La bella de la bestia

—Lo mejor será llevarlo al pueblo para que le pongan sanguijuelas —murmuró Merlion, mientras él y Torr trataban de vendar la pierna del maltrecho guerrero.

—?Qué sanguijuelas ni qué demonios! ?El pobre hombre ha perdido ya demasiada sangre, no necesita que le saquen más! —espetó Roger—. La vieja que atendió a los hombres heridos en días pasados es lo que Thayer necesita. ésa sabe curar.

Los tres hombres se las arreglaron para montar a Thayer sobre su caballo, lo amarraron a la silla y emprendieron el viaje hacia el pueblo. Fue un trayecto largo y lento, y Roger temió que no llegaran a tiempo de salvarlo, pues seguía perdiendo sangre y energía a chorros. Cuando llegaron a la caba?a que esos días estaban usando como cuartel, Roger dudaba seriamente que Thayer llegara a ver Riverfall otra vez.

Durante mucho tiempo, Thayer sólo tuvo conciencia del dolor. Después, escuchó un suave ronquido. Con los ojos todavía cerrados, extendió la mano para explorar a ciegas sus alrededores. Estaba acostado sobre una cama, lo cual significaba que alguien lo había encontrado. Lo asaltaron recuerdos borrosos: la voz de Roger, tela fría sobre su piel, un sacerdote murmurando algunas palabras y, frunció el ce?o al representarse su imagen, el rey. El deseo de averiguar en qué medida todo aquello era o no realidad le dio la fuerza necesaria para abrir los ojos. Tardó un momento en superar el golpe de la luz repentina que le hirió los ojos, pero no le sorprendió que su primera imagen clara fuera la de Roger acostado sobre una estera, junto a su cama.

—Roger —la voz apenas fue un susurró débil y áspero que le lastimó la garganta, pero hizo un esfuerzo para hablar más fuerte—. ?Roger! —Thayer casi sonrió al ver a un adormilado Roger ponerse de pie, tambaleante, con la espada en la mano y mirando a su alrededor, aturdido y sorprendido, hasta que pudo fijar los ojos en su amigo—. Te despiertas muy mal para ser un soldado.

En cuanto escuchó la reseca y dolorida voz de Thayer, Roger se apresuró a darle un poco de hidromiel. Le pasó el brazo por detrás de los hombros y lo ayudó a levantar la cabeza lo suficiente para que pudiera beber sin atragantarse. Notó la gran debilidad que tenía y se apresuró a recostarlo de nuevo. Verlo en tal estado lo afligió enormemente. Las heridas y la fiebre que éstas le habían causado le tenían en un estado terrible.

—Muchas gracias —murmuró Thayer, mientras Roger agarraba un taburete y se sentaba a su lado—. Por Dios, me siento tan débil… ?Cuánto tiempo llevo aquí acostado?

—Va para una semana. Casi te habías desangrado cuando te encontramos. Hice que la vieja te atendiera.

—Sí, la recuerdo. Mejor ella que las sanguijuelas. Esa horrible bruja tiene mil veces más habilidades curativas que cualquier sanguijuela —frunció el ce?o al verse vendada la mano izquierda—. ?Qué tipo de herida es ésta?

—Pues ahora tienes dos dedos un poco más cortos. Te cercenaron las puntas.

—?Y la pierna?

—Todavía la tienes —respondió Roger con un suspiro, al tiempo que se encogía de hombros—. La herida fue profunda. El hombre que lo hizo trató de dejarte cojo.

—Y tuvo éxito.

—Tal vez. No hay manera de saberlo hasta que no intentes caminar. Con seguridad, se te va a quedar un poco rígida, pero nadie sabe si la rigidez perdurará o si irá cediendo a medida que la ejercites de nuevo. Como te dije, todavía tienes pierna, y deberías dar gracias a Dios por ello.

Thayer no parecía del todo conforme con lo que decía Roger, pero olvidó de momento su preocupación por la pierna.

—?Tengo alguna otra herida?

—Tienes unas pocas cicatrices nuevas, pero no más preocupantes que las que usualmente te quedan después de cada batalla.

Thayer decidió que no quería pensar más en sus heridas. Reflexionó y quiso confirmar algunos de los fragmentos de recuerdos difusos que le rondaban por la cabeza.

—?Y tú, amigo mío, has cargado con la penosa tarea de cuidarme? Apareces bastante en los pocos recuerdos que tengo.

—No fue una tarea penosa. Tú has hecho lo mismo por mí otras veces. No te olvides de aquella batalla en Francia, por ejemplo.

—Dudo mucho que pueda olvidar esa época. ?Y el rey? ?He so?ado que el rey vino a verme o fue una visita auténtica?

—No so?aste, no, pues el rey estuvo aquí. Por un momento creí que habías salido del túnel de la fiebre y el delirio, pues le hablaste con claridad, pero él partió muy oportunamente, porque justo un momento después de su marcha me di cuenta de que no tenías la cabeza tan clara como parecía. Lo que dijiste después me hizo ver que tenías los pensamientos anclados en el pasado, algo así como tres a?os atrás, en aquella vez que el rey vino a vernos a nuestra tienda. Le hablaste a un fantasma nacido de un recuerdo febril. Pero no importa. Nuestro monarca no se dio cuenta. Te dio la recompensa que buscabas y tú respondiste como se esperaba que lo hicieras.