Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Temerario se detuvo y permaneció suspendido en el aire delante de los dragones que se acercaban. Desplegó las alas como si intentara bloquearles el paso, y la gorguera se alzó de forma instintiva, con la palmeada piel gris translúcida a la luz del sol. Mientras tomaba aliento, experimentó un estremecimiento lento y profundo a lo largo de todo el cuerpo y sus costados se hincharon aún más contra los enormes costillares, realzando el contorno de los huesos. Su piel tenía un aspecto muy tirante, tanto que Laurence empezó a alarmarse; sentía el aire moviéndose debajo, creando ecos resonantes en las cámaras de los pulmones de Temerario.

 

La carne del dragón parecía emitir una sorda reverberación, como el retumbar de un tambor o un latido.

 

—Temerario —le llamó Laurence, o al menos lo intentó, ya que ni siquiera oía su voz.

 

Sintió cómo un tremendo temblor recorría el cuerpo del dragón, que en ese movimiento había contenido del todo el aliento. Acto seguido, abrió las mandíbulas y profirió un rugido que era más pura fuerza que sonido, una terrible onda sonora tan grande que parecía distorsionar el aire delante de él.

 

Una neblina repentina cegó al aviador. Luego, cuando se aclaró la visión, no comprendió la escena que se presentaba ante sus ojos. Frente a ellos, el transporte temblaba como si lo hubiera barrido una andanada de ca?onazos de la banda de un barco. La madera ligera se astillaba igual que si hubiera soportado el fuego de los ca?ones, y los hombres y las armas se precipitaban hacia el oleaje espumoso al pie de los acantilados. Le dolían la mandíbula y los oídos como si le hubieran propinado un golpe en la cabeza, y el cuerpo de Temerario todavía temblaba bajo sus piernas.

 

—Laurence, me temo que he sido yo quien ha provocado eso —dijo Temerario.

 

Su voz sonaba más sorprendida que complacida. También Laurence compartía sus sentimientos, por lo que ni siquiera tuvo voz para contestar.

 

Los cuatro dragones seguían atados aún a las bordas del destrozado transporte, el primer dragón de estribor sangraba por los orificios nasales, ahogándose y bramando de dolor. La tripulación se deshizo de las cadenas y arrojó lejos los fragmentos en un rápido intento de salvar a la criatura, que consiguió recorrer a duras penas los últimos trescientos metros y aterrizar detrás de las líneas francesas. El capitán y la tripulación se bajaron de inmediato mientras el dragón herido se acurrucaba, quejándose al tiempo que se tocaba la cabeza con la pata.

 

Después de esto, se elevó un clamor salvaje desde las filas británicas a la vez que se producía una descarga de fusilería procedente de las francesas: los soldados en tierra disparaban a Temerario.

 

—Se?or, estamos al alcance de aquellos ca?ones si los recargan a tiempo —advirtió Martin con una nota de urgencia en la voz.

 

Temerario lo oyó y se precipitó como un dardo sobre el agua, alejándose por un momento de su alcance, y se quedó suspendido en el aire. La avanzada francesa se vio frenada por un momento, con algunos de los soldados aturullados, recelando de acercarse y tan confusos como Temerario y Laurence. Sin embargo, esto iba a durar poco, ya que los capitanes franceses en el aire terminarían dándose cuenta, o al menos recobrarían la calma. Incluso podrían planear un ataque concertado sobre Temerario y hacerle caer. Les quedaba muy poco tiempo para aprovechar la sorpresa.

 

—Temerario —dijo con voz apremiante—, vuela más bajo e intenta si puedes golpearles desde abajo, a la altura del acantilado. Se?or Turner —a?adió volviéndose hacia el oficial de se?ales—. Deles un disparo de aviso a esos barcos de ahí abajo y muéstreles la se?al de ?comprometer al enemigo en lucha a corta distancia?, creo que entenderán lo que quiero decir.

 

—Lo intentaré —respondió Temerario con cierta inseguridad.

 

Luego, voló más bajo, mientras volvía a concentrarse para realizar esa tremenda aspiración de aire.

 

Esta vez se situó bajo la parte inferior de otro de los transportes que aún se encontraban por encima del agua, y curvando la cabeza hacia arriba, rugió de nuevo. La distancia era mayor y el navio no resultó totalmente destruido, pero sufrió grandes grietas en las planchas del casco. Los cuatro dragones que lo llevaban tuvieron que emplearse de forma desesperada en evitar que reventara durante todo el resto del camino.

 

Una formación francesa en forma de punta de flecha encabezada por el Grand Chevalier, al que seguían seis dragones pesados, se lanzó a por ellos. Temerario se alejó a gran velocidad y cuando Laurence le avisó, perdió altura hasta volar a ras del mar, donde aguardaban media docena de fragatas y tres buques de línea. Cuando pasaron por encima de ellos, los ca?ones pesados lanzaron una retumbante andanada por la borda, un ca?ón tras otro, dispersando a los dragones franceses en una confusión frenética mientras intentaban evitar la metralla y las balas de ca?ón.

 

—Ahora, rápido, a por el siguiente —instó Laurence a Temerario, aunque la orden apenas fue necesaria; Temerario ya había girado sobre sí mismo.

 

Se situó justo sobre la parte inferior del siguiente transporte en línea, el más grande de todos. Lo sostenían cuatro dragones pesados, y las ense?as de las águilas doradas flameaban en la cubierta.

 

—ésas son las banderas imperiales, ?no? —preguntó Temerario, volviendo la cabeza hacia atrás—. ?Está ahí Bonaparte?

 

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