Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

Alice Kellen



SINOPSIS



Leah está rota. Leah ya no pinta. Leah es un espejismo desde el accidente que se llevó a sus padres.

Axel es el mejor amigo de su hermano mayor y, cuando accede a acogerla en su casa durante unos meses, quiere ayudarla a encontrar y unir los pedazos de la chica llena de color que un día fue. Pero no sabe que ella siempre ha estado enamorada de él, a pesar de que sean casi familia, ni de que toda su vida está a punto de cambiar.

Porque ella está prohibida, pero le despierta la piel.

Porque es el mar, noches estrelladas y vinilos de los Beatles.

Porque a veces basta un ?deja que ocurra? para tenerlo todo.

La segunda parte de ?Deja que ocurra?, Todo lo que somos juntos, se publicará el 30 de abril de 2019.





Alice Kellen

Todo lo que nunca fuimos





Para Ne?ra, Abril y Saray, gracias por estar… y por todo lo demás





Toda revolución comienza y termina con sus labios.

RUPI KAUR, Otras maneras de usar la boca





NOTA DE LA AUTORA



En todas mis novelas hay canciones que acompa?an muchas escenas que se quedan sobre el papel. La música es inspiración. En esta ocasión, es algo más. Un envoltorio en ciertos momentos, un hilo que tira un poco de los personajes. Podéis encontrar la lista completa de canciones que escuché mientras escribía la historia, pero, si os apetece, os animo a que escuchéis algunas de las más importantes en el instante exacto en que marcaron la novela. En el capítulo 24, Yellow submarine. En el 48, Let it be. Y en el 76, The night we met.





PRóLOGO



?Todo puede cambiar en un instante.? Había escuchado esa frase muchas veces a lo largo de mi vida, pero nunca me había parado a masticarla, a saborear el significado que esas palabras pueden dejar en la lengua cuando las desmenuzas y las sientes como propias. Esa sensación amarga que acompa?a a todos los ?y si…? que se desperezan cuando ocurre algo malo y te preguntas si podrías haberlo evitado, porque la diferencia entre pasar de tenerlo todo a no tener nada a veces es tan solo de un segundo. Solo uno.

Como entonces, cuando ese coche invadió el carril contrario. O como ahora, cuando él decidió que no tenía nada por lo que luchar y los trazos negros y grises terminaron por volver a engullir el color que unos meses antes flotaba a mi alrededor…

Porque, en ese segundo, él giró a la derecha.

Yo quise seguirlo, pero tropecé con una barrera.

Y supe que solo podía avanzar hacia la izquierda.





ENERO



(VERANO)





AXEL

Estaba tumbado encima de la tabla de surf mientras el mar se mecía con suavidad a mi alrededor. Aquel día el agua cristalina parecía contenida dentro de una piscina infinita; no había olas, ni viento ni ruido. Podía oír mi propia respiración calmada y el chapoteo cada vez que hundía los brazos, hasta que dejé de hacerlo y tan solo permanecí allí, sin moverme, con la mirada clavada en el horizonte.

Podría decir que estaba esperando a que el tiempo cambiase para poder pillar una buena ola, pero sabía perfectamente que ese día no habría ninguna. O que pasaba el rato, algo que hacía a menudo. Pero recuerdo que lo que de verdad estaba haciendo era pensar. Sí, pensar en mi vida, en que tenía la sensación de haber alcanzado todas las metas y de haber ido cumpliendo un sue?o tras otro. ?Soy feliz?, me dije. Y creo que fue el tono que resonó en mi cabeza, esa leve interrogación, lo que de repente me hizo fruncir el ce?o, sin apartar la vista de la superficie ondulante. ??Soy feliz??, cuestioné. No me gustó esa duda que pareció agitarse en mi cabeza, viva y reclamando mi atención.

Cerré los ojos antes de zambullirme en el mar.

Después, con la tabla de surf cargada bajo el brazo, regresé a casa caminando descalzo por la arena de la playa y el sendero plagado de malas hierbas. Abrí la puerta de un empujón, porque siempre estaba atascada por culpa de la humedad, dejé la tabla en la terraza trasera y entré. Coloqué una toalla doblada encima de la silla y no me vestí para sentarme delante de mi escritorio, que ocupaba todo un lado del salón y era caótico. Al menos, para cualquier persona cuerda. Para mí, era el orden en su máxima expresión.

Papeles repletos de notas, otros con pruebas descartadas y el resto con trazos sin sentido. A la derecha, tenía un espacio más despejado, con bolígrafos, lápices, pinturas; encima, un calendario con varios tachones en el que marcaba los plazos de entrega y, al otro lado, mi ordenador.

Repasé el trabajo acumulado y contesté un par de correos antes de decidir continuar con el proyecto que tenía entre manos, un folleto turístico de Gold Coast. Era básico, con una ilustración de una playa y olas de líneas curvas bajo las que surfeaban algunas sombras con poco detalle. Justo el tipo de encargo que más disfrutaba: sencillo, rápido de hacer y bien pagado y explicado. Nada de ?improvisa? o ?queremos tener en cuenta tus sugerencias?, sino un simple ?dibuja una puta playa?.

Pasado un rato, me preparé un sándwich con los pocos ingredientes que quedaban en la nevera y me serví el segundo café del día, sin azúcar y frío. Estaba a punto de llevarme la taza a los labios cuando llamaron a la puerta. No era muy dado a recibir visitas inesperadas, así que dejé el café sobre la encimera de la cocina con el ce?o fruncido.

Puede que, si en ese momento hubiese sabido todo lo que arrastrarían ese par de golpes, me hubiese negado a abrir. ?A quién quiero enga?ar?

Jamás podría haberle dado la espalda. Y habría ocurrido, de todos modos.

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