Por unos demonios más

—?Vete! —dije, haciendo de todo menos gritar—. Ceri, ?márchate!

 

—He oído la campana de la iglesia —dijo, con las mejillas pálidas de preocupación mientras venía a cogerme las manos. Olía de maravilla, con el típico aroma élfico de vino y canela mezclado con el olor honrado de la tierra, y el crucifijo que Ivy le había regalado relucía en la leve claridad—. ?Estás bien?

 

Si, claro, pensé mientras recordaba haber oído la campana repicar en el campanario cuando expulsé a Newt de mis pensamientos. La expresión ?sonar la campana? no era solo una figura retórica y me preguntaba cuánta energía habría canalizado para hacer que sonase la campana de la torre.

 

Oímos un ruido desagradable procedente de la sala de estar, como si alguien estuviese arrancando los paneles de la pared. Las cejas rubias de Ceri se elevaron. Mierda, estaba tranquila y seria y a mí me temblaba hasta la ropa interior.

 

—Es un demonio —susurré, preguntándome al mismo tiempo si se marcha-ría o intentaría llegar al círculo que yo había hecho en el sudo de la cocina. El santuario seguía siendo suelo sagrado, pero para protegerme de un demonio yo no confiaba en nada más que en un círculo bien dibujado. Sobre todo de ese demonio.

 

La mirada inquisidora en el delicado rostro en formo de corazón de Ceri se endureció con la cólera. Se había pasado mil a?os atrapada como familiar de un demonio y los trataba como si fuesen serpientes. Era cautelosa, sí, pero hacía mucho tiempo que había perdido el miedo.

 

—?Por qué invocas demonios? —dijo en tono acusador—. Y encima, en pijama —dijo, enderezando sus estrechos hombros—. Te dije que te ayudaría con tu magia. Muchas gracias, se?orita Rachel Mariana Morgan, por hacerme sentir inútil.

 

La agarré por el codo y empecé a empujarla hacia atrás.

 

—Ceri —le rogué, sin creerme que su delicado temperamento se hubiese tomado aquello erróneamente—. Yo no lo invoqué. Apareció él solo. —Como si ahora yo me dedicase a la magia demoníaca. Mi alma ya tenía tanto hollín demoniaco que podría pintar con él un gimnasio.

 

Al oírme. Ceri hizo que me detuviese a pocos pasos del santuario abierto.

 

—Los demonios no pueden aparecerse sin más —dijo, y la preocupación volvió a apoderarse de ella cuando se llevó las manos a su crucifijo—. Alguien debió de invocarlo y luego lo dejó marchar inapropiadamente.

 

De repente, oí el ruido de unos pies descalzos arrastrándose al otro extremo del pasillo. Se me acelero el pulso y me di lo vuelta. Ceri me siguió un instante después.

 

—?No pueden hacerlo… o no lo hacen? —dijo Newt. Tenía la gata en brazos y le estaba acariciando las patas.

 

A Ceri le fallaron las rodillas e hice ademán de agarrarla.

 

—?No me toques! —chilló. De repente, me vi peleándome con ella mientras se giraba a ciegas, se zafaba de mí y salía corriendo hacia el santuario.

 

Mierda, creo que tenemos un problema.

 

Fui tras ella dando bandazos, pero me empujó hacia atrás cuando llegamos al centro de la sala vacía.

 

—Siéntate —dijo con manos temblorosas, mientras intentaba hacer que me sentase.

 

Vale, entonces no nos vamos.

 

—Ceri… —empecé a decir, y luego me quedé con la boca abierta cuando la vi sacar una navaja cubierta de tierra del bolsillo de atrás—. ?Ceri! —exclamé mientras se cortaba con ella el pulgar. Empezó a brotar sangre y, mientras yo la observaba, dibujó un gran círculo murmurando en latín al mismo tiempo. Su pelo, casi traslúcido, que le llegaba a la cintura, le cubría las facciones, pero estaba temblando. Dios mio, estaba aterrorizada.

 

—Ceri, ?el santuario es sagrado! —protesté, pero se conectó a una línea e invocó su círculo. De repente, nos rodeó un campo de siempre jamás manchado de negro y yo me estremecí al sentir el hollín de su antigua magia demoníaca reptar sobre mí. El círculo tenía más de metro y medio de diámetro, bastante grande para poder mantenerlo una persona sola, pero Ceri probablemente era la mejor practicante de líneas luminosas de Cincinnati. Se hizo un corte en el dedo corazón y yo le agarré el brazo.

 

—?Ceri, para! Ya estamos a salvo.

 

Con los ojos abiertos de par en par por el pánico, me apartó de ella, caí en el interior de su campo y me golpeé con él como si se tratase de una pared.

 

—?Quítate de en medio! —me ordenó, mientras empezaba a dibujar otro circulo dentro del primero.