El coleccionista

Cuando llego al edificio tengo las piernas llenas de ara?azos y me pican a causa de la hierba. Me detengo un momento apoyado a la pared. La madera está caliente y mi piel se embebe de esa temperatura. No hay rastros de presencia alguna. Ni un sonido. Miro por una de las ventanas, esforzándome por ver algo a través de las mosquiteras. Hay un gran salón con las paredes tapizadas con motivos florales, una mesita de café de madera de roble con las patas talladas y un voluminoso televisor que debe de pesar una tonelada. Todo parece muy pulcro, como si el abuelo y la abuela Hunter siguieran viviendo allí. Dejo esa ventana y miro a través de la siguiente. Es un dormitorio principal, hay una cama de matrimonio con las sábanas retiradas. La ventana siguiente está completamente a oscuras y no consigo ver nada a través. Por dentro está cubierta por algo mucho más grueso que una cortina.

Rodeo la casa hasta llegar a la parte de atrás. El porche que permite acceder a la puerta trasera cruje cuando apoyo mi peso en él. Me quedo completamente inmóvil. Espero unos cuantos segundos y parece que nadie en absoluto se acercará a ver qué ha sido ese ruido. Camino tan pegado como puedo a la pared y el crujido se detiene. Pruebo el pomo de la puerta trasera y se abre sin más. Entro en la cocina. Está ordenada. La pared tras el fregadero está alicatada con baldosas blancas y hay una mesa en el centro para que la familia se siente alrededor. También hay un calendario de hace casi sesenta a?os colgado en la pared, con el dibujo de una orquídea. Está descolorido, las esquinas están arrugadas y una de las fechas está marcada con un círculo deste?ido. Dentro del círculo, en una caligrafía que parece realmente anticuada y también desvaída, están escritas las palabras ?Nuestra boda?. El sol sigue razonablemente bajo, brilla bajo la veranda y a través de las ventanas, se refleja en cada superficie y llena la cocina de luz. Cierro la puerta tras de mí, me paro y aguzo el oído. Llevo una palanca en la mano y me enfrento a un ex paciente mental que tiene una pistola y una Taser.

La cocina está abierta a un comedor en el que hay dos puertas: una da al salón y la otra a un pasillo. Desde donde estoy veo el salón, no hay nadie. Entro por el pasillo. Tengo dos opciones, subir por unas escaleras o seguir por el pasillo que más adelante tuerce a la derecha. Decido quedarme en la planta baja y seguir por el pasillo, paso junto a muebles bastante antiguos y unos cuadros en la pared. Hay una puerta abierta de par en par. Tiene las bisagras al revés, de manera que la puerta se abre hacia fuera en lugar de hacia dentro y bloquea el paso. Estoy delante de la puerta principal. Me acerco a ella con cuidado y miro a mi alrededor. Hay dos cuerpos en el vestíbulo. Cierro la puerta ligeramente para poder ver el interior de la estancia. Está vacía. Toda la habitación está acolchada, desde el suelo hasta el techo. Hay manchas en el suelo, esta es la Sala de los Gritos que construyeron los gemelos Hunter. Este es el lugar en el que perdieron la vida al menos nueve hombres. A pesar del calor, un escalofrío me recorre el cuerpo de arriba abajo. Tal vez retenían a las víctimas aquí dentro durante solo un día, o tal vez durante meses.

Cierro la puerta completamente y me acerco a los cuerpos. Un hombre y una mujer. La mujer aparenta unos setenta a?os largos. El tipo es el que le prendió fuego a la casa de Cooper Riley e intentó atraparme para su colección en la mía. Tiene un par de orificios de bala en el pecho, los ojos muy abiertos y uno de ellos, destrozado: lo tiene agujereado e hinchado y le ha estado supurando. Me agacho y le busco el pulso a la mujer. Nada. Ni siquiera me molesto a buscárselo a Adrian. No vale la pena. Por el momento no veo la pistola. Probablemente la tiene Cooper Riley. Y probablemente tenga a Emma Green, también. No puede saber todo lo que la policía sabe sobre él, debe de estar pensando cuál es la mejor manera de salir de aquí y recuperar su vida inventándose su propia versión de los acontecimientos. Pero para conseguirlo no puede dejar a nadie con vida.