Los Hijos de Anansi

—No es malo —dijo la madre de Gordo Charlie con los ojos resplandecientes. Luego, frunció el ce?o—. Bueno, eso no es del todo cierto. Tampoco es precisamente un buen hombre. Pero me hizo mucho bien anoche. —Y sonrió, con una sonrisa genuina y, por un instante, su rostro volvió a ser el de una chica joven.

 

La mujer de la carpeta estaba de pie en la puerta y le hizo se?as con el dedo para que se acercara. Gordo Charlie se fue hacia ella cabizbajo, y empezó a pedirle disculpas antes incluso de haber llegado lo bastante cerca como para que ella pudiera oírle. Ya no tenía aquellos ojos de basilisco con ardor de estómago, según se percató al acercarse un poco más. Su mirada era definitivamente coqueta.

 

—Su padre —le dijo.

 

—Cuánto lo siento —dijo Gordo Charlie. Era lo que había dicho siempre, durante toda su infancia, cuando alguien mencionaba a su padre.

 

—No, no, no —replicó el ex basilisco—. No tiene nada de qué disculparse. Es sólo que me estaba preguntando... Su padre. .. En caso de que tuviéramos que ponernos en contacto con él... no tenemos un número de teléfono ni una dirección donde podamos localizarle. Debería habérselo preguntado a él anoche, pero se me fue el santo al cielo.

 

—No creo que tenga teléfono —respondió Gordo Charlie—, y el mejor modo de localizarle es viajar hasta Florida, seguir la autopista AA, que es la carretera de la costa y por ella se puede llegar a casi cualquier lugar de la zona este del estado. Por las tardes lo encontrará en algún puente, pescando. Por las noches, en un bar.

 

—Es un hombre tan encantador —dijo con aire so?ador—. ?A qué se dedica?

 

—Se lo acabo de decir. Según él, es el milagro de los panes y los peces.

 

Ella se le quedó mirando con aire de no entender nada, y él se sintió como un idiota. Cuando su padre decía aquello, la gente se reía.

 

—Hum. Como en la Biblia. El milagro de los panes y los peces. Mi padre dice que él se dedica a hacer el vago y a pescar peces [3], que es un milagro cómo se gana la vida. Es una especie de chiste.

 

Los ojos se le empa?aron de la emoción.

 

—Sí. Contaba unos chistes graciosísimos. —Hizo un ruido con la lengua y, una vez más, se puso seria—. Bien, necesitaré que esté usted aquí a las cinco y media.

 

—?Para qué?

 

—Para recoger a su madre y llevarse sus cosas. ?No le ha dicho el doctor Johnson que la íbamos a dar de alta?

 

—?La mandan a casa?

 

—Sí, se?or Nancy.

 

—?Y qué pasa con el... con el cáncer?

 

—Por lo visto no ha sido más que una falsa alarma.

 

Gordo Charlie no entendía cómo podía haber sido una falsa alarma. La semana anterior habían estado hablando de enviar a su madre a una residencia para enfermos terminales. El doctor había usado frases como ?semanas, no meses? y ?hacerle lo más llevaderos posibles sus últimos días?.

 

Pero, en cualquier caso, Gordo Charlie volvió a las cinco y media y recogió a su madre, que no parecía demasiado sorprendida ante la noticia de que ya no se estaba muriendo. De camino a casa le dijo a Gordo Charlie que pensaba gastarse los ahorros de toda su vida en viajar por el mundo.

 

—Los médicos me habían dicho que me quedaban tres meses —dijo— y recuerdo que entonces pensé: ?si alguna vez salgo de este hospital, iré a conocer París, Roma y otros sitios por el estilo?. Voy a volver a las Barbados, y a Saint Andrews.

 

Quizá haga un viaje a áfrica. Y a China. Me encanta la comida china.

 

Gordo Charlie no tenía muy claro lo que estaba pasando pero, fuera lo que fuese, la culpa de todo la tenía su padre. Llevó a su madre con su tremenda maleta al aeropuerto de Heathrow, y le dijo adiós con la mano en la puerta de salidas internacionales. Su madre sonreía de oreja a oreja, llevaba su pasaporte y sus billetes bien agarrados, y parecía más joven de lo que él la había visto en muchos a?os.

 

Le envió postales desde París, Roma, Atenas, Lagos y Ciudad del Cabo. En la postal que le mandó desde Nanking le decía que no le gustaba en absoluto la comida china que hacían en China, y que estaba deseando volver a Londres para comer comida china de verdad.

 

Murió mientras dormía, en un hotel de Williamstown, en la caribe?a isla de Saint Andrews.

 

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