Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Pero el propio Temerario también estaba corriendo cierto peligro. Los fusileros y la mitad de los tripulantes de la parte inferior habían saltado en el grupo de abordaje. Un riesgo que merecía la pena, pues si se apoderaban de la Pécheur, el transporte no podría seguir adelante: lo más probable era que, si la nave no caía, al menos los tres dragones se vieran forzados a regresar a Francia. Pero eso significaba que ahora Temerario estaba corto de personal y que ellos mismos eran vulnerables a un abordaje. No podían arriesgarse a otro combate cuerpo a cuerpo.

 

El grupo de abordaje estaba haciendo firmes progresos en su lucha contra los últimos hombres que resistían a bordo de la dragona, y sin duda conseguiría apoderarse de ella antes de que los hombres del transporte llegaran. Uno de los Pou—de—Ciels se lanzó sobre ellos y trató de colocarse al lado de la Pécheur.

 

—?A por ellos! —exclamó Laurence.

 

Temerario se lanzó en picado, usando u?as y dientes como un rastrillo y obligando a la bestia más peque?a a retirarse a toda prisa. Laurence tuvo que ordenar a Temerario que se alejara de nuevo, pero había sido suficiente. Los franceses habían perdido su oportunidad y, mientras, la Pécheur estaba lanzando un grito de alarma y retorciendo la cabeza, pues Granby, en pie sobre el cuello de la dragona francesa, estaba apuntando con su pistola a la cabeza del hombre. Habían capturado al capitán.

 

A una orden de Granby, sus hombres soltaron las cadenas de la Pécheur y obligaron a la dragona prisionera a dirigirse a Dover. La bestia volaba despacio y de mala gana, y a cada momento volvía la cabeza, preocupada por su capitán. Pero se alejó de allí, mientras el transporte colgaba terriblemente escorado y los tres porteadores que aún quedaban luchaban desesperados por aguantar su peso.

 

Laurence tuvo poco tiempo para disfrutar del triunfo. Dos dragones de refresco bajaban en picado hacia ellos: un Petit Chevalier considerablemente más grande que Temerario, a pesar de su nombre, y un Pécheur—Couronné de peso medio que se apresuró a aferrar la barra de soporte que había quedado libre. Los hombres que seguían encaramados en el tejado arrojaron las cadenas sueltas a los tripulantes de los dragones de refresco, y unos momentos después el transporte enderezó su posición y reanudó su camino.

 

Los Pou—de—Ciels cargaban contra ellos de nuevo desde direcciones opuestas, mientras el Petit Chevalier maniobraba en ángulo para rodearlos por detrás. Su posición era muy expuesta y a cada momento se volvía más desesperada.

 

—?Retirada, Temerario! —ordenó Laurence, por más amarga que aquella orden resultara.

 

Temerario giró y se apartó al instante, pero los dragones que lo perseguían le ganaron distancia. Llevaba peleando cerca de media hora y empezaba a estar cansado.

 

Actuando coordinados, los dos Pou—de—Ciels trataban de conducir a Temerario hacia el gran dragón, interponiéndose en su trayectoria para reducir su velocidad. De repente, el Petit Chevalier dio un terrible acelerón, y cuando pasó junto a Temerario un pu?ado de hombres saltó sobre él.

 

—?Cuidado! ?Nos abordan! —gritó el teniente Johns con su áspera voz de barítono.

 

Temerario volvió la vista, alarmado. El miedo le dio energías renovadas y consiguió distanciar a sus perseguidores. El Chevalier quedó rezagado, y cuando Temerario lanzó un zarpazo que alcanzó a uno de los Pou—de—Ciels, éstos también abandonaron la caza.

 

No obstante, ocho hombres habían saltado sobre su lomo y se habían asegurado a él. Con gesto torvo, Laurence recargó sus pistolas, las enganchó en el cinturón, aflojó las correas de su mosquetón y se puso de pie. Los cinco tripulantes superiores bajo el mando del teniente Johns trataban de contener a los atacantes en la parte central del lomo de Temerario. Laurence se dirigió hacia allí lo más rápido que se atrevió. Su primer disparo salió desviado, pero el segundo alcanzó a un francés en pleno pecho. El hombre cayó escupiendo sangre y su cuerpo colgó flácido del arnés.

 

Lo que vino a continuación fue un combate a espada, encarnizado y frenético. El cielo desfilaba tan rápido a su lado que Laurence sólo veía a los hombres que tenía delante. Un teniente francés estaba en pie frente a él. Cuando el hombre vio sus galones dorados, le apuntó con la pistola. Laurence apenas pudo oír lo que trataba de decirle. En cualquier caso, sin prestarle atención, le quitó la pistola con el brazo que empu?aba la espada y le dio un culatazo en la sien. El teniente se desplomó. El hombre que estaba tras él se abalanzó sobre Laurence, pero la corriente de aire que provocaba su movimiento soplaba en su contra, y su estocada apenas consiguió penetrar en la chaqueta de cuero de éste.

 

Laurence cortó las correas del arnés de su enemigo y lo arrojó al vacío de una patada. Después miró a su alrededor en busca de más atacantes. Por suerte, los otros estaban muertos y desarmados; de los suyos sólo habían caído Challoner y Wright, aparte del teniente Johns, que colgaba de sus mosquetones mientras la sangre manaba a borbotones por una herida de bala en pleno pecho. Antes de que pudieran atenderle, se quedó inmóvil con un último estertor.

 

Laurence se inclinó sobre Johns, cerró sus ojos, que se habían quedado fijos, y después se colgó la espada del cinturón.

 

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