La bella de la bestia

Bayard se rió mientras Thayer miraba a su delicada novia. Estaba seguro de haber percibido un tono sarcástico en sus palabras; pero no podía ser, la chica tenía una cara demasiado dulce, a la que no cuadraba en absoluto una lengua afilada… Sin saber por qué, la suave inocencia que reflejaba su mirada le hizo recelar. Pensó que debería reflexionar sobre ese asunto más adelante.

Thayer dejó que la conversación se desarrollara a su alrededor, mientras escuchaba sólo a medias, sopesaba de nuevo la situación en la cual estaba inmerso, y luchaba por aceptar lo que no tenía más remedio que afrontar. Por tanto, a duras penas pescó la respuesta de su novia a una pregunta de Margaret sobre la boda.

—Veremos qué pasa —refunfu?ó Gytha—, porque puede ser que nos levantemos por la ma?ana y descubramos que el novio ha puesto pies en polvorosa.

Thayer se volvió hacia ella y le lanzó una mirada severa.

—Allí estaré. No es mi costumbre romper un acuerdo.

—?Dios santo! —Gytha se llevó una mano al corazón, en un gesto exageradamente dramático—. El romance llena el aire de esta hermosa noche.

Roger se atragantó con su bebida, y una risue?a Margaret le dio una palmada en la espalda. Sin embargo, a Thayer la ironía de la chica le pareció poco divertida. Fijó la mirada en la copa que sostenía en una mano: el brillo en los ojos de la joven y el rubor que le te?ía las mejillas le dijeron que había bebido demasiado; entonces trató de quitarle la copa, pero el intento sólo le sirvió para descubrir que su futura esposa, además de tener tendencia a usar el sarcasmo, podía ser muy obstinada.

Gytha se aferró con fuerza a la copa cuando Thayer trató de quitársela. Pasó la mirada, alternativamente, de la gran mano a la recia cara de él. Una voz que sonaba dentro de su cabeza le decía que era cierto que había bebido más que suficiente vino, pero otra voz más potente le pedía más y más. Y entonces decidió que no iba a renunciar a su vino. La hacía sentirse mejor y aliviaba un poco el dolor que le causaba la actitud ofensiva de su futuro marido.

Al notar la manera en que Gytha estaba mirando la mano de Thayer, Margaret le pasó rápidamente a Roger un trozo de torta.

—Cuando abra la boca, méteselo dentro —le ordenó.

—?Por qué? —Roger no estaba seguro de si debía obedecer la extra?a petición.

—No hay tiempo para explicaciones. ?Ahora! Hazlo… deprisa.

Justo en el momento en que Gytha estaba cediendo al irrefrenable impulso de hincar los dientes en la mano de Thayer, se encontró con la boca llena de torta. Bizqueó, en un intento de ver qué era lo que le habían metido en la boca, algo que estaba mitad dentro y mitad fuera, y que ella no había pedido. Cuando escuchó la risa ahogada de Margaret mezclada con las carcajadas más francas de Roger, supo que su prima estaba detrás de aquella maniobra para evitar que mordiera la mano de Thayer. No le quedó más remedio que masticar la torta, mientras miraba de cerca a Thayer.

éste tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Se dio cuenta de que era mejor esconder incluso cualquier atisbo de sonrisa. Lo único que debía exigirle a su esposa era obediencia, y sentía que era necesario hacérselo saber desde el principio. Sin embargo, su futuro suegro no le dio la oportunidad de hacerlo.

—Gytha, ni?a mía, ?por qué no le ense?as a sir Thayer los jardines? —John Raouille miró a Thayer, pensando que el hombre era demasiado sombrío para su hija, pero tenía la esperanza de que, si la pareja pasaba un tiempo a solas, las cosas mejorarían—. Mi mujer insistió mucho en que tuviéramos jardines, cuyo único objetivo es deleitar los ojos. Al principio pensé que era una tontería, pero con el tiempo les he ido tomando cari?o.

—Sería mejor verlos de día —murmuró Thayer, adivinando las intenciones de su futuro suegro.

—No hay necesidad de esperar. Los jardines están bien iluminados tanto por las antorchas como por la luz de la luna.

A pesar de que sentía un poco nublada la mente a causa del vino, a Gytha no le costó trabajo entender lo que intentaba hacer su padre. Estaba a punto de responderle que no tenía ganas de conocer mejor a su novio gru?ón cuando vio que Thayer miraba de manera suplicante a Roger, que suspiró y se puso de pie al mismo tiempo que Thayer. Mientras Thayer ayudaba a Gytha a levantarse, ésta le hizo una se?al a Margaret. Si Thayer insistía en tener compa?ía, pues ella también. Margaret se puso de pie con la misma falta de entusiasmo que Roger.

—Pensé que iríais sólo vosotros dos —murmuró John, frunciéndole el ce?o a su hija.

—Papá, si mi prometido ha decidido llevar carabina, me parece mejor que yo haga lo mismo.