El coleccionista



Un guardia se me acerca y me pide que lo siga. Tiene la frente amplia, arrugada por el estrés, y el labio inferior le sobresale más de un centímetro respecto al superior; son ese tipo de labios que no te gustaría tener cuando estás muy resfriado. Me escolta hasta un detector de metales, donde me cachean por si llevo armas o drogas escondidas. Todo queda registrado en las cámaras de seguridad que nos controlan desde cuatro ángulos distintos y que, por fuerza, deben de estar desconectadas la mayor parte del tiempo a juzgar por la cantidad de drogas y de armas que llegan a entrar en este lugar. Me conducen hasta la sala de visitas, que está al otro lado de una reja corredera que se abre a medida que nos acercamos a ella. En la sala de visitas hay aproximadamente una docena de mesas cuadradas, todas marcadas de un modo u otro, con muescas en los cantos, líneas y rayas donde se han arrastrado cosas y peque?as palabras grabadas sobre la madera. Unas cuantas están ocupadas por tipos vestidos con monos frente a seres queridos que llevan ropa de verano. En la sala hay aire acondicionado, lo que no permite que las visitas se hagan a la idea del calor que hace dentro de las celdas en esta época del a?o, ni el frío que llega a hacer en invierno. Los últimos cuatro meses he entrado en esta sala por el otro lado. Esta vez el guardia me suelta una lista de cosas que no puedo hacer. Edward Hunter está sentado tras una mesa con las manos sobre el regazo, mirándome e intentando recordar de qué me conoce. Me siento frente a él y ninguno de los dos nos ofrecemos para darnos un apretón de manos.

—Gracias por acceder a verme —le digo.

—No recuerdo haber cruzado ni una sola palabra contigo mientras estuviste aquí dentro —dice—, ?qué podría ser tan importante para que te hayas decidido a volver?

—Ha desaparecido una chica.

—Desaparecen muchas chicas —dice él—. Mi hija desapareció y murió, ?por qué debería preocuparme por el resto de la gente? —Su voz suena neutra, es como si lo mantuvieran químicamente equilibrado. Cuando habla de su hija, lo hace sin emoción. Suena desaguado, vacío. A su esposa la mataron a tiros en el mismo atraco a un banco del que me había hablado Schroder, el banco en el que trabajaba Jane Tyrone. La hija de Edward fue secuestrada, pidieron un rescate por ella y Edward fue a buscar a los tipos que la tenían. Lo que les hizo a esos tipos por haber matado a su familia es el motivo por el que está aquí encerrado.

—Siento lo que le ocurrió a su familia —le digo.

—Sé que así es. A ti también te mataron a una hija —dice—. ?Llegaste a matar a quien le hizo da?o?

—Por favor, he venido a pedirle que me ayude.

—Lo hiciste, estoy seguro de que lo hiciste —dice—. ?Llevas un monstruo dentro? Al mío le gusta el sabor de la sangre.

Si Edward Hunter no está recibiendo ningún tipo de medicación, espero que empiecen a administrársela pronto. Si ya la está recibiendo, entonces deberían subirle la dosis. Su manera de hablar me recuerda a Jesse Cartman. Sin duda Jesse Cartman llevaba un monstruo dentro que pedía desesperadamente que le dieran de comer.

—La chica en cuestión se llama Emma Green —digo mientras me inclino hacia delante—. La secuestraron el lunes por la noche y creo que sigue viva. Se la llevó un tipo llamado Cooper Riley. Más tarde, los dos fueron secuestrados por un ex paciente mental llamado Adrian Loaner.

—Parece como si ya supieras todo lo que puede saberse al respecto.

—No sé dónde están.

—Bueno, pues yo tampoco. Ni siquiera había oído hablar de ellos. No es que salga mucho de aquí, ?sabes? Y no me gusta ver las noticias. ?Cómo podrían gustarme? Cada día las mismas historias con nombres distintos. No hay nada que pueda gustarme de todo eso.

—?Qué relación tiene con Murray y Ellis Hunter?

—?Eh? ?Qué?

—Murray y…

—Ya sé. Te he oído. Son mis tíos, por parte de padre —dice, y por primera vez se implica en la conversación—. Apenas los conozco. No los vi durante muchos a?os después de que mi padre, bueno, ya sabes, de que lo arrestaran. Los vi en los funerales de mis abuelos, eso es todo. Casi nunca hemos hablado y si me cruzara con ellos por la calle ma?ana mismo ni siquiera los reconocería.

—Solían trabajar en Grover Hills.

—?Qué es eso? ?Algún tipo de residencia para jubilados?

—No exactamente —digo, y se lo explico a continuación.

—?Y qué es lo que quiere saber acerca de ellos?

—?Tiene idea de dónde viven?

—En absoluto. ?Por qué? ?No los encuentra?

—Están muertos.

—?Qué… qué quiere decir? ?Cómo?

—Asesinados.

—Dios —dice—. ?Quién ha sido?

—Adrian Loaner.

—El tipo que tiene a Emma Green.