La bella de la bestia

Hicieron el amor fieramente y deprisa, lo que los dejó agotados, pero felices y satisfechos.

Gytha, arrebatada por la pasión, tardó en darse cuenta de que su guerrero le había hablado en pleno acto amoroso, incluso muy cerca ya del climax. Hubo de pasar un buen rato de satisfecho relajamiento para que recordase lo que le había dicho y, más importante aún, lo que ella le había respondido. Cuando el recuerdo se hizo claro, Gytha estuvo en un tris de golpear a Thayer.

él había logrado sacarle una declaración de amor. Evidentemente, su impulsiva confesión del comedor no había pasado desapercibida, como ella tenía la esperanza de que hubiera ocurrido. Thayer se había aprovechado de un momento de debilidad y entrega carnal para obligarla a repetirlo, sin decir nada a cambio. Eso la molestó en grado sumo. Si pensaba que podía hacerla repetirlo a su conveniencia, para alimentar su ego, tendría que pensárselo mejor. Por un momento tuvo la tentación de quitárselo de encima, pero se dijo que estaba demasiado cansada para ponerse a empujar y discutir. Hizo caso omiso de la voz interior que le decía que era una mentirosa, que no lo apartaba porque ansiaba la unión de sus cuerpos, sobre todo después de haber estado separados durante tanto tiempo.

Cuando Thayer, también muy cansado, encontró finalmente fuerzas para separarse de ella, maldijo la rigidez de la pierna que hacía que sus movimientos fueran un poco incómodos. Se movió con rapidez, para cubrirse cuanto antes con la manta, pero no fue suficientemente veloz. Gytha le cogió la mu?eca para evitar que lo hiciera y fijó los ojos sobre la nueva cicatriz que tenía en la pierna, una se?al tosca y tremenda. Thayer suspiró cuando ella empezó a ponerse pálida.

—Ya sé que es horrible… —balbuceó.

—No es eso lo que me duele, a pesar de que tienes razón, no es bonita —lo miró luchando contra la angustia que la embargaba tan intensamente—. Por Dios, Thayer, casi te amputaron la pierna por la rodilla.

—No fue tanto como parece —le dijo al tiempo que la abrazaba y cubría los dos cuerpos con la manta—. Fue una estocada profunda, un tajo terrible, es verdad, pero nunca puso en peligro la pierna. Lo malo hubiera sido que se infectase, eso sí —le dio un beso en la boca—. Pero no pasó nada. Tuve fiebre varios días y luego logré recuperarme. Me costó largo tiempo volver aquí, porque me obstiné en curarme lo mejor posible antes de regresar. Quería estar completamente restablecido para poder caminar sin ayuda, o para que al menos los movimientos fueran lo más normales posible.

—Pues lo lograste —sabía que Thayer estaba quitando importancia a la realidad de su tortuosa recuperación, pero decidió no presionarlo al respecto.

—?En serio? —hizo una mueca—. Todavía tengo la pierna bastante rígida.

—Sí, pero ya no te mueves con tanta incomodidad. Tenía que haber estado contigo para ayudarte.

—No, sólo habrías conseguido enfermar de preocupación —sonrió ligeramente—. Ahora lo sé, porque veo que te importo mucho, de verdad.

Thayer bajó la mirada y la vio observarlo con recelo y una pizca de fastidio. Era un poco malvado inducirla a repetirle palabras de amor, pero no podía evitarlo. Toda su vida había pensado que no escucharía esas palabras con suficiente frecuencia como para satisfacer la necesidad que tenía de ellas. No sólo lo llenaban de felicidad, sino que le daban consuelo y sensación de seguridad. Gytha era suya, completamente suya.

—Me has creído… —Gytha estaba un poco sorprendida por lo rápidamente que, esta vez, Thayer había aceptado su declaración.

—Sí. ?No he debido hacerlo?

—Dudé que pudieras creerme. ?Por qué me has creído? —cuando Thayer frunció el ce?o, mostrando abiertamente que estaba confundido, ella suspiró—. Necesito saberlo. Algo habré hecho bien para que me hayas creído ahora, cuando siempre te has negado obstinadamente a oír cuanto trataba de decirte.

—Esta vez no me ha quedado más remedio que oírlo porque lo has dicho a gritos.

—No es cierto —murmuró, sabiendo perfectamente bien que sí lo había hecho.

Thayer hizo caso omiso de la respuesta de Gytha y continuó.

—Estabas furiosa, las palabras salían involuntariamente de tu boca, en avalancha. Algo así, una confesión hecha sin que te la pidiera nadie, pero tan impulsiva, tiene toda la fuerza de la verdad. Y tú no eres una persona mentirosa ni capaz de usar tales palabras para obtener provecho alguno. ?No me habías dicho nada porque pensabas que no te iba a creer?

—?Me habrías creído antes?

—Sí —frunció el ce?o, y después suspiró—. O no, tal vez no.

—Yo creía que no. Pareces haber escuchado muy poco de lo que he tratado de decirte durante todo este tiempo.