Stardust - Polvo de estrellas

—?Será una boda, entonces? —preguntó Yvaine.

 

Se llevó una mano a la cintura, y notó el topacio atado con su cadena de plata. Entonces contempló la abertura del muro, y se mordió el labio.

 

—?Oh, pobrecita! ?Debe de ser un bestia, si es capaz de tenerte aquí esperando! —dijo Victoria Forester—. ?Por qué no llegas al pueblo y le buscas?

 

—Porque… —dijo la estrella, pero enseguida se detuvo—. Sí —dijo—. Quizá lo haga. —El cielo sobre sus cabezas estaba adornado con cintas blancas y grises de nubes, a través de las cuales podían verse retazos de azul—. Ojalá mi madre ya hubiera salido —dijo la estrella—. Me gustaría decirle adiós, primero. —Y se puso en pie con dificultad.

 

Pero Victoria no estaba dispuesta a soltar tan fácilmente a su nueva amiga, y empezó a charlar de las amonestaciones, y de los enlaces matrimoniales, y de licencias especiales que tan sólo podían expedir los arzobispos, y de la suerte que tenían de que Robert conociese al arzobispo. La boda, al parecer, se había fijado para dentro de seis días, a mediodía. Entonces Victoria llamó a un respetable caballero de sienes plateadas, que fumaba un cigarro negro y sonreía como si le dolieran las muelas.

 

—Ahí llega Robert —dijo la joven—. Robert, ésta es Yvaine, y espera a su joven caballero. Yvaine, éste es Robert Monday, y el próximo viernes, a mediodía, yo seré Victoria Monday. ?Oh, cari?o! —esbozó una sonrisa—, como Monday significa lunes en inglés, quizá podrías mencionar eso en tu discurso después del desayuno de bodas… ?que precisamente ese viernes coincidirán dos lunes!

 

El se?or Monday dio una calada a su cigarro y dijo a su futura esposa que sin duda lo tendría en cuenta.

 

—Entonces —preguntó Yvaine, escogiendo cuidadosamente las palabras—, ?no vas a casarte con Tristran Thorn?

 

—Claro que no —dijo Victoria.

 

—Oh —dijo la estrella—. Bien. —Y volvió a sentarse.

 

Todavía estaba sentada en el mismo sitio cuando Tristran volvió a atravesar la abertura del muro, varias horas después. Parecía preocupado, pero se animó en cuanto vio a Yvaine.

 

—Hola —le dijo, ayudándola a levantarse—. ?Te lo has pasado bien, esperándome?

 

—No demasiado —contestó ella.

 

—Lo siento —dijo Tristran—. Supongo que debería haberte llevado conmigo al pueblo.

 

—No —dijo la estrella—. No debías. Tan sólo puedo vivir mientras permanezca en el País de las Hadas. Si pisara tu mundo, no sería nada más que una fría piedra de hierro, retorcida y deformada y caída de los cielos.

 

—Pero yo te hubiese llevado conmigo. Anoche lo intenté.

 

—Sí —dijo ella—. Lo que demuestra sin lugar a dudas que eres un cabeza de chorlito, un descerebrado y un… un patán.

 

—Petimetre —sugirió Tristran—. Te gustaba mucho llamarme petimetre. Y zote.

 

—Bueno —dijo ella—, eres todas esas cosas y muchas más aún. ?Por qué me has hecho esperar tanto? Creí que te había pasado algo horrible.

 

—Lo siento —se disculpó él—. No volveré a dejarte sola.

 

—No —dijo ella, con seriedad y con certeza—, no lo harás.

 

Y la mano de él encontró la de ella. Caminaron, cogidos de la mano, por el mercado. Luego se levantó un viento que azotó las lonas de las tiendas y las banderas, y una lluvia fría les cayó encima. Se refugiaron bajo el tendido de un tenderete de libros, junto con varias personas y criaturas más. El amo del puesto cambió una caja de libros de sitio para asegurarse de que no se mojaran.

 

—Cielo aborregado, poco tiempo seco y poco tiempo mojado —dijo un hombre con sombrero de copa negro de seda a Tristran e Yvaine. Iba a comprar un librito encuadernado en piel roja.

 

Tristran sonrió y asintió, y como resultaba evidente que la lluvia estaba amainando, Yvaine y él echaron a andar de nuevo.

 

—Y éste es todo el agradecimiento que voy a recibir, sin duda —dijo el hombre alto del sombrero de copa al librero, que no tenía ni la menor idea de qué estaba hablando, y a quien no le importaba en absoluto.

 

—Me he despedido de mi familia —dijo Tristran a la estrella, mientras caminaban—. De mi padre y de mi madre… quizá debería decir de la esposa de mi padre… y de mi hermana Louisa. No creo que vuelva nunca más. Ahora sólo nos falta solucionar el problema de cómo volver a subirte al cielo. Quizá vaya contigo.

 

—No te gustaría el cielo —le aseguró la estrella—. Así que… supongo que no vas a casarte con Victoria Forester.

 

Tristran sacudió la cabeza.

 

—No —dijo.

 

—La he conocido —dijo la estrella—. ?Sabías que está embarazada?

 

—?Qué? —exclamó Tristran, sorprendido y asombrado.

 

—Dudo que ella lo sepa. Lleva ya una, quizá dos lunas.

 

—Santo cielo. ?Cómo puedes saberlo?

 

Ahora le tocaba a la estrella encogerse de hombros.

 

—?Sabes? Me hizo muy feliz saber que no ibas a casarte con Victoria Forester.

 

—A mí también.

 

 

 

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