La bella de la bestia

Margaret se sintió muy confundida. Estaba embargada por la sorpresa. Algunos de los más gallardos caballeros de la región habían cortejado a su prima, pero ninguno le había interesado. Ahora, tras un breve encuentro con un caballero enorme y demasiado pelirrojo, además de un poco maltrecho, la chica había empezado a entusiasmarse. ?Sobre todo con sus ojos!

—No sé por qué he dicho que son dulces, en realidad —contestó Gytha—. Aun así, dulce es la palabra que me viene a la mente —con un suspiro, empezó a caminar hacia la parte trasera de la casa—. En fin, volvamos a Robert.

Margaret seguía a su prima deprisa.

—Y dime… ?qué te ha parecido el joven caballero de ojos verdes?

Tuvo que pensar unos instantes, pues no recordaba bien al hombre al cual se refería Margaret.

—Es bastante guapo.

Las palabras de su prima resonaron en la cabeza de Margaret una y otra vez mientras tuvo una revelación, o eso le pareció. Dado que tenían que escabullirse por la parte trasera de la casa para llegar a su habitación sin que las vieran, su desconcertado silencio pasó inadvertido, lo que la alivió. Cuando Gytha decía que un hombre era guapo, sólo estaba siendo cortés y sus palabras no significaban nada. El verdadero elogio consistía en escoger un rasgo de la persona en cuestión y alabarlo. Después de haber estado rodeada de algunos de los hombres más apuestos de Inglaterra, había decidido otorgar aquel raro elogio a un enorme pelirrojo que tenía el rostro marcado y endurecido por las batallas. Margaret cerró la puerta después de entrar en la habitación de Gytha y se volvió a mirar a su bella prima, sumida en un total desconcierto.

—Ah —Gytha se sentó en la cama—. Llegamos a salvo y, lo mejor de todo, sin que nos vieran. A mamá no le habría gustado verme de esta manera, en este estado.

—No creo que estemos en un estado tan lamentable.

—Tengo manchado de barro todo el borde del vestido.

—Ah, sí. Eso, en efecto, haría que la tía se enfureciera. ?Qué hacemos con las flores? —preguntó mientras ponía sus flores junto a las de su prima, sobre la cama—. ?Una guirnalda?

—Qué buena idea. Yo me pondré la mía esta noche, mientras las flores siguen frescas y conservan su aroma. Si quedan algunas, podemos decirle a la criada que las ponga en la cámara nupcial, para que endulcen el aire —Gytha empezó a escoger las flores que quería para la guirnalda.

Margaret se sentó en la cama y la imitó. Decidió interrogarla.

—?Qué te ha gustado más del enorme caballero de pelo rojizo?

—?Qué importa eso? Voy a casarme con Robert ma?ana por la ma?ana —fue incapaz de impedir que la repentina tristeza que la embargó ti?era su voz mientras hablaba.

—?Sabes una cosa? Me desconciertas. Has tenido tantos hombres jóvenes y hermosos que han puesto su corazón a tus pies…

—Dudo que lo hayan hecho con el corazón, de verdad, aunque me cortejaran con mala poesía.

—Como quieras. Digamos, entonces, que coquetearon contigo. Todo lo que dijiste de ellos, cuando dijiste algo, es que eran guapos. Pero llega un hombre que no es nada guapo y te llama la atención. La verdad es que, al lado de William, ese caballero peludo está muy cercano a la fealdad.

—William murió hace tiempo, y yo no puedo encontrar hermosos a los muertos.

—Gytha… —Margaret, que encontraba divertido el repentino gusto de su prima, no pudo evitar cierto enojo por su actitud evasiva.

—?Nunca has sentido ganas de sonreír, sin saber por qué, al ver a alguien por primera vez?

—Sí, me ocurre, más que nada, con los bebés. Hay algo en los bebés que hace que surja en mí una alegre ternura.

—Eso fue lo que sentí cuando vi a ese hombre. Sentí ganas de cuidarlo, de hacerlo sonreír.

—Los hombres son quienes cuidan de las mujeres —murmuró Margaret, sintiéndose ligeramente sorprendida—. Las mujeres no pueden cuidar de los hombres.

—Claro que pueden. Los hombres luchan, protegen, dirigen y esas cosas, ya lo sé. Una vez le pregunté a papá si las mujeres estábamos en el mundo sólo para parir hijos y me contestó que no. Me dijo que nacemos para evitar que los hombres olviden las cosas suaves y bellas de la existencia y para mantener vivos los sentimientos más amables. También dijo que teníamos la función de aligerar el camino del hombre, de reconfortarlo y ser su refugio cuando el mundo se hace demasiado difícil de soportar.

—?Y todo eso es lo que quieres hacer para ese hombre?

—Sí. Quiero borrar las arrugas de preocupación de su cara y hacer que ese vozarrón retumbe transformado en una alegre carcajada —suspiró—. Pero no es lo que va a ocurrir, son fantasías. Me voy a casar con Robert dentro de unas horas…

—?Y no sientes ninguna de esas cosas por Robert?

—Me temo que no. Tal vez tenga esos impulsos más adelante. Por ahora sólo me dan ganas de golpearlo. Como permite que tantas personas lo hagan, se ve que se me abre el apetito.

—ése no es un buen presagio para tu matrimonio.

—Con frecuencia, el matrimonio es lo que tú quieres que sea —se dirigió al espejo para ver cómo quedaba su corona de flores—. Mírame, ?qué opinas?

Margaret se conformó con el cambio de tema de su prima. Llamaron a la puerta, dejó entrar a la doncella y asintió con la cabeza.