La bella de la bestia

—?Hay alguna promesa de deleite que haga que valga la pena el viaje?

—Por supuesto que sí, se?or —Gytha continuó con la conversación porque parecía que a Margaret le habían cortado la lengua—. El vino y la cerveza prometen correr como un río caudaloso. La comida será abundante y exquisita. Y los juglares tocarán tan dulcemente que superarán el canto de las alondras —no pudo contener la risa al oírse decir unas palabras tan grandilocuentes.

—Es natural que así sea, puesto que mi primo dice que se va a casar con el ángel del oeste —Thayer se quedó sin aliento ante la risa dulce y desenfadada de la rubia.

—?Un ángel? —Gytha le lanzó una mirada a Margaret, que había logrado salir de su estupor lo suficiente como para sonreír—. No sé si será para tanto —tomó a Margaret de la mano—. Nos vemos en la casa —le dijo, a modo de despedida, mientras empezaba a correr, riéndose, con Margaret detrás.

—Es una pena que no podamos seguirlas —le dijo Roger a Thayer—. Esta celebración resulta prometedora, al menos por el momento.

Thayer sintió que la pesada carga de la depresión se instalaba sobre sus hombros. Todo su cuerpo y su espíritu entero se habían sentido atraídos por la delicada muchacha con cabellera del color del sol. La respuesta de ella había sido la mejor que le había dado en muchos a?os cualquier chica de alta condición. Sin embargo, sabía que no pasaría de ahí. Con él, no. Empezó a tener miedo a los festejos que estaban a punto de empezar. Le costó trabajo, pero finalmente logró doblegar el repentino impulso de dar media vuelta y echar a correr. No permitiría que una mujercita de grandes ojos azules, por maravillosa e inquietante que fuese, evitara que asistiera a la boda de su primo.

—La peque?a rubia te ha sonreído bastante, ?no? —le dijo Roger, al tiempo que reemprendía la marcha.

—Ha sido amable, eso es todo —espoleó al caballo, para adelantarse a Roger y poner fin a la conversación.

Roger maldijo mentalmente. Thayer tenía una gran confianza en sí mismo, en lo referente a su ingenio y habilidad. Tanto, que casi rayaba en la arrogancia. Pero no tenía la más mínima confianza en su capacidad de relacionarse con las mujeres. Y la culpa de ello, pensó Roger, era sin lugar a dudas de lady Elizabeth Sevilliers. Podría decirse que Thayer había sido un imbécil por enamorarse de semejante mujer. El da?o que le había hecho aquella bruja era indiscutible. Aunque Roger lograse convencerlo de que la rubia había mostrado interés por él, sólo lograría que el hombre pusiera pies en polvorosa. Thayer era el héroe de cualquier batalla, pero, del mismo modo, cualquier bella y bien nacida muchacha era capaz de meterle el miedo en el cuerpo. Elizabeth era una mujer bella y bien nacida.

Roger decidió no desperdiciar aliento y saliva en discusiones inútiles.

—Sí, tal vez. Vamos a conocer, pues, al ángel de William. Qué lugar, qué mujeres, qué campos. Está claro que en estas tierras habrá una magnífica cosecha…

Gytha detuvo su loca carrera en cuanto avistó el hogar. Tanto a ella como a Margaret les llevó unos momentos recuperar el aliento. Al unísono, como si estuvieran de acuerdo, ambas trataron de recolocarse el vestido y arreglarse el peinado. Gytha se dio cuenta de que Margaret necesitaba arreglarse mucho menos que ella, y cuando se hubo retocado lo más posible, vio que llegaban los caballeros que habían conocido un momento antes.

—No se parece nada a William o a Robert —Gytha suspiró mientras veía al enorme pelirrojo desmontar con agilidad y gracia—. Tiene unos ojos muy bonitos.

—Ya lo sé —Margaret suspiró mientras miraba al otro caballero, que se apeaba de la montura al lado del enorme pelirrojo—. Son como el césped, fresco y recién cortado de la tierra.

Gytha miró a su prima con el ce?o fruncido.

—?Verdes? ?Cómo puedes decir que tiene los ojos verdes? —cuando se dio cuenta de que Margaret hablaba del otro hombre, abrió los ojos de par en par y empezó a reírse—. ?Ja, ja! Así que allí fue donde detuviste la mirada…

—?Silencio! Podrían oírnos. ?Quién dices que tiene los ojos bonitos, entonces?

—Pues quién va a ser. El pelirrojo grandullón, por supuesto.

—?El pelirrojo grandullón? Estás bromeando.

Gytha sintió una verdadera necesidad de defender al pelirrojo ante el asombro boquiabierto de su prima, aunque no supo por qué.

—No. No bromeo, tiene unos ojos hermosos. Son de un color muy bonito, un marrón suave y dulce.

—?Dulce? No sé cómo puede ser dulce un color.