Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)

—Que Aegan es el futuro político, Aleixandre el futuro social y Adrik el futuro humanitario.

Dash soltó una risa. Por alguna razón, Artie no. Ella solo bebió de su vaso y miró hacia otro lado. Notar nuevamente ese gesto de inquietud hizo que ignorara el que hizo Dash al comentar:

—Yo solo creo que son el futuro de las mentiras.

Kiana le dio un codazo rápido que me impidió preguntar a qué se refería.

—Ya basta de hablar de esos engendros, ?sí? —dijo Kiana con exigencia. Luego puso su atención en mí—: Jude, es momento de que le des un buen trago a tu cerveza, y no te puedes negar porque es la ley estudiantil que todos tenemos que cumplir para pasar la iniciación que me acabo de inventar. Vamos.

Tras la presión de sus miradas y el silencio insistente, acepté.

Y ese fue el primer error.

No.

Tal vez fue el GRAN error.

—Por la iniciación —repetí justo cuando los cuatro decidimos chocar nuestros vasos.

Fue la de iniciación, sí, pero de otra ronda más.

Apenas probé la cerveza, mis papilas gustativas gritaron como Minions: ??Está riquísima!?, y exigieron más, y bueno, tuve que darles lo que querían, por lo que una hora después ya me había bebido tres vasos. Parecían pocos, pero fueron suficientes para hacerme sentir el delicioso mareo producido por el alcohol. Si no me emborraché demasiado, fue porque me los bebí y porque fui a vaciar la vejiga más de tres veces... cofcofdetrásdeunárbolcofcof.

Para cuando me detuve a pensar en que debía parar, tuve que admitir que me lo estaba pasando bien. No había soltado nada revelador, y Kiana, Dash y Artie eran más agradables de lo que había esperado. Entendían el sarcasmo y no alardeaban de nada que tuvieran. Y no hablaban de los Cash. Estaban igual de medio ebrios que yo, así que nos reíamos a carcajadas, ?y ni siquiera sabíamos de qué!

Me pregunté si podría llevarme bien con ellos justo como lo haría una chica normal.

Aunque no sé por qué quise creer que yo era normal.

Unos silbidos de apoyo interrumpieron de repente nuestras risas sin sentido. Había pasado una hora. En cuanto echamos un vistazo curioso, unas mesas más allá vimos que Aegan y Adrik habían llegado. Junto a un par de chicos más, estaban a punto de tomar asiento. En esa ocasión no me fijé en ellos, sino en uno de los otros dos. Uno que estaba de pie junto a la silla donde iba a sentarse Aegan y que no parecía tener intención de unirse a lo que sería el juego.

Era el tercer hermano, Aleixandre. No me preguntes cómo lo supe, solo lo supe. Tenía la pinta de ser el peque?o: un poco más delgado, con el mismo aire imponente y llamativo de sus hermanos, pero con el cabello perfectamente peinado hacia atrás y una mirada chispeante, juguetona. Su ropa marcaba una diferencia de estilo entre los otros: camiseta color turquesa con lo que yo llamaba pantalón de príncipe, es decir, pantalón caqui (porque, ?has visto a algún miembro de la realeza o a algún príncipe de las películas de Disney sin pantalón caqui?). Ah, y los zapatos más impecables que había visto en mi vida.

Ni terremoto ni calma. Ese chico parecía ser el último nivel: la salvación.

Así que ya vistos los tres, pude distinguirlos de esta manera:

Aegan: efusividad.

Adrik: indiferencia.

Aleixandre: diversión.

—?Qué sucede? —pregunté, curiosa.

—Seguro que van a jugar a póquer —contestó Dash, mirando hacia la mesa—. Aegan es condenadamente bueno. Cuando juega, no hay oportunidad para nadie.

—Pero había dejado de hacerlo —a?adió Artie, un poco confundida— porque nadie quería jugar en una mesa en la que estuviera él.

—?Es que no lo sabes? —le resopló Kiana—. Aegan no puede pasar más de una semana sin superar a alguien en algo, le sale urticaria.

En total, en la mesa se sentaron siete chicos, incluyendo a Adrik y a Aegan. Uno sacó un mazo de cartas y comenzaron a repartirlas como auténticos profesionales. Mientras, noté que Aleixandre se inclinó para que Aegan le dijera algo al oído. Tras eso, Aleixandre asintió e inesperadamente se alejó de allí en alguna dirección.

