El bueno, el feo yla bruja

Entorné los ojos por el brillante sol de la tarde y sorbí cualquier rastro de lágrimas. Era por el sol, eso es todo. Le di un mordisco a mi perrito caliente. Me costaba mucho masticarlo y lo noté caer pesadamente en mi estómago cuando finalmente pude tragarlo. Allí abajo los Howlers gritaban y lanzaban la pelota.

 

Dejé el perrito caliente en su envoltorio de papel sobre mi regazo y cogí una pelota con mi mano lastimada. Moví los labios vocalizando las palabras en latín en silencio mientras describía sigilosamente una compleja figura con mi mano buena. Me hormiguearon los dedos de la mano que apretaba la pelota cuando dije las últimas palabras del encantamiento. Sentí una satisfacción melancólica cuando el lanzamiento del pitcher le salió mal. El catcher se levantó para alcanzarla y lo miró inquisitivo antes de volver a su posición en cuclillas.

 

Jenks se frotó las alas para llamar mi atención y me hizo un alegre gesto con los pulgares hacia arriba, felicitándome por la magia de líneas luminosas. Le devolví su amplia sonrisa con una más débil. El pixie estaba sentado en el hombro del capitán Edden para ver mejor. Ambos habían limado sus diferencias tras una conversación sobre cantantes country y una noche de karaoke. En realidad no quería saber los detalles, de verdad que no.

 

Edden reparó en los gestos que me hacía Jenks y vi una mirada de sospecha en sus ojos tras las gafas de montura redonda. Jenks lo distrajo ensalzando las bondades de tres mujeres que subían los escalones de cemento. La cara del achaparrado capitán se sonrojó, pero mantuvo la sonrisa.

 

Agradecida, me volví hacia Glenn y vi que ya se había acabado su perrito caliente. Tenía que haberle comprado dos.

 

—?Cómo va el caso de Piscary en los tribunales? —le pregunté.

 

El alto detective se revolvió en su asiento con una emoción contenida a la vez que se limpiaba los dedos en sus vaqueros. Sin su traje y su corbata parecía una persona diferente. La sudadera con el logotipo de los Howlers le daba un aire cómodo y seguro.

 

—Con el testimonio de tu demonio creo que está razonablemente asegurado —dijo—. Me esperaba que aumentasen los delitos violentos, pero en realidad han descendido. —Le lanzó una mirada a su padre—. Creo que las casas menores están esperando hasta que Piscary sea oficialmente encarcelado antes de empezar a competir por su territorio.

 

—No lo harán. —Mis palabras y mis dedos enviaron otra pelota totalmente fuera del campo con un soplo de energía de siempre jamás. Era más difícil reunir la energía de la línea más cercana. Las protecciones del campo habían empezado a funcionar—. Kisten se ha hecho cargo de los asuntos de Piscary —dije amargamente—. El negocio sigue como siempre.

 

—?Kisten? —repitió acercándose más—. El no es un maestro vampiro. ?Eso no causará problemas?

 

Asentí y obligué a una bola elevada hacer un mal rebote. Los jugadores empezaron a moverse más lentamente por la tensión cuando golpeó la pared y rodó en dirección contraria.

 

Glenn no tenía ni idea de los problemas que Kisten iba a provocar. Ivy era la heredera de Piscary. Según la ley no escrita de los vampiros, ella era la que estaba al mando, quisiese hacerlo o no. Eso ponía a la cazarrecompensas retirada de la SI en un tremendo dilema moral, atrapada entre sus responsabilidades como vampiro y su necesidad de ser fiel a sí misma. Estaba ignorando los requerimientos de Piscary para que acudiese a visitarlo en la cárcel, además de otras muchas cuestiones que iban tomando forma sigilosamente.

 

Se escondía tras la excusa de que todo el mundo pensaba que Kist seguía siendo el heredero de Piscary para no hacer nada. Alegaba que Kisten tenía la influencia o al menos la apariencia física para tenerlo todo bien atado. La cosa no tenía buena pinta, pero no pensaba aconsejarle a Ivy que empezase a encargarse de los asuntos de Piscary. No solo había dedicado su vida a detener a los que quebrantaban la ley, sino que además estallaría al intentar superar su atracción por la sangre y la dominación que ese puesto magnificaría.

 

Viendo que no iba a hacer más comentarios, Glenn arrugó el envoltorio y se lo metió en el bolsillo del abrigo.

 

—Bueno, Rachel —dijo mirando el asiento vacío junto a Nick—, ?cómo sigue tu compa?era de piso?, ?mejor?

 

Di otro mordisco.

 

—Se las va arreglando —dije con la boca llena—. Iba a venir hoy, pero últimamente el sol lo molesta bastante.

 

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