Temerario II - El Trono de Jade

—Supongo que ésta es la disciplina de la Fuerza Aérea —empezó Barham. Era rencoroso y mezquino por su parte, pues probablemente la desobediencia de Laurence le acababa de salvar la vida. él mismo debía de darse cuenta de ello, y eso le enfurecía aún más—. Bien, Laurence, yo no pienso consentirla ni por un instante. Voy a hundirle por esto. Sargento, arréstele y…

 

 

El final de la frase fue inaudible. Barham empezó a hundirse y a hacerse más y más peque?o; su boca roja se abría y cerraba al gritar como la de un pez boqueando fuera del agua, y sus palabras sonaban cada vez más ininteligibles conforme el suelo se alejaba bajo los pies de Laurence. Temerario le había rodeado entre sus garras con todo cuidado, y las grandes alas negras batían el aire en amplios barridos, arriba, arriba, arriba, a través del sucio aire de Londres, mientras el hollín deslustraba la piel del dragón y salpicaba de manchas las manos de Laurence.

 

éste se acomodó entre las grandes garras y voló en silencio. El da?o estaba hecho, así que pensó que de momento era mejor no pedirle a Temerario que volviera al suelo. Percibía una sensación de auténtica violencia en la fuerza con que batía las alas, una rabia apenas contenida. Volaban muy rápido. Laurence se asomó hacia abajo con cierto nerviosismo cuando aceleraron sobre las murallas de la ciudad. Temerario estaba volando sin arnés ni banderas, y Laurence temía que los ca?ones hicieran fuego contra ellos. Pero las baterías guardaron silencio: Temerario era inconfundible por el negro inmaculado de sus costados y sus alas, roto tan sólo por las marcas de gris madreperla y azul oscuro en los bordes, y lo habían reconocido.

 

O tal vez su vuelo era demasiado rápido para recibir respuesta: dejaron atrás la ciudad quince minutos después de abandonar el suelo, y pronto se hallaron también fuera del alcance de los largos ca?ones de pimienta. Bajo ellos los caminos se ramificaban por la campi?a, espolvoreados de nieve, y el aire olía a limpio. Temerario se detuvo y durante unos instantes quedó suspendido en las alturas, sacudió la cabeza para quitarse el polvo y soltó un sonoro estornudo que hizo dar un respingo a Laurence. Pero a continuación siguió volando a un ritmo menos frenético, y después de un minuto o dos agachó la cabeza un poco para hablar.

 

—?Vas bien, Laurence? ?Estás incómodo?

 

Su voz sonaba demasiado nerviosa para una pregunta tan simple. Laurence le dio unas palmaditas en la pata.

 

—No, estoy muy bien.

 

—Siento mucho haberte arrebatado de esa manera —dijo Temerario, con algo menos de tensión al captar la calidez de la voz de Laurence—. Por favor, no te enfades. No podía dejar que aquel hombre te llevara.

 

—No, no estoy enfadado —respondió Laurence. De hecho, en lo que se refería a su corazón sólo sentía un enorme gozo por estar una vez más en las alturas y sentir la corriente viva de poder que recorría el cuerpo de Temerario, aunque la parte más racional de su ser sabía que aquel estado no podía durar—. Y no te culpo en lo más mínimo por salir volando, pero me temo que ahora tenemos que volver.

 

—No. No voy a llevarte de vuelta con ese hombre —se obstinó Temerario, y Laurence comprendió consternado que estaba luchando contra el instinto de protección del dragón—. él me ha mentido, te ha mantenido alejado de mí y después ha pretendido arrestarte. Tiene suerte de que no le haya aplastado.

 

—Pero, mi querido amigo, no podemos vivir como salvajes —dijo Laurence—. Si lo hacemos, será una conducta inaceptable. ?Cómo crees que vamos a alimentarnos, como no sea robando? Además, eso supondría abandonar a todos nuestros amigos.

 

—Tampoco les sirvo de nada en Londres, sentado sin hacer nada en una base secreta —replicó Temerario. Tenía razón, y Laurence no supo qué contestarle—. Pero mi intención no es vivir en estado salvaje. Aunque —a?adió en tono melancólico— la verdad es que sería divertido hacer lo que nos diera la gana, y no creo que nadie echara de menos unas cuantas ovejas aquí o allá, pero no vamos a hacerlo cuando hay una batalla inminente.

 

—Oh, no —dijo Laurence. Entrecerró los ojos para mirar al sol y se dio cuenta de que volaban rumbo sureste, directos a su antigua base en Dover—. Temerario, no nos van a dejar combatir. Lenton me ordenará que regrese a Londres, y si le desobedezco te aseguro que me arrestará tan rápido como Barham.

 

—No creo que el almirante de Obversaria te arreste —repuso Temerario—. Ella es muy agradable y siempre me trata de forma amable, y eso que tiene muchos más a?os que yo y además es la dragona insignia. Aparte, si lo intenta, también están allí Maximus y Lily, y seguro que me ayudan. Y como ese hombre de Londres intente acercarse a ti y apartarte de mi lado otra vez, le mataré —a?adió, con una alarmante sed de sangre.

 

 

 

 

 

Capítulo 2