Las pruebas (The Maze Runner #2)

Todo era una locura.

El resto de clarianos corría por la habitación, gritando. Y unos sonidos terribles, espantosos, llenaban el aire, como los atroces gritos de unos animales a los que estuvieran torturando. Fritanga estaba se?alando hacia la ventana, con la cara pálida. Newt y Minho corrían en dirección a la puerta. Winston tenía las manos sobre su rostro aterrorizado y plagado de acné, como si acabara de ver un zombi carnívoro. Otros tropezaban entre sí para mirar por las distintas ventanas, pero alejados del cristal. Con algo de dolor, Thomas se dio cuenta de que no sabía la mayoría de los nombres de los veinte chicos que habían sobrevivido al Laberinto; una extra?a idea en medio de todo aquel caos.

Algo en el rabillo del ojo le hizo darse la vuelta para mirar hacia la pared. Lo que vio eliminó de inmediato toda la paz y seguridad que había sentido hablando con Teresa por la noche. Le hizo dudar incluso de que tales emociones pudieran existir en el mismo mundo en el que estaba en aquellos momentos.

A un metro de su cama, cubierta con unas cortinas de colores muy vivos, una ventana daba a una luz brillante y cegadora. Al otro lado había un hombre agarrado a los barrotes, con las manos ensangrentadas. Tenía los ojos muy abiertos, inyectados en sangre, llenos de locura. Las llagas y las cicatrices cubrían su fino rostro quemado por el sol. No tenía pelo, tan sólo unas manchas infectadas de lo que parecía ser moho verdoso. Una atroz hendidura se extendía por su mejilla derecha; Thomas podía verle los dientes a través de la herida en carne viva y purulenta. Una saliva rosada babeaba en líneas ondulantes desde la barbilla del hombre.

—?Soy un raro! —gritó aquel horror—. ?Soy un maldito raro!

Y entonces empezó a gritar lo mismo una y otra vez, mientras escupía con cada alarido:

—?Matadme! ?Matadme! ?Matadme…!





Capítulo 3


Una mano cayó de golpe sobre el hombro de Thomas; este pegó un grito y se dio la vuelta para ver a Minho, que tenía la vista clavada en el loco que gritaba por la ventana.

—?Están por todas partes! —exclamó Minho. Su voz tenía un tono triste, equiparable al estado de ánimo de Thomas. Al parecer, todo lo que se habían atrevido a esperar la noche anterior se había desvanecido completamente—. Y no hay ni rastro de los pingajos que nos rescataron —a?adió.

Thomas había vivido sumido en el miedo y el terror durante las últimas semanas, pero aquello ya era demasiado. ?Sentirse a salvo sólo para que se lo arrebataran de nuevo! Aunque para su asombro, enseguida echó a un lado aquella parte de él que quería volver de un salto a la cama y llorar a lágrima viva. Apartó el dolor persistente que sentía al recordar a su madre y lo que le había pasado a su padre y a la gente que se había vuelto loca. Thomas sabía que alguien tenía que hacerse cargo de la situación. Necesitaban un plan si querían sobrevivir también a aquello.

—?Ha conseguido entrar alguno? —preguntó, embargado por una extra?a calma—. ?Todas las ventanas tienen estos barrotes?

Minho hizo un gesto de asentimiento en dirección a una de las muchas que cubrían las paredes de la larga habitación rectangular.

—Sí. Ayer por la noche estaba demasiado oscuro para verlos, sobre todo con esas estúpidas cortinas recargadas. Pero me alegro muchísimo de que estén ahí.

Thomas miró a los clarianos. Algunos corrían de ventana en ventana para echar un vistazo afuera mientras que otros estaban api?ados, formando un peque?o grupo. Todos parecían medio incrédulos, medio aterrorizados.

—?Dónde está Newt?

—Aquí mismo.

Thomas se dio la vuelta para ver al mayor del grupo, sin saber lo mucho que le había echado de menos.

—?Qué pasa?

—?Crees que tengo la más pu?etera idea? Según parece, una panda de locos nos quiere comer para desayunar. Tenemos que encontrar otra habitación para reunimos. Todo este ruido me está taladrando el pu?etero cráneo.

Thomas asintió distraídamente; el plan le parecía bien, pero esperaba que Newt y Minho se encargaran de llevarlo a cabo. Estaba impaciente por contactar con Teresa. Esperaba que su advertencia fuera tan sólo parte de un sue?o, una alucinación provocada por la droga de aquel agotamiento. Y aquella visión de su madre…

Sus dos amigos se alejaron para llamar con gestos a los clarianos. Thomas dirigió una mirada tímida al loco destrozado de la ventana, pero apartó la vista de inmediato y deseó que su cerebro no hubiera recordado la sangre, la carne desgarrada, los ojos de trastornado y los gritos histéricos.

?Matadme! ?Matadme! ?Matadme!

Fue a trompicones hacia la pared más alejada y se recostó contra ella.

Teresa —volvió a llamarla mentalmente—. Teresa. ?Me oyes?