Por unos demonios más

Ceri estaba de píe a mi lado, casi olvidada, y a1 verla desplomarse comprendí que aquello casi habla terminado. Me pregunte cuántas veces habría presenciado aquello.

 

Ya más tranquilo, Minias se acercó a Newt y su túnica púrpura la rodeó. Newt se rodeó con los brazos a sí misma y dejó que él la agarrase, con los ojos cerrados, y metió la cabeza bajo la barbilla de él. Transmitían una imagen elegante y serena, allí de pie con sus túnicas de vivos colores y su digna actitud. Me pregunté cómo podía haber dudado del sexo de Newt. Ahora estaba muy claro, y me acordé de que quizá ella había cambiado sutilmente su aspecto. Al verlos juntos sentí un escalofrío. Minias era el único que podía sacar de la locura a Newt. No me parecía que fuese simplemente un familiar de ella. No creía que fuese alguien sin importancia.

 

—No deberías llevártelos —susurró él, acariciándole la frente con su aliento. Tenía una voz cautivadora que se elevaba y descendía como sí de música se tratase.

 

—Duele —dijo ella, con voz apagada.

 

—Lo sé. —Sus ojos demoníacos se cruzaron con los míos y sentí un escalofrío—. Por eso no me gusta que salgas sin mí —le dijo él, mirándome a mí pero hablándole a ella—. No los necesitas. —Minias rompió el contacto visual que mantenía conmigo, le giró la cara para tenerla de frente y le agarró la cara entre sus manos.

 

Me abracé a mí misma y me pregunté cuánto tiempo llevarían juntos. ?Lo suficiente como para que una carga obligada se hubiese convertido en un peso llevado voluntariamente?

 

—No quiero recordar —dijo Newt—. Las cosas que he hecho…

 

?Un demonio con conciencia? ?Por qué no? Tienen alma.

 

—No —dijo Minias, interrumpiéndola, y luego la agarró con más dulzu-ra—. Prométeme que la próxima vez que recuerdes algo me lo dirás en lugar de salir a buscar las respuestas.

 

Newt asintió y luego se tensó entre sus brazos.

 

—Eso es lo que estaba haciendo —susurró ella, y se me hizo un nudo en el estómago al ver que se había dado cuenta. Minias se quedó inmóvil y Ceri, que estaba a mi lado, palideció—. ?Estaba en tus diarios! —exclamó Newt mientras le daba un empujón—. Has escrito todo lo que recuerdo. ?Cuántos recuerdos tienes en tus libros, Minias? ? Cuánto sabes de lo que yo quería olvidar?

 

—Newt… —dijo e1 con tono de advertencia mientras rebuscaba en los bolsillos.

 

—?Los he encontrado! —gritó Newt—. ?Tú sabes porqué estoy aquí! ?Dime por qué estoy aquí!

 

Di un respingo cuando Ceri me agarró la mano. Gritando de cólera, Newt agitó su báculo en dirección a Minias. Los dedos de él iniciaron una danza en el aire, como si estuviese hablando en lengua de signos, y creó un hechizo de línea luminosa. Sentí un bajón enorme, como si alguien estuviese tirando de la línea hacia fuera y, con un grito sorprendente, Minias termino su hechizo sacándole la tapa a un frasco de los que le había dado Newt y agitándolo hacia ella.

 

Newt gritaba consternada mientras las chispas revoloteaban por el aire y su ira, su frustración y dolor llegaban a su máxima profundidad. Y entonces la alcanzó la poción y su rostro perdió toda expresión.

 

Se quedó quieta, parpadeó, miró el santuario vacío como sin reconocerlo y luego nos miró a Ceri y a mí. Vio a Minias y luego tiró el báculo al suelo como si fuese una serpiente. El báculo cayó al suelo produciendo un ruido seco y rebotó. En el exterior, al otro lado de las vidrieras, los petirrojos estaban cantando con la bruma del amanecer, pero allí dentro era corno si el aire estuviese muerto.

 

—?Minias? —dijo ella con un tono confuso y consternado.

 

—Ya está —dijo él con una voz suave. Se acercó a ella, recogió el báculo y se lo devolvió.

 

—?Te he hecho da?o? —Su voz mostraba preocupación y, cuando Minias dijo que no con la cabeza, ello se sintió aliviada, aunque luego volvió a invadirla una profunda tristeza. Sentí ganas de vomitar.

 

—Llévame a casa —dijo el demonio mientras me miraba—. Me duele la cabeza.

 

—Espérame. —Minias me miró a mí y luego a ella—. Iremos todos juntos, Ceri contuvo 1a respiración mientras el demonio se acercaba a nosotras con la cara mirando hacia abajo y sus anchos hombros encorvados. Se me pasó por la cabeza volver a restablecer el círculo, pero no lo hice. Minias se detuvo ante mí, tan cerca que me hizo sentir incómoda. Sus ojos cansados recorrieron lentamente mi ropa de dormir, la sangre de Ceri que manchaba mis manos y los tres círculos que casi no habían podido detener a Newt. Levantó la mirada y observé el interior del santuario, donde estaba mi escritorio, el piano de Ivy y el vacío absoluto entre ambos.

 

—?Fuiste tú quien robó a Ceri de su demonio? —me preguntó, cosa que me sorprendió.

 

Quería explicarle que había sido un rescate, no un robo, pero me limité a asentir.