La bella de la bestia

A Thayer lo sorprendió un poco que Gytha se hubiera quedado mirándolo completamente estupefacta. No había dicho nada particularmente impactante o revelador. Al menos eso creía. Su debilidad era evidente para todo el mundo, estaba seguro de ello. Pickney, sin ir más lejos, la había visto claramente.

—Me amas —al decir esas palabras, a Gytha le recorrió el cuerpo un estremecimiento de temor, miedo a que pudiera estar equivocada.

—Por supuesto que te amo —Thayer la abrazó con calor infinito cuando ella se lanzó a sus brazos. Frunció el ce?o cuando sintió humedad en la parte del pecho donde ella apoyaba la cara—. Por Dios santo, Gytha, no llores.

—No estoy llorando —mintió, mientras trataba de abrazarlo con todo el cuerpo—. Creo que, finalmente, te he llegado al corazón. Me estaba sintiendo tan derrotada… Parecía que nunca podría lograrlo, y ya se me habían agotado las ideas, no sabía cómo intentarlo una vez más.

—Estoy seguro de que sí lo sabías… —de repente se dio cuenta de que ella había sufrido la misma incertidumbre que él. La estrechó con más fuerza.

—?Tú habrías sabido lo que siento por ti si no te lo hubiera dicho?

—No. Necesitaba oír esas palabras —murmuró Thayer—. Ya sabes, las que me gritaste en el salón.

—?Ah! ?Que eres el hombre más estúpido de toda Inglaterra? —cuando Thayer se rio, Gytha lo miró a la cara, le sonrió y le pasó los brazos por detrás del cuello—. Te amo, Thayer Bek Saitun. Te amo, mi se?or, mi marido, mi vida —Gytha decidió que tendría que repetírselo con frecuencia, porque esas palabras hacían que sus hermosos ojos se oscurecieran y se suavizaran de una manera que la encendía por dentro más que ningún fuego.

—Y yo te amo a ti —murmuró Thayer, poniéndole las manos alrededor de la cara, para después darle un beso en la boca.

Gytha no pudo hablar hasta un rato después de que terminaran de besarse. Estaba conmocionada por la emoción. Thayer le había comunicado sus más profundos sentimientos con la enorme ternura de ese beso. Fue una declaración maravillosa. Decidió que ese momento compensaba cada minuto de duda, de temor y de sensación de derrota que había tenido que soportar. Acunada, como estaba, en los brazos de su marido, con la cabeza sobre su pecho, escuchando los latidos constantes de su corazón, supo que nunca se había sentido tan contenta, tan serena, tan feliz.

—?Cuándo lo supiste? —le preguntó Gytha. La curiosidad se abría paso entre su sensación de bienestar sosegado.

—Creo que vi mi destino en el mismo momento en que te conocí.

—?Pero cuándo lo supiste? —insistió, moviéndose un poco para poderle mirar con comodidad cuando le respondiera.

—Cuando Pickney te raptó. Me volví loco, me convertí en un demente incontrolado. Ni siquiera pude hacer lo que había hecho con tanta pericia antes: luchar contra mi enemigo. Nunca había sentido tanto miedo. Antes de eso ya sabía que eras vital para mí, pero me negué tenazmente a ver por qué —le dio un beso en la frente—. A la vuelta, traté de discernir si debía decirte algo y cuándo decírtelo. Luego me diste a nuestro hijo… —frunció el ce?o, levantó ligeramente la cabeza y miró a su alrededor—. ?Dónde está Everard?

—Con las mujeres, en el tocador. Pronto lo podrás ver, pero éste es nuestro momento. A Everard le dedico tiempo más que suficiente todos los días.

—Sí —bajó la cabeza de nuevo—. Se me había olvidado lo mucho que te absorbe. A veces, confieso que hasta siento celos de él. Pero dime, dulce esposa, ?cuándo supiste tú que me amabas?

—Desde el principio supe que nuestra unión era adecuada.

—?Adecuada?

—Sí, adecuada. Cuando te presentaron como el Saitun con el cual debía casarme, tuve la sensación de que era lo apropiado, de que así era como debían suceder las cosas.

—?No sentías que era correcto estar con William o con Robert?

—No. A William lo acepté. Era apuesto y de trato afable. ?A Robert? Pues la verdad es que me sentí desilusionada, porque el único sentimiento real que me despertaba era el impulso de darle un bofetón, como le pasa a todo el mundo —Gytha sonrió ligeramente cuando Thayer se rio—. Pero contigo no tuve dudas, no vacilé ni una vez.

La joven esposa sonrió, besó suavemente a su marido y siguió hablando.

—Tuve la certeza de que te amaba cuando te hirieron en nuestro viaje hacia aquí. Había indagado mucho en mis sentimientos, pero fue en ese momento cuando no me quedó ninguna duda. Entonces empecé a preguntarme qué podía hacer para lograr que me creyeras y que sintieras algo por mí —se rió suavemente, se acomodó entre los brazos de Thayer y continuó—. Quería que sintieras algo por mí, además de la pasión física. Sin duda, en el terreno carnal nunca hemos tenido problemas. Parecemos hechos el uno para el otro.