Sin una palabra

Llevaron a Cynthia al piso de arriba, a su antigua habitación. Ella parecía ida. Querían algunas secuencias de ella entrando en el cuarto, pero Cynthia tuvo que hacerlo dos veces. La primera, el cámara esperó dentro con la puerta cerrada, para conseguir un plano de Cynthia mientras ésta entraba vacilante en su habitación. Luego volvieron a rodarla, esta vez desde el pasillo, con la cámara enfocando por encima de su hombro. Cuando lo emitieran, seguramente se vería que habían usado un objetivo de ojo de pez para que la escena resultara más terrorífica, como si fuéramos a encontrarnos a Jason[1] escondido detrás de la puerta con una máscara.

 

Paula Malloy, que había empezado su carrera como chica del tiempo, se hizo retocar el maquillaje y atusar el pelo. Luego les colocaron a ella y a Cynthia las petacas de sonido en la parte de atrás de la falda, les pasaron los cables por debajo de la blusa y les sujetaron el micrófono justo debajo del cuello. Paula dejó que su hombro rozara el de Cynthia, como si fueran buenas amigas que recordaran, de mala gana, los malos tiempos en lugar de los buenos. Al entrar en la cocina, con las cámaras en marcha, Paula preguntó:

 

—?Qué pensaste en ese momento? —Cynthia parecía estar avanzando a través de un sue?o—. No se oye un ruido en toda la casa, tu hermano no está en el piso de arriba, bajas aquí a la cocina y no hay se?ales de vida.

 

—No sabía lo que estaba ocurriendo —explicó Cynthia en voz baja—. Creía que todos se habían marchado pronto, que mi padre se había ido a trabajar y que mi madre había llevado a mi hermano a la escuela. Pensé que debían de estar enfadados conmigo, por haberme portado mal la noche anterior.

 

—?Eras una adolescente difícil? —preguntó Paula.

 

—Tenía… mis momentos. Había salido la noche antes con un chico que mis padres no aprobaban, y había bebido. Pero no era como algunos chicos… Quiero decir que quería a mis padres, y creo que —la voz se le rompió— ellos me querían a mí.

 

—Los informes policiales de aquel entonces se?alan que habías discutido con tus padres.

 

—Sí —reconoció Cynthia—. No volví a casa a la hora que había dicho, y les había mentido. Dije algunas cosas desagradables.

 

—?Como cuáles?

 

—Oh. —Cynthia dudó—. Ya sabes, los adolescentes pueden decir cosas bastante odiosas a sus padres que realmente no piensan.

 

—?Y dónde crees que están ellos hoy, dos décadas y media después?

 

Cynthia sacudió la cabeza con tristeza.

 

—No pasa un solo día sin que me lo pregunte.

 

—Si pudieras decirles algo en este momento, aquí, en Deadline, si aún estuvieran vivos… ?qué les dirías?

 

Cynthia, perpleja, lanzó una mirada desesperanzada por la ventana de la cocina.

 

—Mira hacia allí, hacia la cámara —le ordenó Paula Malloy poniendo su mano sobre el hombro de Cynthia. Yo me mantenía a un lado, y era todo lo que podía hacer para no entrar en plano y arrancarle la máscara a Paula—. Sólo pregúntales lo que has estado deseando preguntarles todos estos a?os.

 

Cynthia, con los ojos brillantes, hizo lo que le decían: miró a la cámara y en un primer momento lo único que pudo decir fue:

 

—?Por qué?

 

Paula se permitió una pausa dramática y luego preguntó:

 

—?Por qué qué, Cynthia?

 

—?Por qué —repitió ella tratando de serenarse— me abandonasteis? Si podéis hacerlo, si aún estáis vivos, ?por qué no os habéis puesto en contacto conmigo? ?Por qué no me dejasteis ni siquiera una nota? ?Por qué no pudisteis por lo menos despediros?

 

Podía percibir la tensión del equipo y los productores. Todos aguantaban la respiración. Yo sabía lo que estaban pensando: aquello iba a ser la hostia, televisión en estado puro. Les odiaba por explotar la desgracia de Cynthia, por exprimir su sufrimiento con el único propósito de proporcionar entretenimiento. Porque, en último término, de eso era de lo que se trataba: entretenimiento. Pero me mordí la lengua, porque sabía —Cynthia probablemente también lo sabía— que se estaban aprovechando de ella, que para ellos se trataba sólo de una historia más, un modo de llenar otra media hora de programa. Pero estaba deseando que la explotaran si eso significaba que alguien que la viera pudiera darle la llave que abriría el candado de su pasado.

 

Por indicación del programa, Cynthia había llevado un par de destartaladas cajas de zapatos con sus recuerdos. Recortes de periódico, Polaroids desvaídas, fotografías escolares, boletines de notas, todos los peque?os recuerdos que había podido llevarse de su casa antes de mudarse a vivir con su tía, la hermana de su madre, una mujer llamada Tess Berman.

 

Habían hecho sentar a Cynthia a la mesa de la cocina, con las cajas abiertas frente a ella; sacaba un recuerdo y luego otro, y los dejaba en la mesa como si estuviera a punto de empezar un puzle y buscara todas las piezas con los bordes lisos en un intento por montar el marco antes de empezar con el centro.

 

Pero no había piezas del marco en la caja de Cynthia, ni manera de trabajar el centro. En lugar de tener mil piezas para un solo puzle, parecía que tuviera una sola pieza para mil puzles distintos.

 

—éstos somos nosotros —dijo mostrando una Polaroid—, en una excursión que hicimos a Vermont.