La bella de la bestia

—Quizá ambos quisimos quitar importancia a lo que significaba esa pasión. He empezado a pensar —hablaba en susurros, mientras le mordisqueaba una oreja— que ambos debimos sacar conclusiones de esa pasión mucho antes. Tenía que haber, necesariamente, algo más que atracción física.

—Mmmm… —Gytha cerró los ojos, disfrutando de la sensación de deseo que le empezaba a correr por las venas mientras él le cubría el cuello con besos cálidos y suaves. Bajó la mano por la pierna de su marido, acarició el borde de la nueva cicatriz con las yemas de los dedos y frunció el ce?o—. Thayer, ?esta herida te hará correr un mayor riesgo cuando tengas que volver a participar en una batalla?

—Probablemente esta herida me ayudará a eludir la mayoría de las batallas del futuro —Thayer se dio la vuelta para que la mujer quedara debajo de él, y le dio un beso en la punta de la nariz.

Quedó encantada, desde luego, pero se preguntó si era una tonta al sentirse así. Thayer, al fin y al cabo, era un guerrero. Tarde o temprano sentiría la llamada de la guerra, le asaltaría el gusanillo de la acción y de la lucha. Quizá acabara amargado por ser un simple se?or de su propiedad.

—?Pero podrías pelear bien si te vieses obligado a hacerlo, o si te entran las ganas de volver a la lucha otra vez?

—Suficientemente bien, pero la guerra ya no me parece atractiva.

—No necesitas decirme eso sólo para complacerme o aplacar mi miedo.

—No lo digo por complacerte, aunque me alegra que sea así. Cuando me enfrenté a los escoceses, no sentí emoción ni deseo de continuar con esa vida. Sólo deseaba terminar la misión y regresar a Riverfall. Fue una causa justa, que además me ofrecía la posibilidad de obtener una buena recompensa, pero ni siquiera sentí que fuera una victoria cuando se acabó. No quería más sangre ni más muerte.

Gytha le pasó los brazos por el cuello y sonrió con tal alivio que no pudo disimularlo.

—?La perspectiva de vivir como un hombre de campo ha convertido en un ángel al Demonio Rojo?

—No ha sido el feudo. Un angelito de enormes ojos azules lo ha hecho. Ya no existe el Demonio Rojo.

—Pues yo no quiero que desaparezca del todo. Ni tampoco me gustaría que se volviese demasiado sumiso.

—?En serio? ?Y qué parte quieres que quede del Demonio Rojo?

—Aquí, en nuestra cama. Y tal vez en uno o dos lugares más, en los cuales todavía tengo que pensar. Pero sobre todo quiero que siga existiendo aquí… amándome.

—Creo que puedo hacer que aparezca cuando deba cumplir con esa deliciosa obligación. Ni siquiera un demonio salvaje como yo se cansaría jamás de amar y dejarse amar por un ángel como tú.

—?Incluso si tiene que hacerlo eternamente? Porque eso es lo que el ángel exige.

—La eternidad, corazón, tal vez no sea suficiente tiempo.



HANNAH HOWELL, nació en Massachusetts en 1950. En uno de sus viajes a Inglaterra conoció a su marido, Stephen, ingeniero aeronáutico con el que estuvo casada durante más de treinta a?os y con el que ha tuvo dos hijos, Samuel y Keir, un nieto, y cinco gatos.

Antes de empezar a escribir, Howell se dedicaba a cuidar de sus hijos. Publicó su primera novela en 1988 y es miembro activo de la Asociación de Escritores Románticos de América. Es una autora muy prolífica –ha llegado a tener un promedio de un libro por mes– y ha sido finalista y galardonada en varias ocasiones a prestigiosos premios del género.

Entre sus aficiones se encuentran la historia, la lectura, el piano, hacer ganchillo y la horticultura.