuevo cuando se da cuenta de que cuesta mucho más sacar a un hombre de un maletero que meterlo. Arrastra a Cooper por encima del borde, pero su cuerpo inerte se queda atascado en varios sitios. Primero el cinturón, después los brazos y luego la barbilla, hasta que se oye el golpe sordo de la cabeza contra el parachoques cuando finalmente consigue sacarlo del todo. Cooper queda tendido en el suelo, tan exánime como cuando estaba dentro del coche. Adrian suelta la cuerda que rodea las mu?ecas y los tobillos de Cooper, entra en el garaje y vuelve a salir con una carretilla roja. Una vez, hace una eternidad, cuando se suponía que tenía que estar encerrado en su habitación pero no lo estaba, vio cómo cargaban en ella a un chico muerto. El tiempo y el uso han desgastado la mitad de la pintura, pero las ruedas siguen girando bastante bien. Los neumáticos están medio deshinchados y parecen deshinchados del todo una vez ha cargado a Cooper dentro.