Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)

Todos miramos hacia la entrada. Ya con quince minutos de clase iniciada, Adrik Cash se encontraba de pie bajo el marco de la puerta. Sostenía su mochila con una mano, y lo envolvía un aire somnoliento, con el cabello demasiado desordenado. No tenía cara de querer estar ahí. De hecho, parecía que acababa de levantarse y que había ido a clase solo para que no le pusieran falta.

En cualquier otro caso, era obvio lo que debía suceder ahora: una reprimenda de la profesora y la prohibición de entrar, pero no era así para los Cash. Nunca era igual para ellos. Yo no lo sabía del todo en ese momento. Lo fui descubriendo poco a poco. Era como si el mundo se obligara a funcionar diferente para adaptarse a lo que fuera mejor para los tres hermanos. Eran impunes a lo que se solía castigar. Tenían puertas abiertas donde solo había muros para otros. Eran superiores solo por su sangre y su historia.

Así que la profesora le dedicó una sonrisa afable, sin reproche. Incluso me dio la impresión de que se alegraba de verlo allí.

—Cash, pase —le dijo, se?alando el interior del aula—. Ya se me hacía raro que no estuviera aquí. Me temo que se perdió la elección de parejas; trabajará con Derry, que ha sido la única que se quedó sola.

El silencio fue sepulcral.

—?Es necesario? —preguntó él tras un momento.

—Sí, esta vez no lo dejaré trabajar solo. —No dio derecho a réplica la profesora—. El trabajo en grupo es importante.

Pensé que diría algo más, pero Adrik avanzó hacia la mesa sin decir palabra, todavía casi arrastrando la mochila. Algunos se susurraron cosas y luego me miraron. Yo me mantuve quieta, sin dejar traslucir nada que pudiera dar de qué hablar.

Llegó hasta el lugar vacío y se sentó a mi lado. Dejó caer la mochila, colocó los antebrazos sobre la mesa y miró al frente. Una suave brisa que olía a loción de afeitar masculina me golpeó la cara y amenazó con causarme alergias. Nota que no necesitas: casi todo me hacía estornudar y terminaba enojada por estornudar tanto.

La clase continuó.

—Anoten los nombres de los autores que estudiaremos este semestre —explicó la profesora, de espaldas a nosotros—. Mientras tanto, tomen una hoja y pregunten a su compa?ero sus gustos literarios.

Abrí mi libreta y saqué una hoja. Tomé un bolígrafo, hice dos columnas con nuestros nombres y me quedé en silencio por un instante. La verdad era que no quería preguntarle nada a Adrik. Otro de mis grandes defectos: era orgullosa, pero eso seguramente ya lo notaste, jejé.

Igual no fue necesario.

—El retrato de Dorian Gray —dijo él de repente, sin mirarme.

Me dejó extra?ada. A mí también me gustaba mucho ese libro. No había leído todos los libros del mundo, claro, pero durante un largo tiempo en el que no había tenido ganas de socializar con nadie, leer se convirtió en uno de mis refugios, y ese tipo de historias que reflejaban los errores y la podredumbre humana eran de mis favoritas.

Anoté el título en las dos columnas. Después golpeé la hoja con la punta del bolígrafo, pensativa.

—?Por qué te gusta? —no pude evitar preguntar.

Adrik se tomó su tiempo. Incluso pensé que iba a ignorarme como el resto de los alumnos, pero un momento después alzó los hombros.

—Te ense?a que puedes ser casi perfecto por fuera, y en realidad estar malditamente podrido por dentro —respondió sin más. Me fijé en que tenía una voz suave y taimada. Comparada con la potente y enérgica voz de su odioso hermano, la suya era intrigante y, por desgracia, era placentero escucharla.

En cuanto al libro, otra sorpresa para mí, yo opinaba lo mismo.

Las palabras salieron solas de mi boca:

—Y que el poder corrompe el alma.

—Que el poder, en realidad, es una debilidad —asintió él.

Entonces giró la cabeza y me observó. Tenía los ojos de un gris oscuro, nubloso, plomizo. Unas tenues ojeras le daban aspecto cansado. La comparación con su hermano fue inevitable: mientras que la mirada de Aegan era desafiante y estaba rebosante de altivez, la de Adrik era penetrante, un tanto misteriosa, difícil de sostener, pero interesante...

Era un Cash.

No debía olvidar que era un Cash. Y con los Cash había que ir con cuidado. Siempre.

