Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Me alegro mucho de verle, se?or —dijo Laurence mientras le estrechaba la mano—. Ignoraba que hubiera vuelto a Londres, aunque lo primero que hice al llegar fue preguntar por usted.

 

—Estaba en Irlanda cuando me enteré de las noticias. Acabo de venir a Londres —respondió sir Edward; sólo entonces se percató Laurence de que el caballero aún vestía ropas de viaje y calzaba unas botas polvorientas—. Espero que sepa disculparme. Abusé de nuestra relación y acudí aquí a pesar de no tener una invitación formal, con la esperanza de hablar con usted. Cuando he visto la multitud que había en el interior, he pensado que sería mejor venir y aguardar junto a Temerario a que usted apareciera en vez de intentar encontrarle ahí dentro.

 

—Sin duda, estoy en deuda con usted por soportar tantos inconvenientes —repuso Laurence—. Confieso que tenía muchas ganas de charlar con usted desde que descubrimos la habilidad de Temerario, ya que imagino que ésa es la noticia que le ha hecho venir. Todo lo que sabe decirnos es que la sensación es la misma que la de proferir un bramido. Ni imaginábamos que un simple sonido podría producir un efecto tan extraordinario, y ninguno de nosotros había oído jamás algo parecido.

 

—No, no lo habían oído —confirmó sir Edward—. Laurence… —Se calló y lanzó una mirada a la multitud de dragones que había entre ellos y el pabellón, que proferían un murmullo de aprobación ahora que se acercaba el final de la primera actuación—. ?Podríamos hablar en algún otro sitio con más privacidad?

 

—Si desea estar en un lugar más tranquilo, siempre podemos ir a mi propio claro —sugirió Temerario—. Estaré encantado de llevarles a los dos; volar hasta allí sólo será un momento.

 

—Tal vez eso sería lo mejor, si no tiene nada que objetar —respondió sir Edward. Temerario los tomó con cuidado con las patas delanteras y los depositó en un claro abandonado antes de tumbarse cómodamente—. He de pedirle perdón por causarle esta molestia e interrumpirle la velada —dijo luego sir Edward.

 

—Se?or, le aseguro que, en este caso, me alegra que me haya interrumpido —contestó Laurence, que estaba impaciente por enterarse de lo que sir Edward pudiera saber. No había desaparecido de su ánimo la preocupación ante la aparición de un posible agente de Napoleón, tal vez incluso había aumentado después de la victoria—. Le ruego que no se preocupe a ese respecto.

 

—No le voy a mantener en ascuas por más tiempo —dijo sir Edward—. Aunque no pretendo comprender siquiera los principios mecánicos a los que se debe la habilidad de Temerario, los libros han descrito esos efectos, por lo que puedo identificarlo para usted. Los chinos, y en especial los japoneses, lo denominan ?viento divino?. Me temo que esto le dice poco más de lo que ya sabía, visto lo visto, pero lo realmente importante reside en esto: se trata de una habilidad única y sólo una raza, sólo una, la posee, la de los Celestiales.

 

El nombre flotó suspendido en el aire durante una eternidad. Laurence no supo qué pensar en un primer momento. El dragón los miraba a ambos con aire vacilante.

 

—?Hay mucha diferencia con un Imperial? —preguntó—. ?No son chinas ambas razas?

 

—Mucha, mucha diferencia —Contestó sir Edward—. Los dragones Imperiales son realmente escasos, pero los Celestiales sólo se entregan a los mismísimos emperadores o a familiares muy cercanos. Me sorprendería que hubiera más de un centenar en todo el mundo.

 

—A los mismísimos emperadores —repitió Laurence maravillado, y lentamente empezó a comprender—. No tendría que saber esto, se?or, pero atrapamos a un espía francés en la base de Dover poco antes de la batalla. Nos reveló que el huevo de Temerario no estaba destinado solamente para Francia, sino para Bonaparte en persona.

 

Sir Edward asintió con la cabeza.

 

—Esas noticias no me sorprenden nada. El Senado aprobó la coronación de Bonaparte como emperador el pasado mes de mayo. El momento de vuestro encuentro con la embarcación francesa sugiere que los chinos le enviaron el huevo en cuanto se enteraron. No logro imaginar por qué tendrían que darle semejante presente. Ellos mismos no han mostrado ninguna se?al de alianza con Francia, pero la coincidencia de fechas es demasiado exacta para que exista otra explicación…

 

—… Y si sabían algo del momento en que se esperaba la eclosión, eso bien podría explicar también la forma de transportarlo —concluyó Laurence por él—. Siete meses de China a Francia doblando el cabo de Hornos… Los franceses sólo podían tener esperanzas de conseguirlo con una veloz fragata sin tener en cuenta el riesgo que con ello corrían.

 

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