Humo yespejos

Lo más importante que hay que saber sobre sus dos primeros a?os de matrimonio es que fueron bastante felices. De vez en cuando re?ían y, ocasionalmente, tenían una discusión tremenda por muy poca cosa que solía acabar en una reconciliación llena de lágrimas y, entonces, hacían el amor y se quitaban las lágrimas a besos el uno al otro y se susurraban al oído disculpas sinceras. Al final del segundo a?o, seis meses después de que dejara de tomar la píldora, Belinda descubrió que estaba embarazada.

 

Gordon le compró una pulsera con incrustaciones de rubíes diminutos y convirtió el cuarto de los invitados en el de los ni?os, empapelándolo él mismo. El papel pintado estaba cubierto de personajes de canciones infantiles, con la peque?a Bo Peep y Humpty Dumpty y el Plato que se escapaba con la Cuchara, repetidos una y otra vez.

 

Belinda volvió a casa del hospital, con la peque?a Melanie en su capazo, y la madre de Belinda vino a pasar una semana con ellos y durmió en el sofá de la sala.

 

Habían pasado tres días cuando Belinda sacó el archivador para ense?arle a su madre los recuerdos de la boda y para rememorar aquel día. Parecía que su boda hubiese ocurrido hacía ya tanto tiempo. Sonrieron al ver aquella cosa marrón y seca en que se había convertido la rosa blanca y se regocijaron al leer el menú y la invitación. En el fondo de la caja había un sobre grande y marrón.

 

—?La boda de Gordon y Belinda? —leyó la madre de Belinda.

 

—Es una descripción de nuestra boda —dijo Belinda—. Tiene mucha gracia. Incluso hay una parte sobre la proyección de diapositivas de papá.

 

Belinda abrió el sobre y sacó la hoja de papel crema. Leyó lo que estaba escrito en el papel e hizo una mueca. Entonces lo guardó sin decir nada.

 

—?No puedo verla, cielo? —preguntó su madre.

 

—Creo que Gordon me ha gastado una broma —dijo Belinda—. Y no es de muy buen gusto, la verdad.

 

Belinda estaba sentada en la cama aquella noche, dando de mamar a Melanie, cuando le dijo a Gordon, que estaba mirando con sonrisa de tonto a su mujer y a su hija recién nacida, ?Cari?o, ?por qué escribiste esas cosas??

 

—?Qué cosas?

 

—En la carta. Aquello de la boda. Ya sabes.

 

—No, no sé.

 

—No me ha hecho ninguna gracia.

 

él suspiró.

 

—?De qué estás hablando?

 

Belinda se?aló el archivador, que había traído arriba y colocado sobre el tocador. Gordon lo abrió y sacó el sobre. ??Siempre ha puesto esto en el sobre??, preguntó. ?Pensé que ponía algo sobre nuestra boda?. Entonces sacó y leyó la hoja de papel con los bordes rasgados y arrugó la frente. ?Yo no he escrito esto?. Le dio la vuelta al papel y miró el lado en blanco como si esperase ver alguna otra cosa escrita ahí.

 

—?No lo escribiste tú? —preguntó ella—. ?De verdad que no? —Gordon negó con la cabeza. Belinda le limpió al bebé un chorrito de leche que le caía por la barbilla—. Te creo —dijo—. Pensé que lo habías escrito tú, pero no lo hiciste.

 

—No.

 

—Déjame verlo otra vez —dijo ella. él le pasó el papel—. Es tan raro. No tiene ninguna gracia y ni siquiera es cierto.

 

Escrito a máquina en el papel había una breve descripción de los dos a?os anteriores de Gordon y Belinda. No habían sido dos a?os buenos, según la hoja mecanografiada. Seis meses después de haberse casado, a Belinda le mordió un pequinés en la mejilla y fue tan grave que tuvieron que suturarle la herida. Le había quedado una cicatriz muy fea. Peor que eso, se le habían da?ado los nervios y empezó a beber, quizá para aplacar el dolor. Sospechaba que a Gordon le repugnaba su cara, mientras que el bebé recién nacido, decía el papel, era un intento desesperado de unir a la pareja.

 

—?Por qué tenían que decir algo así? —preguntó ella.

 

—?Quiénes?

 

—Quien quiera que haya escrito esta cosa horrible —se pasó un dedo por la mejilla: estaba perfecta y sin marcas. Era una mujer joven y muy hermosa, aunque en aquel momento se la veía cansada y frágil.

 

—?Cómo sabes que son más de uno?

 

—No lo sé —dijo ella, pasando al bebé al pecho izquierdo—. Parece cosa de más de uno. Escribir eso y cambiarlo por la carta vieja y esperar a que uno de nosotros lo leyera… Vamos, Melanie, peque?a, ya está, eres una ni?a estupenda…

 

—?La tiro?

 

—Sí. No. No lo sé. Creo que… —le acarició la frente al bebé—. Guárdala. Tal vez la necesitemos como prueba. Me pregunto si fue Al quien lo organizó.

 

Al era el hermano menor de Gordon.

 

Gordon volvió a poner el papel en el sobre y puso el sobre en el archivador. Lo metieron debajo de la cama y, más o menos, lo olvidaron.

 

Entre que tenían que dar de comer a Melanie por la noche y que ésta lloraba constantemente, ya que era propensa a los cólicos, ninguno de los dos durmió mucho durante los meses siguientes. El archivador se quedó debajo de la cama. Y entonces a Gordon le ofrecieron un trabajo en Preston, a varios cientos de kilómetros al norte y, ya que Belinda estaba de baja laboral y no tenía planeado volver de inmediato al trabajo, la idea le atrajo bastante. Así que se mudaron.

 

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