Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Se?or Wells —indicó Laurence al tiempo que lanzaba una mirada elocuente; ya que había empezado, quería hacerlo como Dios manda.

 

El tercer teniente dio un respingo y luego dijo con voz débil:

 

—Hurra por el capitán Riley.

 

Se alzó una ovación, escasa al principio, pero nítida y clara a la tercera vez. Riley era un oficial extremadamente competente y capaz, incluso para hacer frente a aquella espantosa situación.

 

Riley había controlado su vergüenza cuando los vítores acabaron y agregó:

 

—Y hurra también por Temerario, muchachos.

 

Los vítores ahora fueron a voz en grito, aunque con menor entusiasmo. Laurence estrechó la mano de Riley para dar por concluido el asunto.

 

A esas alturas, el dragón había terminado de comer y se había subido a un armario desde la barandilla para extender las alas al sol, plegándolas y desplegándolas sin cesar, pero miró a su alrededor con interés cuando oyó jalear su nombre. Laurence se colocó a su lado, era un buen pretexto para dejar a Riley la tarea de establecer su autoridad y permitir que la nave recuperara la normalidad.

 

—?Por qué arman ese jaleo? —preguntó el dragón, que hizo sonar la cadena antes de que Laurence le respondiera—. ?Vas a quitarme esto? Ahora me gustaría volar.

 

El marino vaciló. La descripción de la ceremonia del enjaezado del libro del se?or Pollitt no mencionaba qué hacer una vez se había puesto el arnés al dragón y éste había empezado a hablar. En cierto modo, había dado por supuesto que Temerario se limitaría a quedarse donde estaba sin discutir más.

 

—Si no te importa, tal vez debamos dejarlo para otro momento —contemporizó—. Ya ves, estamos lejos de la costa y puede que no encontraras el camino de vuelta si te alejaras volando.

 

—Ah —respondió la criatura asomando el cuello por encima de la barandilla. El Reliant avanzaba a unos ocho nudos con viento favorable del oeste, y el agua revuelta, coronada de espuma blanca, se alejaba por ambos costados—. ?Dónde estamos?

 

—En el mar. —Laurence se acomodó junto a él en el armario—. Estamos en el océano Atlántico, a unas dos semanas de tierra. Masterson —a?adió a la vez que llamaba la atención de uno de los marineros ociosos que permanecían mirándolos embobados sin demasiada sutileza—, haga el favor de traerme un cubo de agua y algunos trapos.

 

Una vez que se los trajeron, intentó por todos los medios quitar los restos de la comida de su reluciente cuerpo. El dragón permitió que le limpiara con evidente placer y luego, agradecido, frotó con la cabeza la mano de Laurence, que se descubrió sonriéndole de forma involuntaria y acariciándole la piel oscura y caliente. Temerario se acomodó, escondió la cabeza en el regazo de Laurence y se durmió.

 

—Se?or —dijo Riley, que se había acercado con sigilo—, le voy a dejar el camarote. No tendría sentido hacerlo de otro modo estando él —le indicó, haciendo referencia al dragón—. ?Desea que alguien le ayude a llevarlo abajo?

 

—Gracias, Tom, pero no. Por el momento, me encuentro muy cómodo aquí fuera. Es mejor que no lo movamos mucho a menos que sea necesario. —Luego, demasiado tarde ya, se le ocurrió que a Riley tener al antiguo capitán en cubierta no le facilitaba las cosas. Aun así, prefería no trasladar al dragón dormido, por lo que a?adió—: Le quedaría muy agradecido si ordenara que alguien me trajera un libro, tal vez uno de los del se?or Pollitt.

 

Pronunció esas palabras en la creencia de que esto serviría tanto para mantenerle entretenido como para no parecer que estaba allí observándolos.

 

Temerario no despertó hasta que el sol se ocultó en el horizonte. Laurence dormitaba encima de un libro que describía los hábitos de los dragones de un modo francamente aburrido. La criatura le tocó la mejilla con el redondeado hocico para despertarlo y anunció:

 

—Vuelvo a tener hambre.

 

Laurence ya había reevaluado las reservas de la nave antes de la eclosión, pero debía revisar su estimación ahora que había visto a Temerario devorar, con huesos y todo, lo que quedaba de la cabra y dos pollos sacrificados apresuradamente. Hasta el momento, el dragón había consumido en dos ingestas el peso de su cuerpo en comida. Ya parecía haber crecido algo y movía la cabeza con ansiedad en busca de más alimento.

 

Laurence mantuvo una reunión urgente y privada con Riley y el cocinero de la nave. Si era necesario, podía llamar al Amitié y hacer uso de las reservas del barco, que disponía de más de las que necesitaba para llegar a Madeira, ya que los infortunios acaecidos habían mermado de modo considerable el número de tripulantes. Sin embargo, andaban escasos de carne en salazón, y la situación del Reliant no era mucho mejor. A ese ritmo, Temerario devoraría toda la carne fresca en una semana, y Laurence ignoraba si un dragón comería carne curada o si, por el contrario, la sal no le sentaría bien.

 

Naomi Novik's books