Humo yespejos

Pronto, el regalo de boda no era más que unas virutas negras de ceniza que bailaban con las corrientes ascendentes y subían por la chimenea, como una carta de un ni?o a Santa Claus, para perderse en la noche.

 

Belinda se recostó en la silla y cerró los ojos y esperó a que la cicatriz le brotara en la mejilla.

 

Así que éste es el cuento que no escribí para la boda de mis amigos. Aunque, por supuesto, no es el cuento que no escribí, ni siquiera es el cuento que me había propuesto escribir cuando lo empecé, algunas páginas atrás. El cuento que pensé que me proponía escribir era mucho más corto, mucho más como una fábula, y no acababa así. (Ya no sé cómo terminaba. Tenía algún final, pero una vez que el cuento estaba en marcha el final verdadero se hizo inevitable.)

 

La mayoría de los cuentos de este volumen tienen eso en común: el sitio donde acabaron llegando no era adonde yo esperaba que fuesen cuando los empecé. A veces la única forma de saber que un cuento había finalizado era cuando ya no quedaban palabras para escribir.

 

Leyendo las entra?as: un rondel

 

Los editores que me piden cuentos sobre ?…lo que quieras. En serio. Cualquier cosa. Simplemente escribe el cuento que siempre has querido escribir? casi nunca consiguen que les dé nada.

 

En este caso, Lawrence Schimel me escribió para pedirme un poema de introducción para su antología de cuentos sobre la predicción del futuro. Quería una de las formas poéticas con versos repetidos, como una villanela o un pantum, que recordase el modo en que inevitablemente llegamos a nuestro futuro.

 

Así que le escribí un rondel sobre los placeres y los peligros de la adivinación y puse a modo de introducción el chiste más triste de A través del espejo. No sé por qué, pero parecía un punto de partida excelente para este libro.

 

Caballería

 

Tenía una mala semana. El guión que se suponía que debía escribir no quería salir y me había pasado días delante de una pantalla blanca, escribiendo de vez en cuando una palabra como la y mirándola durante una hora más o menos, para luego, despacio, letra a letra, borrarla y escribir y o pero en su lugar. Entonces salía sin guardar los datos. Ed Kramer me llamó y me recordó que le debía un cuento para una antología sobre el Santo Grial que estaba editando con el omnipresente Marty Greenberg. Y al ver que no ocurría nada más y que este cuento estaba vivo en alguna parte de mí, dije que por supuesto.

 

Lo escribí en un fin de semana, un don de los dioses, fácil y con sabor a gloria. De pronto era un escritor transformado: me reía ante el peligro y escupía a los zapatos del bloqueo mental del escritor. Entonces me senté y me quedé mirando tristemente la pantalla blanca durante otra semana, porque los dioses tienen sentido del humor.

 

Hace varios a?os, en una gira para firmar libros, alguien me dio un ejemplar de un trabajo académico sobre la teoría del lenguaje feminista que comparaba y contrastaba ?Caballería?, ?La dama de Shalott? de Tennyson y una canción de Madonna. Algún día espero escribir un cuento llamado ?El hombre lobo de la Sra. Whitaker? y me pregunto qué clase de trabajos podría motivar.

 

Cuando hago lecturas en directo, tiendo a empezar con este cuento. Lo encuentro muy agradable y disfruto leyéndolo en voz alta.

 

Nicholas era…[1]

 

Cada Navidad recibo tarjetas de pintores. Las pintan o las dibujan ellos mismos. Son objetos hermosos, monumentos a la creatividad inspirada.

 

Cada Navidad me siento insignificante y avergonzado y sin talento.

 

Así que un a?o escribí esto, lo escribí pronto para Navidad. Dave McKean lo caligrafió con elegancia y se lo envié a todos los que se me ocurrieron. Mi tarjeta.

 

Tiene exactamente 100 palabras (102, incluyendo el título) y fue publicada por primera vez en Drabble II, una colección de cuentos de 100 palabras. No dejo de pensar que quiero hacer otro cuento para una tarjeta de Navidad, pero siempre estamos a 15 de diciembre cuando me acuerdo, así que lo dejo para el a?o siguiente.

 

El precio

 

Mi agente literaria, la Sra. Merrilee Heifetz de Nueva York, es una de las mejores personas del mundo y sólo una vez, si mal no recuerdo, me ha sugerido que debería escribir un libro en particular. Esto fue hace algún tiempo. ?Escucha? —dijo—, ?los ángeles tienen mucho éxito hoy en día y a la gente siempre le gustan los libros sobre gatos, así que he pensado, “?No estaría bien que alguien escribiese un libro sobre un gato que fuese un ángel o un ángel que fuese un gato a algo así?”?

 

Estuve de acuerdo en que era una idea comercial sólida y dije que lo pensaría. Por desgracia, para cuando por fin había acabado de pensarlo, los libros sobre ángeles eran el último grito de hacía dos a?os. Aun así, la idea estaba sembrada y un día escribí este cuento.

 

Neil Gaiman's books