La bella de la bestia

Gytha sintió una punzada de dolor cuando Thayer se dio la vuelta para mirarla. El caballero abrió los ojos de par en par y perdió todo el color de la cara. Parecía horrorizado. ésa era una reacción que ella nunca había provocado en un hombre. No le habría perturbado de haberle ocurrido a cualquier otro. Nunca le había importado lo que ningún hombre pensara de ella. Le pareció absolutamente injusto que ahora le importara la reacción del único hombre que al parecer la veía como una maldición.

Lady Raouille depositó con fuerza en la mano de Thayer un documento, lo que lo hizo salir de su estupor. Por un momento, lo miró sin ver. Tenía la mente embotada por un torbellino de pensamientos dispersos. Ahora era un hombre que tenía propiedades: tierras y un título. Eso lo entendía y lo aceptaba, y hasta le parecía natural. Sin embargo, el precio que tenía que pagar por tal suerte sí era algo que casi le detenía el corazón. Tenía que casarse. ?Y vaya mujer la que iba a ser suya! Pero para un hombre como él, casarse con semejante belleza era casi una maldición.

Finalmente, Thayer reunió voluntad suficiente para leer el documento que tenía en la mano. No encontró ningún alivio en él. La tosca letra de su padre adoptivo indicaba que el titular de la Casa Saitun se casaría con Gytha Raouille cuando ella cumpliera los diecisiete a?os. Ya no iba a asistir a la boda de William, sino a la suya propia. Posó brevemente la mirada sobre la muchacha, mientras ella y otra joven ayudaban a sentarse a un todavía atontado Robert. Luego miró a John Raouille.

—?Esto es legal?

—Legal y obligatorio. Como habrás visto por ti mismo, el rey en persona le puso su sello al documento, en se?al de aprobación del acuerdo para unir las dos casas.

Thayer vio al fin todo el asunto con claridad. Estaba obligado por la palabra de su padre adoptivo a casarse con Gytha. El consentimiento del rey imprimía incluso más fuerza al compromiso adquirido. A decir verdad, esa aprobación del rey era prácticamente como una orden. El título de lord, barón de la Casa Saitun, ahora era suyo, al igual que la fortuna que lo acompa?aba. También pasaba a pertenecerle Gytha Raouille, la quisiera o no. él estaba allí. La novia estaba allí. La boda había sido preparada y era inminente. No tenía escapatoria.

Todavía sorprendido por el giro que habían dado los acontecimientos, Thayer se permitió sentarse a la mesa, entre John y Gytha, y sólo notó vagamente la presencia de un preocupado Roger, que se había sentado al otro lado de su recién descubierta novia y de una igualmente preocupada Margaret. En ese momento, el estupefacto guerrero sentía algo más que preocupación. Robert se sentó al lado de lady Raouille, con aspecto de estar a punto de estallar en lágrimas. Thayer también sintió un fugaz impulso de desahogarse llorando. A duras penas se dio cuenta de la altísima calidad de la comida y el vino que le sirvieron, mientras luchaba por encontrar una salida a la situación. Pero no se le ocurrió nada.

Gytha echó una mirada a su taciturno novio, vació de un solo trago el contenido de su copa y la llenó de nuevo. Durante toda la cena, procuró que la copa se mantuviera llena, intentando que el vino le aplacara el dolor. Sabía que el enorme disgusto no procedía sólo ni principalmente de su vanidad herida. Era cierto que los hombres siempre habían reaccionado ante ella favorablemente. También era verdad que nunca le había importado mucho ni poco si era así o no. Pero esta vez le importaba. Por primera vez en su vida, sentía un interés honesto y de corazón por un hombre; por primera vez le gustaba de verdad un hombre. Pero ahora era el hombre quien demostraba poco interés por sus sonrisas, e incluso había reaccionado ante la noticia de su próximo matrimonio como si le acabaran de decir que había contraído la peste. Pensando en todo eso, Gytha decidió que lo que necesitaba era ahogar sus penas en vino. Mientras se llenaba de nuevo la copa, hizo caso omiso de los intentos de Margaret de llamar su atención.

Finalmente, Margaret, preocupada en extremo por Gytha, se olvidó de las buenas maneras y se echó hacia atrás, pasando el brazo por detrás de Roger, que parecía muy divertido, y pinchó a su prima con el dedo. La bebedora se volvió al fin a mirarla. El brillo de sus ojos no sirvió precisamente para tranquilizar a Margaret.

—Deja de beber vino como si fueras…

—?Una juerguista? —Gytha sonrió alegremente y bebió un largo trago de su copa de vino—. Esto es una juerga, ?no es cierto? Mi propia juerga, además. Estoy haciendo lo que debo hacer: entregarme al desenfreno.

—Lo que estás haciendo es lo peor que podías hacer.

Gytha miró a Roger, que tenía el rostro iluminado por una amplia sonrisa.

—Dime, se?or, ?qué se supone que debe hacer uno en una juerga?

—Comer, beber y estar contento —le contestó entre risas.

—?Ajá! Ya he comido, ahora estoy bebiendo y me siento muy contenta. ?Ves, Margaret? No hay nada que temer.

Cuando volvió la cara, Margaret trató de pincharla de nuevo, pero Roger la detuvo.

—Deja a la damita tranquila, mi se?ora. No está haciendo nada distinto de lo que hace el resto de la gente.

—Lo que es, de lejos, mucho más de lo que nunca ha hecho. No está acostumbrada. Apenas toma un poco de vino con la cena, nunca ha bebido tanto. No tengo idea de a dónde la llevará semejante exceso, pero temo que no tenga un buen final.