Legendborn (Legendborn #1)

Anoche, mi madre me gritó algo acerca de la confianza, la seguridad y las ganas de crecer. Yo le solté algo sobre la injusticia, los méritos personales y la necesidad de alejarme de los caminos de tierra.

Esta ma?ana: seguía echa una furia cuando he despertado. Así que me he jurado que no le hablaría en todo el día. En ese momento, me sentía bien.

Hoy: ha sido un martes normal y aburrido, salvo por cargar con la cantinela obstinada de ?ya hablaremos luego?.

Esta noche: terminó de trabajar y condujo de vuelta.

Después: un coche.

Ahora: una sala verde y pálida que huele a desinfectante y me quema la nariz.

Para siempre: la certeza de que ?ya hablaremos luego? no es lo mismo que ?nunca más hablaremos?.

El hilo hasta el mes febrero se cierra con fuerza a mi alrededor como si no fuera a respirar nunca más, pero, no sé cómo, el policía sigue hablando, vibra y resplandece.

El aire a su alrededor parece vivo. Como si estuviera imbuido de magia.

Sin embargo, cuando todo tu mundo se derrumba, la magia carece de importancia.

Tres meses después





Parte 1

La Orden





1

Un estudiante de primero corre envuelto por la oscuridad y se lanza por un acantilado en mitad de una noche iluminada por la luna.

Grita y los pájaros que dormitaban en las ramas de los árboles salen volando. El sonido resuena en la pared de roca que bordea la cantera del Eno. Las luces siguen el cuerpo en movimiento, un batiburrillo de brazos y piernas que se agitan en el aire hasta caer al agua con un chapoteo. Desde la línea del acantilado, treinta estudiantes vitorean y gritan; su alegría se entremezcla con los pinos. Como una constelación móvil, haces de luz en forma de cu?a recorren la superficie del lago. Todo el mundo contiene el aliento.

Todos los ojos buscan. Esperan. Entonces, el chico sale del agua con un rugido y la multitud estalla.

El salto de acantilado es lo que los chavales blancos del sur consideran una noche de diversión, una combinación de imprudencia rural, una linterna en el bolsillo como precaución y un reto. Es imposible apartar la vista. Cada carrera hace que los pies me acerquen un poco más al borde. Cada salto a la nada y cada momento de espera antes de la caída me provocan una chispa de anhelo salvaje en el pecho.

Reprimo el sentimiento. Lo encierro y lo sepulto con tablas.

—Tiene suerte de no haberse roto las piernas —masculla Alice con su suave acento.

Bufa y se asoma por el borde para ver cómo el sonriente saltador se agarra a los salientes de piedra y a las lianas expuestas para trepar por la pared rocosa. Tiene el pelo pegado a la sien, liso y negro como el carbón. La cálida y pegajosa caricia de la humedad de finales de agosto se hace notar. Ya tengo los rizos recogidos lo más lejos posible de la nuca, así que le entrego la goma extra que llevo en la mu?eca. La acepta sin decir nada y se hace una coleta.

—He leído sobre la cantera mientras venía de camino. Cada pocos a?os, alguien se hace da?o, se cae en las rocas o se ahoga.

No vamos a saltar y se hace tarde. Deberíamos irnos.

—?Por qué? ?Te molestan los mosquitos? —Aplasto el diminuto zumbido que le ronda el brazo.

Me fulmina con la mirada.

—Me siento insultada por ese pobre intento de desviar la conversación. No es digno de una mejor amiga. Te despido. —Alice quiere especializarse en Sociología y, después, tal vez entrar en Derecho. Me ha sometido a interrogatorios desde que tenemos diez a?os.

Pongo los ojos en blanco.

—Me has despedido como mejor amiga unas cincuenta veces desde que éramos ni?as y siempre me contratas de nuevo. Este trabajo da asco. Recursos humanos es una pesadilla.

—Sin embargo, siempre vuelves. Las pruebas, aunque circunstanciales, demuestran que te gusta el trabajo.

Me encojo de hombros.

—No pagan mal.

—Sabes por qué no me gusta estar aquí.

Lo sé. No es que hubiera planeado infringir la ley la primera noche en el campus, pero, después de cenar, la oportunidad se presentó bajo la forma de Charlotte Simpson, una chica que conocíamos del instituto de Bentonville. Asomó la cabeza en nuestra habitación antes de que hubiéramos terminado de deshacer las maletas y nos exigió que la acompa?ásemos para salir de fiesta.

Después de pasar dos a?os en el Programa de Admisión Temprana, Charlotte se había matriculado oficialmente como estudiante de la UNC este a?o y, por lo visto, se había convertido en una juerguista en toda regla.

Durante el día, el parque estatal del río Eno está abierto para hacer senderismo, acampar y navegar en kayak. Sin embargo, si te cuelas después de que se cierren las puertas, como han hecho todos los presentes, es probable que se considere allanamiento. No es una actividad en la que participaría en circunstancias normales, pero Charlotte me explicó que la noche previa al comienzo de las clases es especial. La tradición marca que algunos alumnos de último y penúltimo curso organicen una fiesta en la cantera. ?Otra tradición? Que los de primero salten por el acantilado al lago rico en minerales que hay en el centro. El parque se encuentra a caballo entre los condados de Orange y Durham, al norte de la autopista 85, a unos veinticinco minutos del campus. Charlotte nos ha traído en su viejo Jeep plateado y, durante todo el trayecto, he sentido la presencia de Alice a mi lado en el asiento trasero, incómoda por la ilegalidad de la situación.

La risa desenfrenada del saltador se asoma por el acantilado justo antes que su cabeza. No recuerdo la última vez que me reí así.

Bajo la voz en un suspiro dramático.

—?No te gusta porque va contra las normas?

Los ojos negros de Alice me fulminan desde detrás de las gafas.

—Que te pillen fuera del campus por la noche supone la expulsión automática del programa.

—Tranquila, Hermione. Charlotte dice que un montón de estudiantes lo hacen todos los a?os.

Otro saltador atraviesa el bosque a la carrera. Una fuerte salpicadura. Vítores. Alice se?ala con la barbilla al resto de estudiantes.

—Eso es cosa suya. ?Por qué quieres estar aquí?

?Porque ahora mismo no soporto quedarme en la habitación sin hacer nada. Porque, desde que mi madre murió, hay una parte de mí que se muere por romper cosas y gritar?.

Levanto un hombro.

—?Qué mejor manera de empezar una aventura que con un poquito de rebelión?

No le hace ninguna gracia.

—?Alguien ha dicho rebelión? —Las botas de Charlotte hacen crujir las hojas y las agujas de pino. El brusco ruido destaca por encima de los chirridos de los grillos y el lejano retumbar de los altavoces de la fiesta. Se detiene a mi lado y se aparta la cola de caballo casta?a del hombro—. ?Vais a saltar? Es tradición. — Sonríe con picardía—. Además, es divertido.

—No —dice Alice, tan rápido que casi escupe la palabra. He debido de poner una cara rara, porque Charlotte ensancha la sonrisa y mi amiga me mira—. Bree.

—Charlotte, ?no vas a estudiar Medicina? —pregunto—. ?Cómo puedes ser un cerebrito y una malísima influencia a la vez?

—Estamos en la universidad —dice y se encoge de hombros—.

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