El coleccionista

Ahí está.

El pulgar tiene buen aspecto. La realidad, no obstante, es algo distinta. El pulgar lleva separado de su due?o más de un a?o. En un mundo ideal, estaría contemplando el juego completo. Los pulgares y los dedos, todos unidos a las manos, pero los habían separado poco después de su muerte y ese pulgar es lo único que había podido conseguir. Las otras partes, partes más grandes, se las habían llevado los que más habían pujado. Se humedece los labios, tiene la boca tan seca que no puede ni tragar. Deja caer el plástico de burbujas y se acerca a la primera de sus dos estanterías. Deja el tarro en el estante superior, en el lugar que le reservó el mismo día que ganó la subasta. En un mundo de coleccionistas, en un mundo de adictos, coleccionar las obras de asesinos en serie, guardar las armas que estos utilizan, las palabras que han escrito, la ropa que llevaron, el papel en el que escribieron originalmente su confesión o las esposas que les pusieron en el momento de arrestarlos no es muy distinto de coleccionar sellos o soldaditos de plomo. El ochenta por ciento de su colección está formada por libros. El resto lo componen unos cuantos cuchillos, artículos de ropa y también algún informe policial privado que se supone que no debería tener. Hasta ahora, la pieza más excepcional que ha tenido es una funda de almohada que un botones de un hotel australiano había utilizado para matar a tres mujeres cubriéndoles la cara hasta ahogarlas. Le da la vuelta al tarro para estudiar el pulgar, consciente de lo macabro que es y de lo macabro que resulta el hecho de haberlo comprado. Lo ganó en una subasta privada en internet, lo habían invitado a participar gracias a unos contactos que había hecho en subastas anteriores. Aún no sabe exactamente por qué lo quería. No lo quería, al principio no. Lo vio y pensó que había que estar loco para poseer un trozo de cadáver, pero cuanto más pensaba en ello, más empezaba a desearlo. Menuda locura. ?En qué estaría pensando? ?En que podría exponerlo y mostrárselo a la gente la próxima vez que organizara una cena en casa? Las estanterías de su estudio están llenas de otros objetos de interés conseguidos a lo largo de los a?os, tanto de asesinos como de víctimas. Les corresponde a los demás debatir si coleccionar esos objetos crea un mercado alrededor de la muerte. Su interés es puramente pedagógico. Si quiere aprender, si quiere ense?arle a los demás cuáles son los métodos de un asesino, qué lo impulsa a matar, debe rodearse de esos objetos. No es una simple afición, es un trabajo. Y ese pulgar es algo más que un… no está seguro. ?Lujo? no es la palabra correcta. ?Curiosidad? encaja mejor. Y aun así, es algo más sencillo que eso, la cuestión es que al final quería tenerlo.

La llegada del paquete lo ha demorado y ahora tiene prisa. Sus alumnos de psicología criminal pronto estarán contemplando la pizarra y no habrá nadie para darles clase. El pulgar le ha robado tanto tiempo que ni siquiera podrá desayunar y tendrá que dejarse atrapar por el atasco de tráfico directamente. Se traga un par de pastillas de vitaminas, entra en el garaje y da marcha atrás para sacar el coche.