Hum... Raro.

—Vamos a acercarnos a mirar la partida —propuse de pronto, y como todos se me quedaron mirando, a?adí—: ?Se puede?

—Bueno, a veces alguien pierde todo el dinero y se oye cuando le hace la llamada a papi. —Dash alzó los hombros—. Es divertido.

Las chicas compartieron mirada y aceptaron. Por un momento, Artie dudó, pero terminó por aceptar. Aunque no fuimos los únicos que tuvimos esa idea. Mucha más gente terminó por arremolinarse alrededor de la mesa, y al final la partida se convirtió en un espectáculo público.

La luz en aquel sector del enorme terreno no era muy buena, pero aproveché el estar tan cerca de ellos para saciar mi curiosidad sobre los Cash. Encontré rápidamente otras diferencias:

La nariz de Adrik era recta. La nariz de Aegan tenía una ligerísima curva.

La mirada de Adrik era cautelosa, fría, difícil de descifrar. La mirada de Aegan era chispeante, astuta, burlona.

Adrik parecía estudiar los movimientos de los demás. Aegan parecía demasiado seguro de su victoria.

Adrik = enigma.

Aegan = desafío.

Bien, mi cerebro alcoholizado no daba para descripciones más ingeniosas, de modo que terminé por concentrarme en el juego. Miré en silencio, tomando tragos de mi vaso. Los participantes y los espectadores observaban las cartas y luego miraban a Aegan. No le prestaban atención a nadie más, porque ese en realidad era el entretenimiento: ver cómo Aegan hacía perder al resto, lo cual al mismo tiempo hacía que la partida fuera un chiste sin sentido. No había apuestas arriesgadas, porque todos podían perder lo que quisieran. Tampoco había tensión alguna, porque se sabía que Aegan ganaría.

él también estaba seguro de ello. Toda su cara lo decía. Sus ojos entornados sonreían de forma burlona y en ellos brillaba una insoportable suficiencia, la molesta seguridad del éxito.

Adrik y él hicieron una apuesta moderada que el resto pudo igualar, y después hubo un poco de acción. Manos. Apuestas más grandes. Billetes. Gestos leves, pero significativos. Silencio. Algún que otro susurro.

Hasta que llegó el momento de la confrontación final.

última mano. última ronda. última apuesta.

Y parecía que todo terminaría normal...

Hasta que uno de los jugadores vomitó.

De forma inesperada, el chico se inclinó hacia un lado justo cuando tenía que hacer su apuesta y descargó todo lo que había estado bebiendo. ?Por nerviosismo? ?Porque había llegado a su límite? Ni idea, pero los que estaban ubicados detrás de él se apartaron lanzando un grito de asco.

El muchacho se irguió aún con los labios húmedos por los asquerosos fluidos. Demostró ser consciente de lo que había hecho, miró a ambos lados como si temiera ser reprendido por alguien, y luego se desplomó en el suelo sobre su propio charco de repugnante vómito.

Todo el mundo se quedó en silencio.

Las miradas alternaron entre el vómito y el cuerpo desplomado.

Y luego estallaron en carcajadas, pitos, burlas y choques de vasos y botellas.

—?David está fuera! —vociferó Aegan entre risas, demasiado divertido y relajado en la silla. Su voz era enérgica, confiada, de esas que jamás iban a titubear, perfectamente hecha para la imagen de seguridad que daba—. ?Alguien quiere tomar su lugar o cerramos con tres?

Lanzó la pregunta, de manera general, a todos los que estaban mirando la partida. Aegan esperó con una odiosa pero triunfal sonrisa en el rostro. Los espectadores se hicieron la gran pregunta: ??Quién se atreverá a tomar el lugar del chico vómito??. Era una buena oportunidad porque la mesa estaba repleta de billetes verdes y grandes que sustituían las fichas. La última apuesta alcanzaba los mil dólares, y los tres jugadores anteriores habían decidido abandonar.

Pero también era un enorme riesgo porque ahora solo quedaban Aegan, Adrik y otro chico, que estaba demasiado nervioso como para hablar y que incluso sudaba.

La gente se miró las caras.

Esperaron a un valiente.

Y esa valiente fui yo.

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