Fuera de la ley

Minias no parecía sorprendido y miró de arriba abajo su nueva indumenta-ria con interés. En ese momento, un par de gafas de sol con cristales de espejo aparecieron en sus manos rodeadas de una neblina, y él las colocó en el puente de su estrecha nariz con sumo cuidado para ocultar sus inconfundibles ojos. Luego se sorbió la nariz y yo sentí náuseas al pensar en lo mucho que parecía un chico normal. Tenía el aspecto de un atractivo universitario, de esos estu-diantes que te encuentras en cualquier campus, o tal vez un profesor, pero su porte era poco compasivo y ligeramente desde?oso.

 

—La sugerencia de tu madre de ir a tomar un café me parece razonable. Te doy mi palabra de que seré… bueno.

 

Mi madre miró de pasada al bullicio de la calle y, al ver su expresión de aprobación, me pregunté si en realidad mi necesidad de buscar emociones fuertes la había heredado de ella. Pero yo había madurado y, poniéndome la mano en la cadera, sacudí la cabeza. A mi madre se le había ido completamente la olla. Era un jodido demonio.

 

En ese momento se oyó el sonido de la puerta de un coche que se cerraba y el de la radio de la policía, y el demonio miró por encima de mi hombro.

 

—?Alguna vez te he mentido? —murmuró de manera que solo yo pudiera oírle—. ?Acaso tengo aspecto de demonio? Diles que soy un brujo que te estaba ayudando a coger a Al y que acabé en el círculo por equivocación.

 

En aquel momento lo miré con los ojos entreabiertos. ?Me estaba pidiendo que mintiera por él?

 

Minias se acercó tanto a la barrera de siempre jamás que esta emitió un zumbido estridente a modo de advertencia.

 

—Si no lo haces, le daré al público lo que está esperando. —Sus ojos se diri-gieron a la gente que se agolpaba en el escaparate—. Les daré la prueba de que tu trato con los demonios debería hacer maravillas por tu… destacada reputación.

 

Mmmmm. Así que era eso.

 

La puerta se abrió haciendo tintinear la campanilla. Despidiendo un grito de alivio, la dependienta se zafó de mi madre con un empujón y echó a correr hacia los dos oficiales. Sollozando, se echó en sus brazos evitando que siguie-ran acercándose. Tenía, como mucho, treinta segundos, después la decisión de lo que pasaría con Minias ya no dependería de mí, sino de la SI. No podía permitirlo.

 

Minias se dio cuenta de la decisión que había tomado y sonrió con una seguridad en sí mismo que me sacó de quicio. Los demonios nunca mentían, pero tampoco decían nunca toda la verdad. Había tratado con Minias en otras ocasiones y había tenido la oportunidad de comprobar que, a pesar de su consi-derable poder, era un novato en lo que a relaciones personales se refiere. Había pasado el último milenio haciendo de canguro de los habitantes más poderosos y desquiciados de siempre jamás pero, por lo visto, algo había cambiado. Y alguien estaba sacando a Al de su confinamiento y dejándolo libre para que me matara.

 

Maldita sea. ?Será Nick? Sentí que el estómago se me encogía y apoyé uno de mis pu?os en la cintura. Sabía que tenía capacidad para hacerlo, ynuestra relación no había empezado precisamente con buen pie.

 

—Déjame salir —susurró Minias—. Te prometo que me atendré a tu idea del bien y del mal.

 

Eché un vistazo a la tienda arrasada. Uno de los oficiales había conseguido quitarse de encima a la dependienta, y en ese momento ella nos se?alaba con el dedo hablando atropelladamente. De pronto, otros agentes uniformados entraron en fila, el lugar estaba empezando a estar muy concurrido. Jamás conseguiría de Minias un contrato verbal mejor que aquel.

 

—Trato hecho —dije frotando con la planta del pie la línea de tiza para romper el círculo.

 

—?Eh! —gritó uno de los recién llegados al ver que mi burbuja descendía. El delgado joven extrajo una fina varita mágica de su cinturón y nos apuntó con ella—. ?Todo el mundo al suelo!

 

La dependienta soltó un grito y se desmayó. Desde el exterior se oyeron los gritos de la multitud, presa del pánico. Yo me coloqué de un salto delante de Minias con las manos en alto y los brazos extendidos.

 

—?Sooo! ?Sooo! —grité—. Soy Rachel Morgan, de Encantamientos Vampíricos, agencia de cazarrecompensas independiente. Tengo la situación bajo control. ?Estamos bien! ?Estamos todos bien! ?Aparte esa varita!

 

La tensión descendió notablemente y, una vez se calmaron los ánimos, me quedé boquiabierta al reconocer al oficial de la SI.

 

—?Tú! —exclamé en tono acusador. Justo en ese momento, Jenks despegó de mi hombro y salió disparado hacia él.

 

—?Jenks, no! —grité, y la habitación reaccionó. Se alzó una protesta unánime e, ignorando las voces que me ordenaban que me detuviera, inspiré hondo y me coloqué a toda prisa delante del hombre de la varita. Tenía que evitar que Jenks lo pixeara y, de alguna manera, acabar enfrentándome a una acusación de agresión.

 

—?Patético pedazo de mierda de hada! —gritó Jenks volando de un lado a otro a toda velocidad mientras yo intentaba interponerme entre ellos—. ?Nadie se larga de rositas después de haberme dado un pu?etazo! ?Nadie!

 

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