El coleccionista

Pienso en lo que le prometí a Donovan Green. Quiere cinco minutos con Cooper Riley y si Adrian Loaner no hubiera estado implicado en esto, tal vez se los concedería. En lugar de eso, decido llamar a Schroder. Será lo mejor para Emma, para Schroder y para mí. Necesito estar a buenas con Schroder. Sin duda, volveré a necesitar su ayuda más adelante. El teléfono de la cárcel está lleno de ralladuras, nombres y fechas grabadas, y hay un guardia a mi lado, escuchando todo lo que digo.

Schroder me dice que han conseguido una orden para poder ver los historiales médicos de los pacientes de Grover Hills así como los archivos del personal que allí trabajaba y que los tendrá antes de una hora. Me dice que empezarán a interrogar al personal más o menos a la hora de comer y que todos los que han trabajado alguna vez allí tienen abogado. Le digo que me parece bien y le doy la dirección del lugar donde creo que retienen a Emma Green. Me pregunta cómo he llegado a esa conclusión y le digo que no hay tiempo para explicaciones, que tiene que encontrarse conmigo allí, que esta vez estoy en lo cierto. Probablemente tenga unos veinte minutos de ventaja sobre él. En veinte minutos puede pasar cualquier cosa. Me pide que lo espere y le digo que iré a echar un vistazo y que lo llamaré si veo algo sospechoso.

—?Desde dónde? Adrian se ha cargado tu teléfono móvil.

—No voy a limitarme a quedarme allí esperando sin más. Veinte minutos es mucho tiempo.

—Tate…

—Tengo que ir —digo justo antes de colgar.

Empiezo a andar alejándome del teléfono cuando, después de dar no más de dos pasos, cambio de parecer. Llamo a Donovan Green.

—?Tiene un boli a mano? —pregunto.

—Sí.

—Entonces apunte esto —digo y le doy la dirección—. Estoy prácticamente seguro de que Emma está allí.

—?Está bien?

—No lo sé. Pero si quiere sus cinco minutos con Cooper Riley, más vale que se dé prisa.

Cuelgo, seguro de que Green no podrá llegar allí antes que la policía. Si Emma sigue viva, será una reunión fantástica. Si está muerta, acabo de decirle a Donovan dónde está, verá el cuerpo de su hija y se vendrá abajo. Pero eso es lo que quiere, eso es lo que yo querría si estuviera en su lugar y eso es lo que le debo.

Las indicaciones que me ha dado Edward Hunter son bastante buenas, pero hace tantos a?os que estuvo allí por última vez que tiene cierto margen de vaguedad. Se ha mostrado seguro la mayor parte del tiempo, lo que me ha hecho sentir seguro a mí durante la mayor parte del tiempo. Comparo su mapa con el mapa del coche y juro que cuando todo esto haya acabado voy a comprarme el GPS más caro que encuentre. Más prados y cercas de alambre, si algún otro caso vuelve a traerme por esta parte del país, lo rechazaré.

Ya veo la granja. Es un gran edificio con una cubierta a dos aguas muy inclinada, con los laterales pintados de rojo, el tejado negro y muchas molduras blancas en las ventanas y la puerta. Parece como si los abuelos de Hunter hubieran visto una bonita granja en una película o en la foto de un puzle y se hubieran propuesto conseguir una igual. Lo único que falta es una tarta humeante sobre el alféizar, pero en cambio encuentro otra cosa en lo más alto del camino de tierra que lleva a la granja: el coche de Emma Green. Sigo conduciendo. El problema es que tengo que conducir quinientos metros más antes de poder encontrar algo tras lo que pueda aparcar el coche para esconderlo. Miro en el maletero y encuentro una palanca de las que se usan para sacar las ruedas cuando sufres un pinchazo y se han quedado atascadas. Salto la valla. Aquí no se ha plantado nada desde hace mucho tiempo, hay zonas donde la tierra está muy compactada, otras con el césped alto e incluso otras con malas hierbas aún más altas, algunas de ellas me llegan a la altura de las rodillas. Me muevo en diagonal intentando mantener el cuerpo bajo, acercándome a la casa solo desde un lado para reducir el número de ventanas desde las que pueda ser visto, esperando que un disparo procedente de la pistola que Donovan Green me dio suene en cualquier momento y me haga caer redondo.