Temerario II - El Trono de Jade

—No, se?or —interrumpió a Barham—. Lo siento, pero no. No lo haré. Y en cuanto a otro puesto, debo pedir que se me excuse del servicio.

 

El almirante Powys de la Fuerza Aérea, que se sentaba junto a Barham, había permanecido en silencio durante toda la reunión. Ahora se limitó a menear la cabeza, sin dar muestras de sorpresa, y a cruzar las manos sobre su abultada tripa. Barham le dirigió una furiosa mirada de reojo y después dijo a Laurence:

 

—Quizá no he hablado claro, capitán. Esto no es una petición. Se le han dado unas órdenes, y usted las cumplirá.

 

—Antes tendrán que colgarme —replicó Laurence en tono rotundo, sin importarle hablar en tales términos al primer lord del Almirantazgo. De haber seguido siendo oficial de la Armada, aquello habría supuesto el fin de su carrera, y como aviador no podía acarrearle nada bueno, pero, en cualquier caso, si pretendían enviar a Temerario de vuelta a China, ya no tenía futuro en la Fuerza Aérea: jamás aceptaría servir con otro dragón. Para Laurence, ningún otro podía compararse con Temerario. Se negaba a someterse otra vez al ritual de la rotura de un huevo de dragón para convertirse en un oficial de segunda, cuando en la Fuerza Aérea había filas y filas de voluntarios a la espera de esa oportunidad.

 

Yongxing no dijo nada, pero apretó aún más los labios. Sus asistentes se movieron e intercambiaron murmullos en su propio idioma. Laurence pensó que el atisbo de desdén que se percibía en sus voces, dirigido más a Barham que a él mismo, no era cosa de su imaginación. Era obvio que el primer lord compartía esta impresión, y el esfuerzo necesario para conservar una apariencia de calma estaba haciendo que le brotaran arreboles en la cara.

 

—Por Dios, Laurence, está muy equivocado si cree que puede amotinarse aquí, en pleno Whitehall. Creo que tal vez se está olvidando de que su primer deber es para con su país y su rey, no para con ese dragón suyo.

 

—No, se?or. Es usted quien se olvida. Fue por deber por lo que le puse el arnés a Temerario, sacrificando así mi carrera naval cuando aún ignoraba que pertenecía a una raza tan fuera de lo común, y mucho menos que era un Celestial —respondió Laurence—. Y también por deber le sometí a un duro adiestramiento y a un servicio muy peligroso. Por deber le he llevado a la batalla y le he pedido que arriesgue su vida y su felicidad. No pienso corresponder a tanta lealtad con mentiras y enga?os.

 

—?Menos alharacas! —le atajó Barham—. Cualquiera creería que le estamos pidiendo que renuncie a su hijo primogénito. Siento mucho si ha mimado demasiado a esa mascota y ahora no soporta perderla.

 

—Temerario no es mi mascota ni mi propiedad, se?or —le espetó Laurence—. Ha servido a Inglaterra tan bien como yo o como usted mismo. Ahora, como no quiere volver a China, me piden ustedes que le mienta. No consigo imaginar la forma de decirles que sí y a la vez conservar mi honor. De hecho —a?adió, incapaz de contenerse—, me asombra cómo han podido siquiera hacerme semejante propuesta. Sí, de veras que me asombra.

 

—?Oh, váyase al infierno, Laurence! —estalló Barham mientras perdía el último barniz de formalidad. Había servido muchos a?os como oficial en alta mar antes de incorporarse al gobierno, y cuando perdía la paciencia era de todo menos político—. él es un dragón chino, así que lo más lógico es que prefiera estar en China. En cualquier caso, les pertenece a ellos, y punto final. La acusación de robo es muy desagradable, y el gobierno de Su Majestad no está dispuesto a dar motivo para ella.

 

—Creo saber cómo debo tomarme ese comentario —de no estar ya bastante acalorado, Laurence se habría puesto rojo—. Y rechazo rotundamente la acusación, se?or. Estos caballeros no niegan que le habían entregado el huevo a Francia. Nosotros lo tomamos de un buque de guerra francés. Como usted bien sabe, en los tribunales del Almirantazgo se sentenció que tanto la nave como el huevo eran legítimo botín de guerra. No hay ninguna interpretación posible a la que agarrarse para decir que Temerario les pertenece. Si tanto les inquietaba la posibilidad de perder el control de un Celestial, no deberían haberlo entregado cuando aún estaba dentro del cascarón.

 

Yongxing soltó un resoplido e interrumpió su duelo verbal.