—Bien. —Carraspeé y devolví la mirada a la lista—. ?Otro?

—Estuve leyendo Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. Es un relato corto, pero sería interesante ver qué opinan.

—?Lees al Marqués de Sade? —le pregunté, ce?uda.

él alzó los hombros con indiferencia y se apoyó en el respaldo de la silla, muy relajado. De forma distraída y aburrida, comenzó a rascar la mesa con la u?a del dedo índice.

—?Y qué si lo hago?

—Es repulsivo —opiné.

—Exacto.

—Debí imaginarlo... —murmuré, negando con la cabeza mientras escribía el título.

Adrik soltó una risa apática que pareció más un resoplido. Giré los ojos. él, su hermano y todo lo que representaban estaban empezando a revolverme el estómago de una forma desagradable, pero debía calmarme. No podía estar a la defensiva con tanta obviedad. Acababa de llegar, se suponía que no tenía ninguna razón para detestarlos tanto, ?no? Así que debía comportarme.

—Solo dime otro libro —pedí, seca.

—Expiación de Ian McEwan.

—Uno que sí hayas leído —me corregí.

—?Por qué piensas que no he leído ese libro? —inquirió como respuesta.

—Pues porque no —contesté simplemente.

Hubo una leve elevación en su comisura derecha que dio la impresión de ser una peque?ísima sonrisa, aunque no pude identificar de qué tipo era. ?Diversión? ?Burla? ?Nada?

—No te parece posible que yo pueda leer un libro de ese tipo solo porque he dicho que he leído algo del Marqués de Sade, ?verdad? —replicó, tranquilo, pero al mismo tiempo algo afilado.

—No, no es... —intenté defenderme, pero Adrik continuó:

—?O es que ahora crees que siempre leo cosas del estilo del Marqués de Sade?

—Que no, es que...

Adrik se inclinó hacia delante y apoyó el codo en la mesa para hablar conmigo con un aire más confidencial. Fijó sus ojos grises en mí. Fue intimidante, y yo no me intimidaba con facilidad.

—Odio al Marqués de Sade —me susurró, serio—. Es tan repulsivo. Son solo perversiones y fantasías frustradas escritas para aliviarse, pero... al lector real le interesa leer cualquier tipo de libro. No quiere decir que todos vayan a gustarle, quiere decir que es abierto, que es curioso, que da oportunidades, y sobre todo que no pierde el tiempo criticando sin bases o apoyando las absurdas críticas de otros, porque forma su propia opinión y le basta con eso. A mí me basta con eso. —Y concluyó con—: ?No pudiste imaginar que esas eran mis razones o es que te resulta más fácil juzgar a las personas solo porque les gustan las cosas que a ti no te gustan?

Con eso me dio dos fuertes y triunfantes bofetadas mentales.

Pero me negaba a quedarme callada porque primero muerta y calcinada que derrotada por alguien. Exhalé y sacudí la cabeza, abrumada por la rapidez de sus palabras.

—No, espera —me apresuré a decir, reacomodándome, lista para entrar en debate—. Solo creí que no leerías algo así porque eres...

—?Un Cash? —completó al instante.

Pesta?eé, incrédula.

—Pues... sí.

—Vaya —se rio con una risa casi imperceptible, pero de sorpresa.

Ni siquiera me dio tiempo de decir algo más. Alzó la mano hacia Lauris y dijo en voz alta:

—Profesora, ?puedo trabajar solo este semestre? —Toda la atención del aula recayó en él. Lauris dejó de escribir en la pizarra y lo miró con curiosidad—. Es que mi compa?era cree que por mi apellido soy un estúpido y que por mis gustos soy un enfermo repulsivo. Y, la verdad, eso me parece muy prejuicioso.

Otra bofetada.

La clase entera me miró. Algunos se taparon las bocas para reprimir las risas, pero aun así se oyeron unas cuantas. Me ardió la cara de indignación y vergüenza, y de nuevo me sentí el centro de un asunto que podía empeorar solo para mí.

Apreté el bolígrafo con fuerza.

—?No es verdad! —me defendí rápidamente, negándome a parecer una estúpida—. No es cierto. Yo solo dije que... Quise decir que...

Pero sí había quedado como estúpida. No pude salvarme. Me quedé cortada porque en realidad no podía decir mis razones para considerar a Adrik un idiota, no las más lógicas, y todos lo notaron.

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