El bueno, el feo yla bruja

—?Cogiste nuestro kétchup! —dije en voz baja, conmocionada. Detrás de Glenn pude ver a Jenks, retorciéndose de gusto en el hombro de Edden. él podía oír nuestros susurros y mantener una conversación para distraer al capitán de la AFI al mismo tiempo.

 

Glenn miró con expresión de culpabilidad a su padre.

 

—Te lo pagaré —suplicó—, haré lo que quieras, pero no se lo digas a mi padre. Oh, Dios, Rachel, eso lo mataría.

 

Durante un momento me quedé mirándolo sin saber qué decir. Se había llevado nuestro kétchup delante de nuestras narices.

 

—Quiero tus esposas —dije repentinamente—. No he podido encontrar ningunas de verdad sin peluche morado pegado.

 

Su mirada de pánico desapareció y volvió a su asiento.

 

—El lunes.

 

—Me parece bien. —Mis palabras sonaron calmadas, pero por dentro estaba exultante. ?Iba a volver a tener unas esposas! Este va a ser un gran día.

 

Glenn le echó una furtiva mirada a su padre.

 

—?Podrías conseguirme… un bote de picante? —Lo miré a los ojos—. ?O de salsa barbacoa?

 

Cerré la boca antes de que me entrase alguna mosca.

 

—Claro. —No podía creérmelo. Estaba pasándole kétchup al hijo del capitán de la AFI.

 

Levanté la vista para ver a un empleado del campo con un chaleco de poliéster rojo subiendo las escaleras hacia nosotros, escudri?ando las caras del público. Sonreí cuando nuestras miradas se cruzaron. Se abrió paso por la fila de delante que estaba relativamente vacía. Envolví lo que me quedaba del perrito caliente y lo dejé sobre el asiento de Nick, luego metí la pelota de béisbol en mi bolso, donde no pudiese verla. Fue divertido mientras duró. No pensaba interferir en el partido, pero ellos no lo sabían.

 

Jenks revoloteó desde el hombro de Edden hasta donde yo estaba. Vestía de pies a cabeza de rojo y blanco en honor al equipo y los colores chillones me hacían da?o en la vista.

 

—Ooohhh —se mofó—, te has metido en un lío. —Edden me dedicó una última mirada de advertencia antes de fijar su atención en el campo, obviamente intentando desvincularse de mí, no fueran a echarlo a él también.

 

—?Se?orita Rachel Morgan? —me preguntó el joven con el chaleco rojo cuando llegó hasta nosotros.

 

Me levanté con el bolso en la mano.

 

—Sí.

 

—Soy Matt Ingle, de la seguridad de líneas luminosas del estadio. ?Le importaría acompa?arme, por favor?

 

Glenn se levantó y se plantó con los pies separados y las manos apoyadas en las caderas.

 

—?Hay algún problema? —preguntó con su mejor semblante de joven hombre negro enfadado. Estaba demasiado perpleja todavía por su nueva afición al kétchup como para enfadarme con él por querer protegerme.

 

Matt negó con la cabeza sin amedrentarse.

 

—No, se?or. La propietaria de los Howlers ha sabido de los esfuerzos de la se?orita Morgan por recuperar la mascota del equipo y le gustaría hablar con ella.

 

—Estaré encantada de hablar con ella —dije y jenks se rió entre dientes a la vez que sus alas se ponían rojas. A pesar de que el capitán Edden había dejado mi nombre fuera de los informes, toda Cincinnati y los Hollows sabían quién había resuelto el caso del cazador de brujos, había capturado al asesino e invocado al demonio para que testificase en el juicio. Mi teléfono no paraba de sonar con peticiones de ayuda. De la noche a la ma?ana había pasado de ser una empresaria en dificultades a una cazarrecompensas de la leche. ?Qué podía temer de la propietaria de los Howlers?

 

—Voy contigo —dijo Glenn.

 

—Puedo apa?ármelas sola —dije, ligeramente ofendida.

 

—Ya lo sé, pero quiero hablar contigo y me parece que te van a echar del estadio.

 

Edden soltó una risita y hundió su achaparrada figura más aun en su asiento. Sacó un llavero de su bolsillo y se lo dio a Glenn.

 

—?Tú crees? —dije a la vez que le decía adiós con la mano a Jenks y le indicaba con un movimiento del dedo y asintiendo con la cabeza que lo vería en la iglesia. El pixie asintió y volvió a acomodarse en el hombro de Edden, aullando y gritando. Se lo estaba pasando demasiado bien como para irse.

 

Glenn y yo seguimos al chico de seguridad hasta un carrito de golf que nos esperaba abajo y nos condujo al interior del estadio, más fresco y silencioso. El rugido de los miles de espectadores invisibles a nuestro alrededor parecía un trueno grave y casi subliminal. Nos adentramos en las profundidades de la zona para personal autorizado hasta que Matt detuvo el carrito entre gente con trajes negros y champán. Glenn me ayudó a bajar y me quité la gorra, entregándosela mientras me sacudía el pelo. Iba bien vestida con unos vaqueros y un jersey blanco, pero todo el mundo que veía a mi alrededor llevaba o pendientes de diamantes o corbata; algunos ambas cosas.

 

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