Las pruebas (The Maze Runner #2)

Esperó con los ojos cerrados para concentrarse. Extendió unas manos invisibles con la intención de captar algún rastro de ella. Nada. Ni siquiera una sombra pasajera o una ligera sensación, así que mucho menos una respuesta.

Teresa —repitió con más urgencia, apretando los dientes por el esfuerzo—. ?Dónde estás? ?Qué ha pasado?

Nada. Su corazón pareció ralentizarse hasta casi detenerse y se sintió como si se hubiera tragado un trozo grande de algodón. Algo le había ocurrido a la chica.

Abrió los ojos y vio que los clarianos se habían reunido alrededor de la puerta pintada de verde que llevaba a la zona común donde comieron pizza la noche anterior. Minho estaba tirando del pomo redondo de latón en vano. Estaba cerrada con llave.

La otra puerta daba a unas duchas con vestuarios y no existía ninguna salida más. Tan sólo esa y las ventanas, todas con barrotes de metal. Gracias a Dios, porque en cada una había locos violentos gritando y vociferando desde fuera.

Aunque la preocupación le consumía como ácido derramado en sus venas, Thomas cesó por un momento de intentar contactar con Teresa y se reunió con los demás clarianos. Newt trataba de abrir la puerta con el mismo resultado inútil.

—Está cerrada con llave —masculló cuando por fin se rindió, y dejó caer los brazos débilmente a los costados.

—No me digas, genio —soltó Minho con sus fuertes brazos cruzados y en tensión, con todas las venas hinchadas. Thomas pensó por una fracción de segundo que casi podía ver bombear la sangre a través de ellas—. No me extra?a que te pusieran el nombre de Isaac Newton. ?Qué gran capacidad de raciocinio!

Newt no estaba de humor. O quizás había aprendido hacía mucho tiempo a ignorar los comentarios de Minho el listillo.

—Rompamos el maldito pomo —miró a su alrededor como si esperase que alguien le diera un mazo.

—?Ojalá esos cara… raros se callaran! —gritó Minho, y se dio la vuelta para mirar con el ce?o fruncido al que estaba más cerca: una mujer incluso más horrorosa que el primer hombre que había visto Thomas. Una herida sangrante le atravesaba el rostro y terminaba al otro lado de su cabeza.

—?Raros? —repitió Fritanga.

El cocinero peludo había permanecido callado hasta entonces, apenas habían notado su presencia. Thomas lo veía incluso más asustado que antes de enfrentarse a los laceradores para escapar del Laberinto. Quizás aquello fuera peor. Al meterse en la cama la noche antes, les había parecido que todo iba bien y estaban a salvo. Sí, tal vez aquello fuera peor porque lo tenían y se quitaron de repente.

Minho se?aló a la mujer ensangrentada que estaba chillando.

—Así es cómo no paran de llamarse. ?No lo has oído?

—Por mí como si los llamas sauces llorones —respondió Newt—. ?Encuéntrame algo para atravesar esta estúpida puerta!

—Ten —dijo un chico más bajo, que llevaba un extintor estrecho pero sólido que había cogido de la pared. Thomas recordó haberlo visto antes. De nuevo se sintió culpable por no recordar el nombre de aquel chaval.

Newt agarró el cilindro rojo, dispuesto a aporrear el pomo de la puerta. Thomas se acercó todo lo que pudo, impaciente por ver qué había al otro lado, aunque tenía el presentimiento de que fuera lo que fuera, no les iba a gustar.

Newt levantó el extintor y luego golpeó con fuerza el pomo redondo de latón. A aquel martilleo le acompa?ó un crujido aún más fuerte y tan sólo hicieron falta tres golpes más antes de que el pomo cayera al suelo con un sonido metálico al hacerse pedazos. La puerta se movió lentamente y se entreabrió lo justo para mostrar la oscuridad del otro lado.

Newt se quedó en silencio, con la vista clavada en el largo y estrecho hueco de negrura, como si esperase que aparecieran volando demonios del averno. Distraídamente, devolvió el extintor al chico que lo había encontrado.

—Vamos —dijo. Thomas creyó percibir un ligero temblor en su voz.

—?Espera! —gritó Fritanga—. ?Estamos seguros de que queremos salir ahí fuera? A lo mejor esa puerta estaba cerrada por algún motivo.

Thomas no pudo evitar estar de acuerdo; algo fallaba en todo aquello.

Minho se adelantó para colocarse junto a Newt, observó a Fritanga y luego intercambió una mirada con Thomas.

—?Qué otra cosa podemos hacer? ?Sentarnos a esperar que esos chiflados entren? Vamos.

—Esos bichos raros van a tardar bastante en atravesar los barrotes de las ventanas —replicó Fritanga—. Pensemos un segundo.

—El tiempo de reflexión ha terminado —respondió Minho. Dio una patada con el pie y la puerta se abrió del todo. Al otro lado la penumbra parecía aún mayor—. Además, deberías haber hablado antes de que rompiéramos la cerradura en mil pedazos, gilipullo. Ahora es demasiado tarde.

—Odio que tengas razón —gru?ó Fritanga entre dientes.