Stardust - Polvo de estrellas

—?Quién eres? —preguntó.

 

—Ya te lo he dicho. Yo era el pájaro de la caravana —respondió la mujer—. Sé lo que eres, y sé por qué la bruja nunca advirtió tu presencia. Sé quién te busca y por qué te necesita. También conozco la procedencia del topacio que llevas atado a la cintura con una cadena de plata. Conozco todo esto, y sé la clase de ser que eres, y la obligación a la que estás sometida.

 

Se inclinó y, con unos dedos delicados, apartó con ternura el pelo de Tristran de su rostro. El joven dormido no se movió ni respondió en modo alguno.

 

—Me parece que no te creo, ni confío en ti —dijo la estrella.

 

Un pájaro nocturno graznó en un árbol encima de sus cabezas. Parecía muy solitario, en la oscuridad.

 

—Vi el topacio en tu cintura cuando era un pájaro —dijo la mujer, una vez más en pie—. Vi cómo te ba?abas y reconocí la piedra.

 

—?Cómo? —preguntó la estrella—. ?Cómo la reconociste?

 

Pero la mujer de pelo negro tan sólo sacudió la cabeza y se fue por donde había venido, lanzando una sola mirada más al joven dormido sobre la hierba. Y entonces se la tragó la noche.

 

El pelo de Tristran había caído, con obstinación, una vez más sobre su rostro. La estrella se inclinó y lo apartó suavemente a un lado, y dejó que sus dedos se entretuvieran un instante sobre su mejilla. él siguió durmiendo.

 

Tristran fue despertado poco después del alba por un gran tejón que resopló en su oreja hasta que abrió los ojos, medio dormido, y entonces el animal dijo, con ínfulas de grandeza:

 

 

 

—?Acaso sois un tal Thorn? ?Llamado Tristran?

 

—?Mm? —dijo Tristran.

 

Tenía un sabor horrible en la boca, que sentía seca y peluda. Hubiese podido dormir varias horas más.

 

—Han preguntado por ti —dijo el tejón—. Allá por la abertura. Parece que una joven dama quiere tener unas palabras contigo.

 

Tristran se incorporó y sonrió ampliamente. Puso la mano sobre el hombro de la estrella dormida. Ella abrió sus azules ojos dormidos y dijo:

 

—?Qué?

 

—Buenas noticias —le dijo él—. ?Recuerdas a Victoria Forester? Puede que haya mencionado su nombre un par de veces, durante nuestros viajes.

 

—Sí —respondió ella—. Es posible.

 

—Bien —continuó él—. Voy a verla. Me espera en la abertura. —Hizo una pausa—. Bueno. Mira. Seguramente será mejor que te quedes aquí. No querría confundirla o algo parecido.

 

La estrella dio la vuelta hacia el otro lado y se cubrió la cabeza con el brazo, sin decir nada más. Tristran pensó que se había vuelto a dormir. Se puso las botas, se lavó la cara, se enjuagó la boca en el arroyo y atravesó corriendo el prado, en dirección al pueblo.

 

Aquella ma?ana, los guardas del muro eran el reverendo Myles, el vicario, y el se?or Bromios, el posadero. Entre ambos había una joven que daba la espalda al prado.

 

—?Victoria! —gritó Tristran, encantado; pero entonces la joven se dio la vuelta y Tristran vio que no era Victoria Forester (que, como recordó súbitamente, y con gran alegría por su parte, tenía los ojos grises. Eso es lo que era: grises. ?Cómo podía haber olvidado algo así?). Tristran no pudo decir quién era la joven, que lucía un bonito sombrero y un chal, pero al verle los ojos de ella se llenaron de lágrimas.

 

—?Tristran! —gritó—. ?Eres tú! ?Dijeron que eras tú! ?Oh, Tristran! ??Cómo pudiste?! Pero ?cómo pudiste?

 

Entonces comprendió quién debía de ser la joven dama que le hacía tantos reproches.

 

—?Louisa? —dijo a su hermana—. La verdad es que has crecido, mientras he estado fuera; de ser una chiquilla has pasado a ser una preciosa se?orita.

 

Ella sollozó, y se sonó la nariz con un pa?uelo de lino bordado de encaje que se sacó de la manga.

 

—Y tú —le dijo ella, mientras se secaba las mejillas con el pa?uelo— te has convertido en un melenudo y desarrapado gitano en tus viajes. Pero supongo que tienes buen aspecto, y eso es bueno. Ven, vamos —y le hizo se?as, impaciente, para que atravesase la hendidura del muro y acudiese a su lado.

 

—Pero el muro… —dijo él, contemplando al posadero y al vicario con algo de intranquilidad.

 

—Ah, no te preocupes por eso. Cuando Wystan y el se?or Brown acabaron el turno anoche fueron a La Séptima Garza, donde Wystan mencionó su encuentro con un rufián que decía ser tú y dijo que le habían impedido el paso. ?Que te lo habían impedido! Cuando estas noticias llegaron a oídos de nuestro padre, se dirigió directamente a la Garza y les soltó a ambos un soberano discurso tan avinagrado que a duras penas pude creer que era él quien hablaba.

 

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