Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Sus palabras son muy amables, Winsdale —respondió, tratándole de igual a igual—. Deben disculparme, el vino se va a calentar enseguida.

 

Miss Montagu difícilmente podía pasar por alto el tono tajante de su voz. Pareció enfadarse durante un momento, pero luego respondió con súbita dulzura:

 

—?Por supuesto! Tal vez vaya a ver a miss Galman, ?puede llevarle mis saludos? ?Ay, qué tonta soy! Ya debería llamarla se?ora Woolvey, y además, ahora no se encuentra en la ciudad, ?verdad?

 

La contempló con desagrado y se maravilló que la combinación de intuición y maldad de la joven le hubiera permitido descubrir la verdad de la antigua relación entre Edith y él.

 

—No. Tengo entendido que ella y su marido se encuentran en la actualidad al noroeste de Inglaterra, en Lake District —contestó él, e hizo una reverencia al alejarse, profundamente agradecido de que no hubiera tenido la oportunidad de sorprenderle con la noticia.

 

Su madre le había puesto al corriente del enlace en una carta que le había enviado poco después de la batalla y que recibió cuando aún estaba en Dover. Después de anunciarle el compromiso, le había escrito: ?Espero que mis palabras no te causen mucho pesar. Sé que la has admirado durante mucho tiempo y siempre la he considerado un verdadero encanto, aunque su decisión en este asunto me parece un error?.

 

El verdadero golpe se había producido mucho antes de la llegada de la carta. La noticia del matrimonio de Edith con otro hombre no suponía una sorpresa para Laurence, quien había sido capaz de tranquilizar a su madre sin faltar a la verdad. Es más, no cuestionaba el criterio de Edith. Mirando hacia atrás, veía lo desastroso que el matrimonio hubiera sido para ambas partes. No había dispuesto de tiempo para pensar en ella en los últimos nueve meses, ni tampoco antes. No existía motivo alguno para creer que Woolvey no fuera a ser un buen marido, cosa que él mismo no podía ser, sin duda, y creía que, si volvía a verla, sería perfectamente capaz de desearle que fuera feliz.

 

Pero las insinuaciones de miss Montagu le habían irritado y sus facciones se habían vuelto algo adustas. Jane debió de darse cuenta, ya que tomó los vasos y le dijo:

 

—Has estado mucho tiempo por ahí. ?Te han molestado? No les hagas caso. Ve a dar una vuelta, ve a ver cómo se divierte Temerario. Eso te mejorará el humor.

 

La idea le atrajo enormemente.

 

—Creo que voy a hacerlo, con vuestro permiso —dijo saludando a la concurrencia.

 

—échale un ojo a Maximus por mí, mira a ver si quiere algo más para cenar —gritó Berkley a sus espaldas.

 

—?Y a Lily! —a?adió Harcourt, que luego miró con aire de culpabilidad al resto de los invitados de las mesas próximas por si alguno la había oído.

 

Por supuesto, los participantes en la fiesta no se habían dado cuenta de que las mujeres que estaban en compa?ía de los aviadores eran ellas mismas capitanas, y daban por sentado que se trataba de sus esposas. Las cicatrices del rostro de Roland habían atraído unas cuantas miradas de sorpresa que ella había ignorado con absoluta naturalidad.

 

Laurence buscó el camino de salida al aire libre y dejó que la mesa volviera a su vehemente y bulliciosa conversación. Hacía tiempo que la ciudad había invadido el antiguo puesto cerca de Londres y la Fuerza Aérea lo había abandonado, y ahora servía sólo para el uso de los mensajeros. No obstante, lo habían reclamado para la ocasión y se había erigido un gran pabellón en la ribera norte, donde anta?o estuvo el cuartel general.

 

A petición de los aviadores, los músicos se habían situado al borde mismo del pabellón, donde los dragones podían reunirse y asomarse. Al principio, la perspectiva los había atemorizado y se sentaron al borde de las sillas, listos para huir, pero conforme pasaba la velada, los dragones resultaron ser una audiencia mucho más agradecida que el ruidoso gentío de la alta sociedad, y la vanidad de los intérpretes poco a poco disipó su miedo. Al llegar, descubrió que el primer violinista se había desentendido totalmente de la orquesta e interpretaba para los dragones fragmentos de diferentes estilos de una forma pedagógica con el fin de mostrar a éstos la obra de diferentes compositores.

 

Maximus y Lily se hallaban entre el grupo de los interesados que escuchaban con fascinación y formulaban un sinnúmero de preguntas. Laurence vio después de un momento, no sin cierta sorpresa, que Temerario se había aovillado en un claro a cierta distancia de un lateral del pabellón, lejos de los otros, y conversaba con un caballero cuyo rostro no podía ver.

 

Eludió al grupo y se aproximó pronunciando en voz baja el nombre de su dragón. El hombre se dio la vuelta al oírle. Laurence dio un respingo de sorpresa al reconocer a sir Edward Howe y se apresuró a ir a su encuentro para saludarle.

 

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