El coleccionista

La parte más difícil son los escalones que hay que salvar para poder entrar y lo consigue dándole la vuelta a la carretilla y tirando de ella de espaldas en lugar de empujarla. Bajar a Cooper al sótano también le cuesta lo suyo, pero decide hacer lo mismo, llevarla al revés, intentar mantener la carretilla baja y bajar los escalones uno a uno, porque sabe que si la suelta Cooper caerá y se romperá la nariz y los dientes. Cooper no hace ruido aparte de los golpes que da su cabeza en contacto con el borde de la carretilla con cada escalón.

El sótano está dividido en dos habitaciones por un tabique de bloques de cemento, con una puerta en el medio que sirve de barrera hacia la segunda estancia interior. La parte de fuera solía utilizarse para almacenar trastos, pero ya no. En la habitación interior, la Sala de los Gritos, como solían llamarla, hace a?os había una caldera que acabaron por vender al chatarrero poco después de que Adrian entrara a vivir en la casa. Aún recuerda cómo los operarios vinieron y se la llevaron. Por aquel entonces era joven, sentía curiosidad por saber lo que ocurriría con esa habitación una vez vacía. Descubrirlo fue cuestión de días. En esa habitación ahora no quedan más que los pernos que sobresalen de las paredes y del suelo, nunca fueron lo suficientemente importantes como para dedicar el tiempo y los recursos necesarios para quitarlos de allí. Hay una cama vieja con un colchón raído y una delgada almohada que ha absorbido miles de lágrimas, y no solo suyas. Hay mantas de sobra, un cubo con tapa en un rincón y otro cubo lleno de agua, una taza, pasta y un cepillo de dientes y una toalla. Ha llenado el cubo de plástico de agua para que Cooper pueda beber, debe de haber unos cinco litros ahí dentro. La puerta de su celda es de hierro, con la única excepción de un rectángulo de vidrio armado a la altura de la cabeza. Hay un tablón cruzado que atranca la puerta y al que no puede accederse desde dentro. En la parte inferior de la puerta hay un panel que se abre como una trampilla para gatos para poder meter y sacar cosas, lo suficientemente grande para que pase el cubo o alguien muy peque?o. Se abre hacia fuera y tiene las bisagras en ese mismo lado, por lo que tampoco puede abrirse desde dentro. No hay ningún punto del sótano desde el que pueda verse el mundo exterior. Antes había solamente una bombilla colgando del techo, pero hace mucho tiempo que la quitaron, después de que uno de los chicos hubiera tirado del cable para poder utilizarlo como soga para colgarse. Se llamaba George. A George se le hinchó la lengua hasta ocuparle toda la boca, la piel se le puso de color gris y se fue para siempre. Después de eso, decidieron acortar los cables de todas las habitaciones. Así pues, la única luz entra por la puerta abierta del sótano, que no es gran cosa, pero suficiente para ver algo.

Lleva rodando a Cooper hasta la habitación interior, lo desata y lo coloca sobre el colchón, que está ligeramente húmedo y frío, y Adrian cree que Cooper lo agradecerá, especialmente esta semana, en la que rozan a diario los cuarenta y tres grados. Los muelles del somier se comprimen, hacía tres a?os que no soportaban peso alguno. Le levanta la cabeza a Cooper, le coloca una almohada debajo y sale de la celda llevándose consigo la carretilla y las cuerdas. Cierra la puerta tras él, apoya la frente en el cristal y contempla a Cooper que, de momento, sigue sin moverse. Sabe que cuando se despierte no estará de buen humor y Adrian ya se ha preparado para ello.

Fuera, aún hace más calor que antes. El tarro de cristal con el pulgar dentro se ha calentado con el sol y casi le quema los dedos. Lo recoge junto con unas cuantas cosas más que se ha llevado de la casa de Cooper y vuelve a entrar. A lo largo de los a?os, Adrian ha conocido a otros asesinos. Ha vivido con personas que habían matado a sus familias, personas que habían matado a desconocidos, personas que habían matado por ningún motivo en concreto, que habían arrebatado vidas porque habían oído una voz que se lo había ordenado, por instinto, o porque habían leído un mensaje de Dios en un periódico. Ha compartido habitación con personas que habían descuartizado a otras personas, solo algunos de ellos sin sentir nada al respecto, la mayoría sorprendidos y enfadados por lo que habían hecho. Todos sin excepción esperaban que las pastillas y hablar sobre sus sentimientos los acabaran curando. No han sido muchos, podría contar a todos los asesinos que ha conocido con los dedos de las dos manos y aún le sobrarían, pero cree que son el origen de la fascinación que ahora siente por ellos. él habría sido igual que ellos si no lo hubieran mandado allí y lo hubieran encerrado cuando era adolescente.