Temerario I - El Dragón de Su Majestad

A continuación, descendió por el arnés despacio y con cuidado hasta colgar del vientre, sin dejar de mantener cruzado un brazo en una correa durante cada movimiento. Fue un avance aterrador, pero las cosas fueron más fáciles cuando llegó al vientre, ya que el cuerpo de Temerario le escudaba del viento y la lluvia. Se colgó de la amplia cincha que corría por la cintura del dragón. Por poco, daba de sí lo suficiente. Introdujo las piernas entre la cincha y el vientre del dragón una a una para poder tener libres ambas manos; luego, palmeó la ijada del dragón.

 

Temerario cayó en picado, como un águila. Laurence osciló al bajar, confiando en el acierto de la criatura, y levantó dos surcos en la superficie del agua durante un par de metros antes de alcanzar la ropa empapada y el cuerpo del marino. Lo agarró a ciegas nada más tocarlo y Gordon se aferró a él a su vez. El dragón volvió a ganar altura y se alejó con un furioso batir de alas; por fortuna, ahora podían avanzar a favor del viento, no contra él. El lastre de Gordon se hacía pesado en los brazos, hombros y muslos de Laurence, que tenía todos los músculos en tensión. La cincha le apretaba con tanta fuerza en las pantorrillas que ya no sentía las piernas por debajo de la rodilla, y tenía la desagradable sensación de que la sangre de todo el cuerpo se dirigía directamente al cerebro. Colgaron dando bandazos a uno y otro lado como un péndulo mientras el dragón regresaba al barco raudo como una flecha. Entonces, el mundo se inclinó peligrosamente a su alrededor.

 

Cayeron sobre la cubierta en un amasijo e hicieron estremecerse la nave. Temerario permaneció en pie de forma precaria sobre las patas traseras en un intento de plegar las alas y retirarlas del viento al tiempo que mantenía el equilibrio con los dos hombres colgando de la cincha del vientre. Gordon se soltó y se escabulló aterrado, dejando que Laurence se desatara por su cuenta mientras Temerario parecía a punto de caerle encima de un momento a otro. Los dedos agarrotados no eran capaces de soltar las hebillas, pero de repente apareció Wells cuchillo en mano y cortó la cincha.

 

Las piernas golpearon pesadamente en el suelo y sintió que la sangre volvía a circular por ellas. Asimismo, Temerario apoyó las cuatro patas junto a él, haciendo temblar toda la cubierta. Laurence yació de bruces jadeando, sin que por el momento le preocupara que la lluvia lo alcanzara de lleno. Los músculos se negaban a responderle. Wells vaciló. Laurence le indicó por se?as que regresara a su trabajo y forcejeó por ponerse en pie. Las piernas le sostuvieron y el hormigueo producido al recuperar la circulación disminuyó cuando comenzó a andar.

 

El vendaval seguía soplando, pero la nave se había estabilizado y se deslizaba azotada por el viento con el velamen de las gavias cobrado con rizos, y en cubierta la sensación de caos había disminuido. Laurence dejó de prestar atención a la destreza de Riley con sentimientos enfrentados de orgullo y pesar, para convencer al dragón de que retrocediera hacia el centro de la popa de manera que su peso no desnivelase el barco. Lo consiguió justo a tiempo. Temerario bostezó de forma descomunal y escondió la cabeza bajo el ala, dispuesto a dormir sin que por una vez formulara su habitual petición de comida. Laurence se dejó caer lentamente en cubierta y se apoyó en el costado del dragón. El cuerpo le seguía doliendo profundamente a causa del esfuerzo.

 

Se mantuvo despierto por unos breves momentos más. Sentía la necesidad de hablar aunque notara la lengua espesa y adormecida a causa de la fatiga.

 

—Temerario —le llamó—, eso ha estado muy bien. Te has comportado con mucho valor.

 

El dragón asomó la cabeza y lo contempló, la línea de los ojos creció hasta ovalarse:

 

—Ah —dijo, parecía un poco inseguro.

 

Laurence tuvo que reconocer con una punzada de culpabilidad que apenas había dedicado una palabra amable al joven dragón. En cierto modo, podía ser cierto que toda su vida se hubiera desmoronado por culpa de la criatura, pero ésta sólo seguía su instinto y hacer sufrir al animal por ello no era nada noble.

 

Pero en ese momento estaba demasiado cansado para desagraviarlo de mejor modo que repetir:

 

—Muy bien hecho.

 

Le palmeó el negro y pulido lomo. Aquel gesto pareció funcionar, ya que, aunque no dijo nada más, Temerario se movió un poco y con timidez se aovilló en torno a Laurence, desplegando parcialmente un ala para protegerle de la lluvia. La furia de la tormenta quedó amortiguada bajo aquel dosel, y Laurence notó los fuertes latidos de su corazón en la mejilla. Al poco, se sintió confortado por el calor que desprendía el cuerpo del dragón; de pronto, cayó al suelo y se quedó dormido.

 

—?De verdad cree que es seguro? —preguntó Riley con ansiedad—. Se?or, estoy convencido de que podríamos coser una red. Tal vez sería mejor no seguir con esto. Laurence movió todo su peso y lo descargó sobre las correas que le envolvían cómodamente muslos y pantorrillas. No cedieron, ni tampoco la parte principal del arnés y se mantuvo equilibrado en su posición en lo alto del lomo de Temerario, justo detrás de las alas.

 

—No, eso no va a funcionar, y usted lo sabe. Esta nave no es un pesquero y no le sobran hombres. Podría suceder fácilmente que uno de estos días nos encontrásemos con un navío francés y, en ese caso, ?dónde íbamos a estar?

 

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