Por unos demonios más

—Yo hago lo que quiero. —Newt examinó la sala de estar y tocó con el báculo el umbral como si estuviese buscando trampas—. Y si sigues haciendo suposiciones como esa, acabarás muriendo —a?adió el demonio mientras se ajustaba el filamento de oro negro que brillaba al contacto con el rojo intenso de su túnica—. Yo no estaba en suelo sagrado, lo estabas tú. Y Minias… Minias dijo que yo escribí la mayoría de esos libros, así que, ?quién sabe lo que hay de cierto en ellos?

 

Sus suaves facciones formaron una mueca de enfado, pero no por mí, sino hacia sí mismo.

 

—A veces no recuerdo bien el pasado —dijo Newt con una voz distante—. O quizá simplemente lo cambian y no me lo dicen.

 

El frío de las horas previas al amanecer me heló la cara. Newt estaba loco. Tenía un demonio loco en mi vestíbulo y mis compa?eros de piso llegarían a casa en unos veinte minutos. ?Cómo algo tan poderoso como eso puede sobrevivir estando tan desequilibrado? Pero el desequilibrio raras veces signi-fica estupidez, aunque sí el poder. Y la inteligencia. Y el ser despiadado y demoníaco.

 

—?Qué quieres? —le dije mientras me preguntaba cuánto faltaba para que saliese el sol.

 

Con una mirada de preocupación, Newt suspiró.

 

—No me acuerdo —dijo por fin—. Pero tienes algo que es mío. Quiero que me lo devuelvas.

 

Mientras me invadía una serie de emociones desconocidas y los pensamientos de Newt se ponían en orden, entrecerré los ojos para ver mejor a través del sombrío pasillo e intentar averiguar si era macho o hembra. Los demonios podían adoptar la apariencia que deseasen. Ahora mismo Newt tenía las cejas pálidas y un tono de piel claro y totalmente perfecto. Yo diría que era hembra, pero tenía una mandíbula fuerte y aquellos pies descalzos eran demasiado huesudos para resultar bonitos. No les quedaría nada bien el esmalte de u?as.

 

Seguía llevando el mismo sombrero: redondo, con los laterales rectos y la parte superior plana, fabricado con un exquisito tejido rojo y decorado con unas trenzas doradas. Su corte de pelo, anodino, le llegaba justo hasta debajo de la oreja y no aportaba información sobre su género. Cuando le pregunté de qué sexo era, Newt respondió que si eso importaba. Y mientras observaba a Newt esforzándose por pensar, tuve la sensación de que, en realidad, no es que el demonio creyese que aquello no era importante, sino que él o ella no recordaba cómo había nacido. Quizá Minias si, fuese quien fuese.

 

—Newt —dije, con la esperanza de que no se me notase demasiado que me temblaba la voz—, te pido que te vayas. Vete directamente a siempre jamás desde aquí y no vuelvas a molestarme.

 

Era un buen destierro, excepto que no lo puse primero en un círculo, y Newt levantó una ceja, sin mostrar desconcierto, con una facilidad que demostraba mucha práctica.

 

—Ese no es el nombre para invocarme.

 

El demonio echó a andar. Yo me encogí hacia atrás para invocar un círculo, aunque fuese cutre y no estuviese dibujado ni trazado, pero Newt entró en la sala de estar y lo último que vi pasar por el marco de la puerta fue el dobladillo de su túnica. Desde un lugar que no veía, me llegó el sonido de unas u?as ara?ando la madera. Se escuchó el crujido agudo de la madera a1 astillarse y Newt se puso a maldecir profusamente en latín.

 

La gata de Jenks, Rex, pasó por mi lado; la curiosidad estaba haciendo todo lo posible por cumplir el refrán. Me lancé a por aquel estúpido animal, pero no le caía bien, así que dio un brinco y me esquivó. La gatita de color caramelo se detuvo en el umbral de la puerta con las orejas de punta. Moviendo la cola, se sentó y observó.

 

Newt no estaba intentando arrastrarme a siempre jamás, ni tampoco inten-taba matarme. Estaba buscando algo y creo que la única razón por la que me había poseído era para poder buscar en la iglesia consagrada. Y eso era una se?al de que el suelo seguía siendo sagrado. Pero aquella maldita cosa estaba loca. A saber cuánto tiempo seguiría ignorándome. Hasta que se decidiese, quizá podría conseguir decirle dónde estaba lo que buscaba, fuese lo que fuese.

 

Un golpetazo procedente de la sala de estar me hizo dar un brinco y Rex entré con la cola erizada.

 

Alguien llamando a la puerta principal de la iglesia me hizo girar en el otro sentido, hacia el santuario vacío, pero antes de que pudiese gritar para avisar a quienquiera que fuese, la gran puerta de roble se abrió, ya que había quitado el pestillo a la espera de que regresase Ivy. Genial, ?y ahora qué?

 

—?Rachel? —dijo una voz preocupada, y vi entrar a Ceri dando grandes zancadas y vestida con unos vaqueros descoloridos con las rodillas manchadas de tierra, lo que indicaba que había estado en el jardín a pesar de que estaba a punto de salir el sol. A juzgar por sus ojos desorbitados, parecía preocupada y su largo y hermoso cabello ondeaba mientras recorría rápidamente el santuario yermo, dejando huellas de barro con sus zapatillas profusamente bordadas y poco apropiadas para el jardín. Era un elfo encubierto y yo sabía que su horario era como el de un pixie: despiertos día y noche a excepción de unas cuatro horas cada medianoche y cada mediodía.

 

Desesperada, agité las manos, alternando mi atención entre el vestíbulo vacío y ella.