Fuera de la ley

—Te pedí amablemente que testificaras a mi favor, pero tú te negaste. No tengo ningún aliciente para seguir respetando las reglas del juego. Gracias a tu falta de visión, me vi sentado en una minúscula celda. —A continuación me sacudió con fuerza haciéndome casta?etear los dientes—. Me despojaron de todas mis maldiciones y ahora solo puedo recurrir a los conjuros que sea capaz de invocar con la palabra. No obstante, alguien me permitió salir a condición de que hiciéramos un trato —a?adió maliciosamente—. Y una vez que lo llevemos a la práctica, tú estarás muerta y yo me habré convertido en un demonio libre.

 

—?Yo no tengo la culpa de que acabaras en la cárcel! —chillé. La cantidad de adrenalina que generaba hacía que me doliera la cabeza. No podía llevarme a siempre jamás a menos que yo se lo permitiera; hubiera tenido que arrastrarme hasta una línea luminosa.

 

En algún lugar de mi exhausto cerebro se encendió una lucecita. No podía sujetarme y desvanecerse al mismo tiempo. Gru?endo, levanté la rodilla y le golpeé justo entre las piernas.

 

Al soltó un gru?ido. Me sentí morir cuando me lanzó por los aires y mi es-palda golpeó en un expositor. Empecé a respirar entrecortadamente, sujetando mi garganta magullada mientras un montón de paquetes de hierbas liofilizadas me caía en la cabeza. Al toser aspiré el olor a ámbar quemado, levanté una mano para esquivar los leves golpes y me puse de rodillas para levantarme. ?Dónde estará la tiza?

 

—?Maldita perra hija de puta! —rezongó Al encorvado y sosteniéndose como podía. Yo sonreí. Minias me había dicho que, como parte del castigo de Al por haber dejado marchar a su antigua familiar, que sabía cómo almacenar energía de líneas luminosas, se le había despojado de todos los hechizos, encantamien-tos y maldiciones que había acumulado durante milenios. Si le dejaba, aunque no se quedaría totalmente indefenso, al menos estaría reducido a un limitado vocabulario de conjuros. Era obvio que había estado en la cocina recientemente, puesto que la imagen de caballero de la flor y nata de la sociedad inglesa era un disfraz. No quería saber cuál era su verdadero aspecto.

 

—?Qué te pasa, Al? —le pregunté con sorna, pasándome la mano por la boca y descubriendo que me había mordido el labio involuntariamente—. ?No estás acostumbrado a que te planten cara?

 

Era una sensación jodidamente genial. Allí estábamos, en una tienda de en-cantamientos, y no teníamos nada invocado salvo unos encantamientos para cambiar el aspecto físico y algunos aumentadores de pecho.

 

—?Cuidado, Rachel! —gritó mi madre. La cabeza de Al viró en redondo.

 

—?Mamá! —le grité cuando ella me tiraba algo—. ?Sal de aquí!

 

Los ojos de Al siguieron la trayectoria del objeto. Muerta de miedo, pre-sencié cómo le recorría un negro resplandor de siempre jamás, sanando todo el da?o que yo le había causado. Por suerte, la tiza magnética aterrizó sana y salva directamente en mis manos. Inspiré profundamente para gritarle una vez más que saliera de allí, y el resplandor de un círculo de color aculado de siempre jamás se alzó alrededor de ella y de la dependienta, que estaba detrás del mostrador. Estaban a salvo.

 

Una extra?a e inesperada sensación helada me recorrió el cuerpo y me dejó paralizada. Sentí como si el badajo de una campana hiciera repiquetear todos mis huesos. Al, completamente ajeno a lo que me estaba sucediendo, emitió un potente rugido y me embistió.

 

Con un aullido me tiré al suelo consiguiendo esquivarlo. Desde detrás de mí me llegó un fuerte estrépito justo en el momento en que Al pasaba por en-cima de mí y caía sobre el estante que yo había derribado. Solo tenía algunos segundos. Con el brazo extendido, me senté en el suelo y dibujé como pude un círculo, rodando hacia delante y hacia atrás, mientras presentía, gracias a haber practicado durante a?os artes marciales, que intentaba alcanzarme.

 

—?Esta vez no, bruja! —me espetó.

 

Con los ojos abiertos como platos, giré sobre mi trasero y alcé el pie para darle una patada. Sin embargo, antes de que pudiera moverme, una explosión sacudió toda la tienda haciendo a?icos las ventanas. Me llevé las manos a los oídos y sacudí el pie para librarme de Al, que me lo sujetaba con fuerza. En-tonces recuperé la capacidad auditiva y escuché claramente el chirrido de unos neumáticos patinando sobre la calzada mojada que entraba por la ventana rota junto con los gritos de la gente. ?Qué habrá hecho mi madre?

 

—?Jenks! —grité al sentir el frío húmedo de la noche. Hacía demasiado frío. ?Podía provocar que entrara en hibernación!

 

—?Estoy bien! —exclamó suspendido en el aire y rodeado de una nube de polvo rojizo—. Vamos a por ese cabrón.

 

Mientras intentaba ponerme en pie, me quedé dudando en cuclillas cuando vi que Jenks se quedaba mirando fijamente por encima de mi hombro y palidecía.

 

—Quiero decir… cabrones —se corrigió, y un nuevo miedo se apoderó de mí cuando me di cuenta de que Al también se había detenido y que miraba hacia el mismo lugar que Jenks. En el silencio del ruido ambiental de la calle, percibí una oleada de ámbar quemado y de ozono contaminado.

 

—Hay otro demonio detrás de mí, ?verdad? —susurré.

 

Jenks dirigió la vista hacia mí y luego la apartó de nuevo.

 

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