La bella de la bestia

Gytha miró un instante a Edna cuando la joven doncella entró precipitadamente en la habitación, gritando con entusiasmo las felices nuevas.

Ya lo sabía. Había visto a Thayer y a sus hombres acercarse desde la muralla de Riverfall. No la sorprendió que su marido no mandase a nadie de avanzada para anunciar su llegada. Probablemente pensó que el breve mensaje que había enviado casi un mes antes era suficiente, a pesar de que en él la fecha de su regreso era poco más que una previsión extremadamente vaga.

Gytha sospechó que el sentimiento de culpa jugaba un papel preponderante en la manera en que Thayer afrontaba su regreso. Tal vez pensaba que ella ya sabía cuáles eran las razones verdaderas por las cuales se había ido a pelear contra los escoceses. Si no era así, tal vez estaría dándole vueltas a la necesidad de contarle la verdad. No cabía duda de que para él sería más llevadero todo, aunque sólo un poco, si sorprendía a su mujer. Gytha tenía la firme intención de usar el factor sorpresa a su favor.

Edna caminó hacia Gytha, que estaba sentada tranquilamente frente al espejo, peinándose.

—Mi se?ora, he dicho que su marido ha regresado.

—Ya te he oído.

—?No vas a ir a recibirlo?

—Ah, sí, enseguida. Haz que preparen el ba?o de Thayer en la habitación de Roger. No, espera, Margaret estará allí. Que lo preparen aquí. Yo iré al tocador de mujeres a prepararme para el banquete de bienvenida.

—Pero si ya casi van a entrar en el castillo…

—Pues entonces, razón de más para que te des prisa. Tienes que ayudar a preparar el ba?o del se?or y llevar mis cosas al tocador de mujeres.

Gytha hizo caso omiso de los murmullos de Edna y empezó a recoger las cosas que iba a necesitar para acicalarse para el festejo que los sirvientes ya preparaban a toda prisa. No recibir a Thayer en la entrada del castillo ni en la habitación le dejaría más claro que cualquier perorata que estaba furiosa, y él podría adivinar fácilmente por qué, incluso aunque Margaret no se lo dijera. Gytha estaba completamente decidida a hacer que Thayer sufriera. Y cuanto peor lo pasara, mejor.

Thayer suspiró ruidosamente al ver a Margaret y a Roger fundirse en un abrazo, mientras él se hallaba allí, con los brazos vacíos y sin ver por ninguna parte a Gytha. Lo recorrió un repentino estremecimiento de alarma. Era posible que estuviera furiosa, pero también era posible que se hubiera marchado de Riverfall. En cuanto Roger soltó a Margaret, Thayer se apresuró a preguntar por el paradero de su esposa.

—?Dónde está Gytha? —no se sintió muy reconfortado por la expresión nerviosa y esquiva de Margaret.

—Adentro —contestó ella con voz débil, mientras miraba con detenimiento las nuevas cicatrices de Thayer.

—?Todavía está aquí? —Margaret asintió con la cabeza—. ?No está enferma? —ahora negó de la misma manera—. ?Tampoco está enfermo mi hijo? —negó de nuevo—. Entonces está furiosa. Es su manera de hablar. Seguramente se ha enterado de la verdad —murmuró, y al ver que Margaret se sonrojaba, confirmó su sospecha—. No tienes por qué sentirte culpable. Yo tenía la intención de decirle la verdad.

—Ah, pues eso la tranquilizará.

La falta de convicción en la voz de Margaret casi lo hace reír. Pasó el brazo sobre los hombros a Bek y empezó a caminar en dirección a su habitación. No lo sorprendió no encontrar a Gytha allí tampoco, a pesar de que un ba?o caliente lo estaba esperando. Su mujer lo había previsto todo. Thayer no pudo evitar preocuparse por la magnitud del enfado que podía tener su mujer.

Bek lo ayudó en silencio a prepararse para el ba?o. Thayer pensó un momento en la posibilidad de hacer uso de su autoridad como marido, obligando a Gytha a que se presentara ante él de inmediato. Sin embargo, descartó la idea. Sería peor. Gytha no se enfadaba muchas veces, pero cuando lo hacía era temible. Darle órdenes sólo serviría para encender más su indignación.

—?Hiciste enfadar a Gytha otra vez? —le preguntó Bek mientras su padre empezaba a meterse en la tina que servía de ba?era.

—Sí, me temo que sí.

—Pero si fuiste con la intención de ganar recompensas para ella…

—Es cierto, pero no le pregunté si quería esas recompensas. Hijo, ?podrías frotarme la espalda?

Bek se dispuso a obedecer a su padre, con el ce?o fruncido, pensando.

—?No se supone que una esposa debe estar complacida por todo lo que hace su marido?