Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

Me di unos golpecitos con el dedo sobre el mentón. Y al final la miré.

De igual a igual. No como si ella fuera alguien que necesitara que la cuidasen y yo estuviera dispuesto a hacerlo. Vi miedo en sus ojos. Miedo porque ella sabía lo que iba a decirle.

—No quería tener que recordarte esto, pero tu hermano lleva un a?o matándose a trabajar por ti, para que puedas ir a la universidad, para que sigas adelante…

Cerré la boca ante el primer sollozo.

Me levanté, sintiéndome como la mierda, y la abracé. Su cuerpo se agitó contra el mío y cerré los ojos, aguantando, aguantando a pesar de que dolía, porque no pensaba pedir perdón por lo que había dicho, porque sabía que tenía que ser así.

Leah se apartó limpiándose las mejillas.

Me quedé a su lado, con los brazos sobre la barandilla de madera que cruzaba la terraza y el viento húmedo de la noche agitándose alrededor.

Recuperé mis anotaciones.

—Voy a seguir. —La tenía justo en el punto que quería; abierta en canal, temblando. Nada de esa coraza que usaba a todas horas—. ?Por qué ya no pintas?

Si no hubiese encontrado tantas cosas en sus ojos, podría haber separado lo que veía diseccionando las partes para intentar entenderla, pero no pude.

—No soporto los colores.

—?Por qué no? —susurré.

—Me recuerdan a ?antes? y a él.

Douglas Jones. Siempre lleno de pintura, de colores, de vida. En mi papel quedaban muchas más preguntas: ??Por qué no puedes aceptar lo que ha ocurrido??, ??Por qué te estás haciendo esto a ti misma??, ??Hasta cuándo crees que vas a estar así??. Lo arrugué en la mano y me lo metí en el bolsillo del pantalón.

—?Ya has acabado? —preguntó insegura.

—Sí. —Me encendí otro cigarro.

—Pensaba que lo habías dejado.

—Y lo he hecho. No fumo. No como el resto de la gente que sí fuma.

Entonces sonrió. Fue una sonrisa tímida y fugaz, todavía entre el rastro salado de las lágrimas, pero durante una milésima de segundo estuvo ahí, iluminando su rostro, tensando sus labios, dibujada para mí.





12



LEAH

No recuerdo cuándo me enamoré de Axel, no sé si fue un día concreto o si el sentimiento siempre estuvo ahí, dormido, hasta que crecí y tomé conciencia de lo que era el amor, desear a alguien, anhelar una mirada suya más que cualquier otra cosa en el mundo. O, al menos, eso era lo que pensaba con trece a?os, cuando él vivía en Brisbane con mi hermano. Si venía de visita, yo pasaba la noche anterior en vela con un cosquilleo en el estómago. Dibujaba su nombre en la agenda del colegio, les hablaba a mis amigas de él y memorizaba cada gesto suyo, como si fuesen valiosos o escondiesen un mensaje. Y tiempo después, cuando Axel regresó y se quedó de nuevo en Byron Bay, empecé a quererlo hasta los huesos. Me bastaba con tenerlo cerca y dejar que ese sentimiento creciese lentamente a pesar de permanecer en silencio, guardado en una cajita cerrada con llave que protegía y alimentaba cuando so?aba despierta.

La primera vez que sus ojos se detuvieron en una pintura mía fue como si el mundo se parase; cada brizna de hierba, cada aleteo lejano. Me quedé sin respiración mirándolo por la ventana, mientras ladeaba la cabeza sin apartar la vista del cuadro. Lo había dejado ahí después de pasarme la ma?ana pintando el tramo de bosque que crecía detrás de nuestra casa, intentando seguir en vano las instrucciones de mi padre.

Cuando logré que me respondiesen las piernas, salí.

—?Esto lo has hecho tú? —me preguntó.

—Sí. —Lo miré con cautela—. Es malo.

—Es perfecto. Es… distinto.

Cruzada de brazos, noté que me sonrojaba.

—Te estás quedando conmigo.

—No, joder, ?por qué piensas eso?

Dudé, sin apartar mis ojos de los suyos.

—Porque mi padre me pidió que pintara eso —se?alé los árboles—, y yo he hecho esto, que no se parece en nada. Empecé bien, pero luego…

luego…

—Luego hiciste tu propia versión.

—?De verdad lo crees?

Asintió antes de sonreírme.

—Sigue haciéndolo igual.

Axel alabó ese lienzo lleno de líneas que hasta a mí me costaba comprender, aunque, de algún modo que no podía explicar, encajaban, se amoldaban, tenían sentido. Su cabello rubio oscuro se sacudió con el viento y sentí la necesidad de conseguir la mezcla perfecta que diese como resultado esa tonalidad; una base ocre con una pizca de marrón, algunas sombras en las raíces y el reflejo del sol salpicando las puntas más rubias que se curvaban con suavidad. Luego me centraría en su piel, con ese dorado por el bronceado que disimulaba las pocas pecas que tenía en la nariz, y los ojos entrecerrados, la sonrisa canalla, astuta y, al mismo tiempo, también despreocupada, dentro de su desorden, de él mismo…





13



AXEL

Pensé que sentiría un alivio acojonante el día que Oliver regresase para pasar la última semana del mes con su hermana, pero apenas noté la diferencia. Así de etéreo y poco perceptible fue el paso de Leah por mi casa.

Durante los siguientes días mantuve la costumbre de cocinar. No sé por qué, pero empezó a resultarme relajante. Mi vida volvió a ser como siempre: despertarme al amanecer, café, playa, almuerzo, trabajo, segundo café y la tarde más tranquila. Volví a caminar desnudo por la casa, a dejar la puerta del ba?o abierta cuando me duchaba, a poner la música a todo volumen al anochecer o a masturbarme en el salón. La diferencia era una cuestión de intimidad, de querer hacer todo lo que no podía en su presencia, no tanto porque me apeteciese, sino por la necesidad de marcar mi territorio.

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