Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)

Me fue imposible hablar y caminar al mismo tiempo, así que me detuve y primero me fijé en el chico que atendía la caseta. Tenía un camino de tatuajes que se iniciaba en su mu?eca derecha y se perdía en su ascenso por el resto del brazo, y llevaba su cabello azabache rapado por los lados y más abundante por arriba. Era uno de esos chicos que, al entrar en un lugar, lo dominan por completo. Uno de esos chicos que parecen el endemoniado sol, porque te dan ganas de mirarlos, pero cuando lo haces te causa dolor ocular tanta energía, tanto poder, porque sí, ?poder? siempre ha sido la palabra perfecta para empezar a describirlo.

Desprendía un carácter autoritario mientras discutía con el chico que lo acompa?aba dentro de la caseta. No estaban montando ningún escándalo, pero yo noté que discutían porque su boca no paraba de moverse con tensión. Vi incluso el momento en el que perdió la paciencia, le arrancó al otro chico el cigarrillo que sostenía entre los labios y, furioso, lo lanzó al suelo.

Me fijé entonces en el tipo del cigarrillo. Era un poco más delgado, tenía el pelo del mismo color negro azabache que el de los tatuajes, pero lo llevaba más largo y con un corte desenfadado. Al contrario del primero, su cara era menos expresiva. Su boca era una línea seria y sus cejas espesas no indicaban nada, por lo que era muy difícil saber si la discusión le afectaba de algún modo. Su ropa era toda oscura y no parecía tener intención de dar respuesta alguna a las palabras que le estaban soltando.

En donde el otro parecía un terremoto en curso, este era la insospechada calma que precede a una catástrofe.

—?Ya has salido del hechizo Cash? —escuché a Artie preguntarme de repente.

Salí de mi análisis con brusquedad y la miré, pesta?eando. Me di cuenta de que sus ojos también apuntaban hacia los dos chicos de la caseta.

—?Qué? —No la había entendido—. ?Qué hechizo? ?De qué hablas?

Ella soltó una risa de ?no pasa nada?.

—Te has quedado mirando a los hermanos Cash, y eso es lo que dicen que te sucede cuando los ves por primera vez —explicó divertida, muy obvia—. Te quedas atontada por un rato, no puedes apartar la mirada y piensas: ??Son reales??. Y sí, son tan reales como que te tiemblan las piernas en este momento.

Bueno, mis piernas se habían detenido, nuestro recorrido por la feria del parque se había pausado y me había quedado como suspendida mirándolos. Había sido una... ?mezcla de sensaciones? Sí, confusa.

—?Hermanos Cash? —pregunté, más desconcertada.

—Lo sé, a veces es mejor hacer como que no sabes quiénes son —resopló ella.

La miré con incredulidad.

—No sé quiénes son.

Por un instante Artie no se lo creyó, pero cuando notó que me la quedé mirando a la espera de una explicación sobre ellos, pesta?eó, desconcertada, e incluso emitió una risa extra?a.

—?Es en serio?

Curvé la boca hacia abajo y asentí. Sip.

—Por cómo lo dices, ahora quiero saberlo todo sobre ellos.

Me miró un instante más, medio ce?uda, intentando entender algo en mí.

—Eres rara, Jude —resopló como si fuese un buen chiste—. ?Cómo no vas a conocerlos? Acuérdate del escándalo Cash.

—Tampoco sé qué es el escándalo Cash —admití.

A Artie le costaba creérselo y se formó un extra?o momento en el que ella no supo qué decir ante mi desorientación social y yo no supe qué excusa usar. Hasta que insistí:

—Pero cuéntame, vamos, parece interesante. ?Quiénes son esos Cash?

Oh, esa pregunta...

Esa maldita pregunta.

Artie suspiró como una maestra que debía dar explicaciones extras a su alumno nuevo porque no tenía ni idea de cómo eran las cosas en la escuela. Y empezó a contarme:

—Bueno, ?te has fijado que siempre suele haber un grupo de personas absurdamente ricas y poderosas? Pues ellos son nuestros absurdamente ricos y poderosos. Su apellido es famoso por ser el de una larga saga de políticos reconocidos.

—?Al estilo de los Kennedy? —Enarqué una ceja en plan jocoso.

—Un poco —asintió más seria que yo—. Su padre, Adrien Cash, es una persona muy influyente con mucha visibilidad social y un enorme poder político. Así que eso, ellos son la élite que está por encima de la élite normal.

