Temerario II - El Trono de Jade

Aquella negativa no debía de haberle hecho a Granby ningún bien para su carrera en la Fuerza Aérea: un hombre que rechazaba algo así no podía esperar recibir otra oferta a corto plazo, y pronto Laurence no tendría ninguna influencia para ayudarle.

 

—Vaya, siento mucho haberte dado más motivos para disgustarte —dijo Roland pasado un momento—. El almirante Lenton aún no ha disgregado a tu tripulación, al menos en su mayor parte. Sólo le ha dado unos cuantos a Berkley porque ahora anda muy corto de personal. Estábamos todos convencidos de que Maximus había alcanzado su tama?o definitivo, pero poco después de que te llamaran nos demostró que estábamos equivocados. Hasta ahora ha crecido otros cinco metros de largo.

 

Roland a?adió esto último para aligerar de nuevo el tono de la conversación, pero ya era inútil. Laurence descubrió que se le había cerrado el estómago y dejó el cuchillo y el tenedor en el plato, que aún estaba medio lleno.

 

Roland descorrió las cortinas. En el exterior estaba oscureciendo.

 

—?Te apetece ir a un concierto?

 

—Me encantará acompa?arte —respondió él de forma mecánica.

 

Roland meneó la cabeza.

 

—No, no importa. Ya veo que no es buena idea. Ven a la cama entonces, mi querido camarada. Es absurdo que te quedes ahí sentado masticando tu depresión.

 

Apagaron las velas y se acostaron juntos.

 

—No tengo ni idea de qué hacer —dijo Laurence con voz queda. El amparo de la oscuridad hacía que fuera más fácil confesarse—. He llamado villano a Barham, y no puedo perdonarle que me haya pedido que enga?e a Temerario: eso no es digno de un caballero. Pero la verdad es que él no es así. De haberle quedado otra opción, no me lo habría pedido.

 

—Me pone enferma que no dejen de hacerle reverencias a ese príncipe extranjero —Roland se incorporó y apoyó el codo en los almohadones—. Cuando era guardiadragón, estuve una vez en el puerto de Cantón, en un buque de transporte que volvía de la India. Los juncos chinos no parecen capaces de resistir un chaparrón, y mucho menos una galerna. Aunque estuvieran dispuestos a declararnos la guerra, no pueden hacer que sus dragones sobrevuelen el océano sin hacer descansos.

 

—Eso mismo pensé yo cuando me enteré de toda esta historia —coincidió Laurence—, pero no necesitan sobrevolar el océano para acabar con el comercio con China y, si les apetece, arruinar nuestro tráfico marítimo con la India. Además, los chinos comparten frontera con Rusia. Si atacan la frontera oriental del zar, eso significará el final de la alianza contra Bonaparte.

 

—Hasta ahora los rusos no han hecho gran cosa por nosotros en la guerra, y el dinero es una excusa lamentable para comportarse como canallas, se trate de hombres o de naciones —dijo Roland—. El Estado ya se ha visto corto de fondos en otras ocasiones, y aun así hemos salido adelante y hasta le hemos puesto un ojo morado a Bonaparte. En cualquier caso, no puedo perdonarles por apartarte de Temerario. Supongo que Barham aún no te ha permitido verle.

 

—No, y de eso hace ya dos semanas. En la base hay un tipo bastante decente que me manda recados de parte de Temerario y que me ha dicho que está comiendo bien, pero no me atrevo a pedirle que me deje entrar: nos someterían a los dos a un consejo de guerra. Aunque, la verdad, no sé si eso me detendría ahora.

 

Un a?o antes no se habría imaginado capaz de decir algo así. Ahora tampoco le gustaba pensarlo, pero la sinceridad había puesto esas palabras en su boca. Roland no puso el grito en el cielo al oírle, pero, al fin y al cabo, ella también era aviadora. La mujer extendió una mano para acariciarle la mejilla y le estrechó contra su cuerpo para ofrecerle todo el consuelo que pudiera hallar entre sus brazos.

 

Laurence se incorporó en la habitación a oscuras, desvelado. Roland ya se había levantado de la cama. En la puerta había una criada que, entre bostezos, sostenía una vela cuya luz amarilla se colaba en el cuarto. Le dio a Roland un despacho sellado y se quedó allí, observando a Laurence con una mirada de evidente lujuria; él sintió que la culpabilidad hacía enrojecer sus mejillas y miró hacia abajo para asegurarse de que estaba bien tapado bajo la manta.

 

Roland ya había roto el sello. Después cogió el candelero que sujetaba la chica.

 

—Esto es para ti. Ahora, vete —dijo entregando un chelín a la doncella. Después, sin más ceremonias, le cerró la puerta en las narices—. Laurence, debo irme enseguida —dijo en voz muy baja, mientras se acercaba a la cama para encender más velas—. Son noticias de Dover: un convoy francés está intentando llegar a Le Havre custodiado por dragones. La flota del Canal va tras ellos, pero hay un Flamme-de-Gloire, y la flota no puede entablar combate si no tiene apoyo aéreo.

 

—?De cuántos barcos se compone ese convoy francés? ?Lo dice? —Laurence ya estaba fuera de la cama poniéndose los pantalones. Un dragón de fuego era uno de los mayores peligros a los que podía enfrentarse un buque, un riesgo terrible aun disponiendo de apoyo aéreo.