Temerario II - El Trono de Jade

—Caballeros, eso suena como si le acusasen a la vez de regicidio y fratricidio. No pueden estar hablando en serio.

 

—Ojalá no hablara en serio —repuso Staunton—. Podemos acabar en medio de una guerra civil si intenta algo así, y sea cual sea el resultado lo más probable es que termine en desastre para nosotros.

 

—La cosa no llegará a tanto de momento —dijo Hammond, confiado—. El príncipe Mianning no es ningún estúpido, y espero que el emperador tampoco lo sea. Si Yongxing nos trajo al chico de incógnito no fue con ninguna buena intención. Ellos tendrán que verlo y, cuando le cuente el resto de sus acciones al príncipe Mianning, se dará cuenta de que todo cuadra. Primero sus intentos de sobornarle a usted con condiciones que ahora me pregunto si estaba autorizado a ofrecer. Después, su criado agrediéndole a usted a bordo de la nave. Además, acuérdese de que la banda de hunhun vino a atacarnos justo después de que usted se negara a permitir que Temerario y el chico estuviesen juntos. Todo eso dibuja un esquema claro e irrefutable.

 

Habló en tono casi exultante y sin demasiada cautela, y dio un respingo cuando Temerario, que lo había oído todo, dijo con creciente ira:

 

—?Estás diciendo que ahora tenemos pruebas? ?Que Yongxing ha estado detrás de todo esto? ?Que es él quien intentó herir a Laurence e hizo que mataran a Willoughby? —su gran cabeza se elevó y al mismo tiempo giró hacia Yongxing, mientras sus pupilas hendidas se estrechaban hasta convertirse en finas líneas negras.

 

—Aquí no, Temerario —se apresuró a decir Laurence poniéndole la mano en el costado—. Por favor, no hagas nada de momento.

 

—?No, no! —dijo también Hammond, alarmado—. Aún no estoy seguro, por supuesto. Sólo es una hipótesis, y además no podemos actuar contra él por nuestra cuenta, hemos de dejarlo en sus manos…

 

Los actores se movieron para ocupar sus puestos en el escenario, poniendo fin de momento a la conversación. Pero bajo su mano Laurence podía sentir una resonancia furiosa en las profundidades del pecho de Temerario, un gru?ido lento y retumbante que, sin llegar a encontrar voz, estaba en el umbral de sonar. Sus garras aferraban los bordes de las losas, las espinas de su gorguera estaban a media asta y sus ollares se veían rojos e hinchados. Había dejado de prestarle atención al espectáculo y todo su interés estaba puesto en vigilar a Yongxing.

 

Laurence volvió a acariciarle el costado para distraerlo. La plaza cuadrada estaba abarrotada entre los invitados y el decorado, y no quería imaginar el resultado si Temerario entraba en acción, aunque él mismo de buen grado habría cedido a su propia indignación e ira contra aquel hombre. Aún peor, a Laurence no se le ocurría qué iban a hacer con Yongxing. Seguía siendo hermano del emperador, y el plan que Hammond y Staunton habían imaginado era tan abominable que no resultaba fácil de creer.

 

Un tremendo repiqueteo de címbalos y campanas de graves notas sonó detrás del escenario, y dos elaborados dragones de papel de arroz descendieron de las alturas arrojando chispas por los ollares. Bajo ellos prácticamente todos los actores de la compa?ía salieron corriendo alrededor de la base del escenario mientras blandían espadas y cuchillos adornados con bisutería para representar una gran batalla. Los tambores volvieron a retumbar como truenos, con un sonido tan ensordecedor que parecía el impacto de un golpe que sacara el aire de sus pulmones. Laurence jadeó para recuperar el aliento, y después se tanteó el hombro con la mano y descubrió que debajo de la clavícula sobresalía la empu?adura de una daga corta.

 

—?Laurence! —dijo Hammond tendiéndole las manos, mientras Granby gritaba órdenes a los hombres y tiraba a un lado las sillas. él y Blythe se pusieron delante de Laurence. Temerario volvió la cabeza y bajó la mirada hacia él.

 

—No estoy herido —negó él, confuso.

 

Curiosamente, al principio no notó ningún dolor y trató de ponerse en pie y levantar el brazo, pero entonces sintió la herida. La sangre se estaba extendiendo en una cálida mancha junto a la base del pu?al.

 

Temerario dio un grito penetrante y terrible que se oyó por encima de la música y el ruido. Todos los dragones se levantaron sobre sus cuartos traseros para mirar y los tambores se detuvieron de súbito. En aquel repentino silencio se escuchó a Roland:

 

—?él lo ha tirado! ?Es ése de ahí, yo le he visto! —exclamó a la vez que se?alaba a uno de los actores.