Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Se?or Martin, tome el mando aquí arriba y actúe como teniente. Quite de en medio todos esos cadáveres.

 

—Sí, se?or —contestó Martin, jadeando. Tenía un tajo en la mejilla, y la sangre había salpicado de rojo sus cabellos rubios—. ?Qué tal está su brazo, Laurence?

 

El aludido lo comprobó. Por el desgarrón de l;i chaqueta salía un poco de sangre, pero podía mover bien el brazo y no sentía ninguna debilidad.

 

—Es sólo un ara?azo. Ya me lo vendo yo.

 

Gateó sobre un cadáver, volvió a su puesto en el cuello del dragón y se aseguró apretando las correas. Después se quitó la corbata y la usó para vendar la herida.

 

—?Hemos repelido el abordaje! —informó.

 

Los hombros de Temerario se relajaron tras la tensión nerviosa que habían sufrido. El dragón se había alejado del centro de la lucha, como era preceptivo al ser abordado. Ahora se dio la vuelta, y cuando Laurence alzó la mirada pudo contemplar en toda su extensión el campo de batalla allí donde el humo y las alas de los dragones no lo ocultaban.

 

Todos los transportes, salvo tres, estaban a salvo de los ataques ingleses. Los defensores franceses se habían empleado a fondo con los británicos. Lily volaba prácticamente sola, tan sólo acompa?ada por Nitidus, y no veía por ningún lado a los demás miembros de su formación. Buscó a Maximus con la mirada y lo encontró luchando enconadamente con su viejo enemigo, el Grand Chevalier. Los dos meses transcurridos se notaban en el cuerpo de Maximus, que, en estos momentos, casi había alcanzado su tama?o definitivo. Ambos se habían enzarzado en un enfrentamiento terrible y brutal.

 

Los sonidos de la batalla llegaban amortiguados por la distancia, aunque desde su posición se oía con toda claridad un ruido más peligroso: el del impacto de las olas rompiendo al pie de los acantilados blancos. Se habían acercado tanto a la playa que se podían ver las levitas rojas y blancas de los soldados formados en tierra firme. Aún no era mediodía.

 

De pronto, una falange de seis dragones pesados salió de entre las líneas francesas y se dirigió a la costa. Bramaban con toda la potencia de sus pulmones mientras sus tripulaciones arrojaban bombas. Las delgadas líneas de casacas rojas flaquearon de inmediato y la masa de milicianos casi rompió la línea por el centro. Los hombres caían de rodillas y se cubrían las cabezas con los brazos, aunque apenas habían sufrido da?o alguno. Dispararon una docena de tiros a la buena de dios; ?disparos perdidos?, pensó Laurence con desesperación, de modo que el transporte principal pudo descender casi sin oposición.

 

Los cuatro dragones de tiro se acercaron más unos a otros y volaron en grupo cerrado directamente encima del transporte. Dejaron que la quilla del navio abriera en el suelo una amplia zanja con el impulso de su propia velocidad para que le sirviera de acomodo en tierra. Los soldados británicos de las primeras filas alzaron las armas cuando una inmensa nube de polvo les golpeó los rostros y entonces, de pronto, casi más de la mitad cayeron muertos. Toda la parte frontal del transporte se desplomó al suelo como la puerta de un granero y desde el interior dispararon una descarga cerrada de fusilería que acribilló a las primeras líneas inglesas.

 

Se oyó un grito de ?Vive l'Empereur!? mientras la infantería francesa salía del humo en tropel. Eran más de mil hombres, que llevaban con ellos un par de ca?ones de dieciocho libras. Formaron en líneas para proteger los ca?ones mientras los artilleros aprestaban las cargas. Los casacas rojas respondieron con otra descarga cerrada y pocos momentos después la milicia disparó por su parte otra andanada con escasa puntería. Sin embargo, los franceses eran veteranos endurecidos. Aunque sucumbían por docenas, las filas se cerraron con firmeza para rellenar los huecos y los soldados mantuvieron la posición.

 

Los cuatro dragones de tiro del transporte soltaron sus cadenas y, libres de ese estorbo, se elevaron de nuevo para incorporarse a la lucha contra las fuerzas británicas, ahora en una inferioridad más acusada. En breve, aterrizaría otro transporte bajo la protección de sus compa?eros, más reforzada, y los dragones de tiro de ese transporte se unirían a la batalla aérea y empeorarían más la situación.

 

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