Legendborn (Legendborn #1)

A mi lado, a Alice le tiemblan las manos en el regazo. Miro el reloj digital azul del coche patrulla. Las 22:32. Llevamos once silenciosos minutos en la oscura y vacía carretera de vuelta al campus.

Ninguna de las dos ha viajado nunca en un coche patrulla. Huele a cuero, a aceite para armas, a menta y a algo fuerte. Me fijo en una lata redonda verde y negra de Skoal clásico con sabor a gaulteria en el portavasos entre los asientos delanteros. Puaj. Al otro lado de la malla metálica divisoria hay un polvoriento ordenador portátil pegado a la consola central. Debajo, hay un montón de equipos eléctricos de los que brotan cables en espiral y están cubiertos de diales e interruptores. El policía, cuyo identificador dice ?Norris?, juguetea con la emisora de radio hasta que suena el estribillo de ?Sweet Home Alabama? por el crepitante altavoz.

Tengo dieciséis a?os. Presto atención. He escuchado las historias de mis tíos, de mis primos e incluso de mi padre sobre encuentros y detenciones policiales. He visto vídeos de internet.

Estar en este coche y pensar en esas imágenes hace que el corazón me lata con fuerza. No sé si existe una sola persona negra en este país capaz de decir con total confianza que se siente segura con la policía. No después de los últimos a?os. Dudo que la haya habido nunca. Tal vez haya alguna, en algún lugar, pero estoy segura de que no la conozco.

Alice está rígida como una tabla y mira por la ventanilla el interminable muro de bosques sombríos que pasan. En el asiento delantero, Norris golpea el volante con los pulgares y canturrea: —Sir, I’m comin’ home to you…

—Alice —susurro—. Ha pasado algo…

—No te hablo.

—Venga ya —siseo—. En la hoguera había… —No sé ni cómo empezar—. Creo que fue por la pelea…

—Silencio —ordena Norris. Nuestras miradas se cruzan en el retrovisor y levanta una ceja. ?Di algo, atrévete?, sugiere el gesto.

Aparto la vista.

Después de unos minutos, Norris habla.

—Así que la UNC. Mi hijo se presentó hace un par de a?os y no entró. Es una universidad exigente. Y cara.

Ninguna sabe qué responder a eso.

—?Cómo lo conseguisteis?

Las dos dudamos. ?Conseguir el qué? ?Entrar o pagar la matrícula? Alice responde primero.

—Una beca.

—?Y tú, coleguita? —Los ojos de Norris me encuentran en el retrovisor—. ?Una subvención?

Alice se endereza y a mí se me crispan los nervios. No soy su coleguita y no me avergüenza recibir ayuda financiera, pero no es eso lo que ha preguntado. Su sonrisa de complicidad clama a gritos ?discriminación positiva?.

—Mérito —digo con los dientes apretados, aunque a él no le incumbe en absoluto.

Suelta una risita.

—Claro.

Respiro mientras me invade una oleada de rabia impotente.

Enrosco los dedos en los muslos, tensos por todas las cosas que no puedo permitirme decir en este momento.

Después de unos minutos, el coche reduce la velocidad. Todavía estamos a kilómetros del campus y no hay ningún cruce ni coche a la vista, solo una carretera recta de dos carriles iluminada por los faros del coche patrulla. Entonces veo por qué Norris se detiene.

Dos figuras han salido de la arboleda del otro lado de la carretera.

Cuando el coche se acerca, con las luces encendidas, se cubren los ojos con las manos levantadas. Norris se detiene a su lado, baja el volumen y abre la ventanilla.

—Es tarde para pasear.

—Norris, ?verdad?

La sangre se me escurre de la cara al oír la voz. Los hombros del agente se tensan.

—Kane. —Desliza la mirada hacia la izquierda—. Morgan. Lo siento. No os había reconocido.

Alice se apoya en la ventanilla para ver mejor a Selwyn y Tor.

?Legendborn entrometidos?.

—Me he dado cuenta —dice Sel con calma. Se agacha por la cintura y dirijo la mirada al frente, con la expresión en blanco. De reojo, veo que se fija en mí por un momento y luego en Alice. Su atención me pone los pelos de punta.

—?Rezagadas de la cantera?

—Así es —confirma Norris y después se aclara la garganta—.

?Algo de lo que preocuparse por allí?

Selwyn se incorpora.

—Ya no.

—Me alegra oírlo. —La risa de Norris es tensa. Nerviosa.

?Lo sabe?.

—?Eso es todo? —pregunta Sel con sequedad. Si a Norris le ofende que un adolescente despache a un oficial del sheriff del condado de Durham, no lo demuestra.

—Sí, solo me llevo a estas dos de vuelta al campus.

Sel ya se marcha por la carretera y el foco de su atención ha cambiado.

—Seguid.

No es una sugerencia ni una petición. Es una orden.

Cualquier gramo de seguridad que hubiera sentido en este coche se borra en una palabra. Sea cual sea el poder ante el que responde el agente Norris, dos adolescentes lo superan.

Norris saluda a Tor antes de que siga a Sel; luego arranca el coche para continuar por la carretera hacia la UNC. Al cabo de un minuto, vuelve a subir el volumen de la radio y tararea en voz baja.

Me armo de valor y me vuelvo, sutilmente, para mirar por el parabrisas trasero.

Tor y Sel ya no están.

A mi lado, Alice se hunde en el asiento. No intento volver a hablar con ella. Si antes no sabía qué decir, ahora no sé qué relación tienen las fuerzas del orden con los llamados legendborn.

Durante el resto del trayecto, me dedico a repasar lo que he dicho antes a Alice y me siento aliviada y aterrorizada a la vez. Aliviada por no haber desvelado nada en presencia del policía que indicara que sabía lo que había ocurrido en la cantera. Aterrada porque he presenciado algo que no tendría que haber visto y, si Selwyn Kane hubiera querido hacer algo al respecto, Norris no se lo habría impedido.



*

Doy vueltas en un remolino de pensamientos durante todo el trayecto de vuelta al campus hasta fundirse en una única confirmación. La magia existe.

Norris nos deja frente a Old East, el edificio histórico que acoge a los estudiantes del Programa de Admisión Temprana. Subimos las escaleras en silencio hasta nuestro dormitorio en la tercera planta.

Una vez dentro, Alice se pone el pijama y se mete en la cama sin darme las buenas noches. Me quedo a la deriva en medio de la habitación.

En su lado, Alice tiene una hilera de fotos enmarcadas de su hermano, sus hermanas y sus padres de vacaciones en Taiwán en la estantería encima del escritorio. Sus padres establecieron desde el principio que la recogerían en la residencia todos los viernes para que pasara el fin de semana en su casa de Bentonville, pero eso no le ha impedido decorarla como si viviera aquí a tiempo completo.

Hoy mismo había colgado en la pared unos cuantos pósteres de películas románticas y colocado una ristra de luces navide?as de dos metros sobre la cama.

En mi lado, no hay fotos. No hay pósteres. Nada decorativo, en realidad. En casa me dolía más allá de lo tolerable caminar por los pasillos de mi infancia y ver fotos de mi madre viva y sonriente.

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