La bella de la bestia

—Pobre de mí, más bien. Sin embargo, la cuestión que más ocupa mi mente es la obligación de quitarme la ropa. No me gusta nada la idea de quedarme desnuda.

Margaret bajó la cabeza y fingió concentrarse en el vestido de novia, que, al parecer, necesitaba muchos retoques. A ella tampoco le gustaba la idea de la desnudez de su prima. El cuerpo de Gytha estaba dise?ado para hacer que a cualquier hombre lo invadiera la lujuria. Pese a que ella, al parecer, no se daba cuenta, ésa había sido una de las razones por las cuales la habían custodiado tan celosamente. Por misteriosas causas, lograba ser ágil y esbelta a la vez que sensual y voluptuosa. En innumerables ocasiones, Margaret había visto cómo los ojos de un hombre reflejaban deseo y lujuria ante la mera visión de su prima. Incluso se habían producido algunos incidentes, a pesar de la estrecha vigilancia a que la tenían sometida. En varias ocasiones, Gytha tuvo que retirarse apresuradamente para preservar su virtud. Estaba claro que dejarla desnuda delante de cualquier hombre podía ser altamente peligroso, y no digamos dejarla sola con uno que sabía que tenía derechos sobre ella. Para la pobre Gytha, la noche de bodas podía convertirse en una experiencia violenta y dolorosa.

—él también tendrá que desnudarse —murmuró finalmente Margaret—. Mira —se alejó de su prima—. Serás la novia más bella.

—Es un vestido muy hermoso —Gytha se dio una lenta vuelta frente al espejo—. No necesita ningún ajuste. Me queda perfecto. ?Alguna vez has visto a sir Robert? —sonrió ligeramente ante la mirada desconcertada de Margaret, pues era consciente de que había cambiado de tema sin previo aviso, un hábito que siempre sorprendía a sus interlocutores.

—Sí, y tú también. Es aquel joven que sirvió de escudero a lord William en su última visita.

—Sí, lo recuerdo. Pero lo que quiero es tu opinión sobre él.

—Pues bien, es delgado y atractivo. Callado.

—En fin. Demasiado silencioso, tal vez. En extremo discreto; no podría serlo más. No hago más que preguntarme cuándo lo nombraron caballero, y por qué. No puedo decir que le aporte mucho honor al título. William lo golpeaba constantemente, e igual hacía su tío. Si no recuerdo mal, se pasaba el tiempo tratando desesperadamente de huir de ambos —suspiró—. Bueno, por lo menos no tengo que temer que sea un salvaje. Es más bien dócil.

—Eso ya es mucha ventaja —Margaret ayudó a su prima a quitarse el vestido.

—Tal vez al no tener cerca a su primo ni a su tío, podrá mostrar su lado bueno, lo mejor de su personalidad.

—Hay muchas posibilidades de que así sea.

Muy poco después de que Robert llegara, Gytha empezó a pensar que realmente no había ninguna posibilidad de que ense?ara su lado bueno. Contra lo que imaginaba, el tío de Robert, Charles Pickney, se mantenía cerca del sobrino todo el tiempo. Todo lo que ella pudo descubrir fue que no le gustaba Charles Pickney ni lo más mínimo. Y eso que el hombre parecía esforzarse mucho por agradar. En cuanto tuvo oportunidad, Gytha se escapó de su futuro marido y su sombra, y arrastró a Margaret afuera, a recoger flores.

El día era soleado y tibio, y las tierras que se extendían más allá de la casa estaban llenas de exuberante vegetación, con muchos árboles en flor. A la muchacha se le aligeró el ánimo. Le encantaba la primavera, le fascinaba la promesa que traía de vida y abundancia. Reírse y retozar con su prima la ayudó a olvidarse de sus preocupaciones. Al poco tiempo, parecía más una chica tosca y sin modales que una dama en vísperas de casarse, pero no le importó. Quería olvidarse, aunque fuera por un momento, de Robert, de su tío y de la boda.

Thayer vio a las muchachas jugando en el campo y detuvo su caballo a unos metros de ellas. De inmediato, hizo se?as a sus hombres para que lo imitaran, pues sabía que los más impulsivos eran capaces de ponerse manos a la obra con las mujeres, como machos en época de apareamiento, si se lo permitía. A pesar de la naturalidad que mostraban las jóvenes, notó a simple vista que no se trataba de campesinas, pues llevaban vestidos demasiado refinados. Procurando no asustarlas, empezó a acercarse a ellas cautelosamente, con sus hombres detrás de él. Pronto, las chicas se dieron cuenta de que se acercaban unos desconocidos. Thayer se detuvo cerca a ellas y se quedó pasmado ante la belleza de la peque?a rubia.

—Buenas tardes, se?oritas —la sonrisa que le dirigió Gytha lo dejó sin aliento—. ?Recogiendo flores para la novia?

—Sí. ?Vienen a la boda, se?or? —le pareció fácil sonreír al hombretón pelirrojo, a pesar de que se erguía como una torre sobre ella, sentado como estaba en su enorme corcel negro.

—Así es. Es mi primo el que se casa ma?ana.

Roger coqueteó abiertamente con las dos muchachas.