—La élite peligrosa —me permití definir mejor.

Artie asintió e hizo un gesto con la cabeza en dirección a los dos hermanos. El de los tatuajes se pasó la mano por el cabello como para recuperar postura y luego se giró hacia el frente de la caseta, en donde unas chicas entusiasmadas se acababan de acercar a mirar. Sorprendentemente, él apoyó los brazos en el mostrador de la caseta y esbozó una sonrisa muy ancha para atenderlas. Tenía una boca grande, irónica, con comisuras maliciosas.

—Ese es Aegan, el mayor, y va a tercero de Ciencias políticas —lo identificó Artie para mí—. Es el presidente de la mayoría de las organizaciones, clubes, sociedades..., de todo; literalmente, de todo.

Pasó a se?alarme con disimulo al siguiente, que seguía al fondo de la caseta como ausente, distante, quizá un poco malhumorado.

—Ese con esa cara de ?no me hables, por favor? es Adrik —siguió—. Va a segundo de Ciencias empresariales. No es tan extrovertido como Aegan, sino más... ?solitario? No lo sé, pero con él no podrías tener una conversación banal.

De forma inesperada, mientras Aegan se concentraba en las chicas, Adrik sacó de su bolsillo otro cigarrillo y se lo acercó a la boca con una lentitud perezosa. Ni siquiera prestó atención a su hermano. Miró en la dirección contraria. Y expulsó el humo; las líneas flotaron frente a su perfil, indiferentes, pero estilizadas.

—Finalmente, hay un tercero: Aleixandre —agregó Artie—. Es el menor, y va a primero de Relaciones internacionales, pero al parecer no anda por aquí. él es más sociable. Tiene un canal en YouTube donde hace videoblogs y cosas así. Tiene dos millones de suscriptores y le gusta alardear de ello.

Para finalizar, Artie dijo en tono dramático:

—Se les conoce como los Perfectos mentirosos.

Pude haberme reído, pero habría arruinado el tono dramático de las presentaciones. Tres chicos guapos con un apodo estúpido, ?eh? ?No podía faltar!

—?Por qué les llaman así? —quise saber.

—Pues porque son muy buenos en hacerte creer que les gustas y luego mandarte a la mierda —respondió abrupta.

Esperé más detalles, pero Artie se encogió de hombros. Creí detectar algo de molestia en la forma en que miró primero a Adrik y luego a Aegan, pero no quise profundizar. Apenas la conocía.

—?Literalmente o...? —dije, al final, en un intento de que me explicara un poco más.

—Es que ellos salen con las chicas solo durante noventa días —dijo, nuevamente con cierta inquietud—. No más. Es como... una regla. Se termina el plazo, y listo, como si nunca hubiesen sentido nada por ellas.

Fruncí el ce?o y la miré como si acabara de decirme que tenía tres tetas.

—?Existe alguien que acepte eso? —pregunté, mirándola con detenimiento. Esperaba que dijera: ?Claro que no, Jude, es broma. Ya quedó atrás esa era en la que había que ser tan tontas con los hombres?.

Pero no recibí esa respuesta.

—Te sorprenderías... —resopló Artie, de nuevo con un encogimiento de hombros, dando a entender que allí era lo más normal—. Puedes oír a las chicas diciendo que no saldrían con ellos, pero en cuanto se les acercan, ninguna se niega, porque salir con ellos es una oportunidad que va más allá de lo romántico. Te da estatus, visibilidad. Supongo que lo entiendes, ?no?

?Entenderlo? ?De verdad? Claro que no, pero me limité a asentir, precavida con mis respuestas. Después, con lentitud y con la misma expresión, volví a mirar a los hermanos. Adrik ahora miraba a Aegan, quien hablaba sin parar con las chicas y les mostraba una hoja. Ellas estaban encantadas con su, al parecer, efusiva y apasionada explicación.

Sentí ganas de coger una piedra y lanzársela a Aegan como una peque?a se?al de protesta por sus costumbres, pero eso tendría consecuencias. Malas. Y no podía arruinar mi ingreso en Tagus. No tendría esa oportunidad dos veces.

—Pues no me parecen tan sorprendentes —le comenté—. Son atractivos, pero chicos guapos los hay en todas partes.

La sonrisa de Artie adquirió un aire un tanto amargo.

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