Sin una palabra

Cynthia se apostó a esperar junto al teléfono en cuanto el programa terminó, en la creencia de que alguien lo vería, alguien que supiera algo, y llamaría a la emisora de inmediato. Los productores se pondrían en contacto con ella antes de que amaneciera, el misterio se resolvería y ella por fin conocería la verdad.

 

Pero no hubo ninguna llamada, aparte de una mujer que afirmaba que su propia familia había sido abducida por los extraterrestres, y un hombre que le contó una teoría acerca de que sus padres habían atravesado una brecha en el continuo del tiempo, y ahora estaban o bien en la época de los dinosaurios, o bien en un futuro tipo Matrix en el que les estaban borrando la memoria.

 

No hubo ninguna llamada con información creíble.

 

Estaba claro que nadie que supiera alguna cosa había visto el programa. Y si lo había visto, no dijo nada.

 

Durante la primera semana, Cynthia llamó a los productores de Deadline cada día. Fueron bastante amables, y le dijeron que si se enteraban de algo la informarían de inmediato. La segunda semana, Cynthia volvió a llamar a diario, pero los productores empezaban a hartarse de ella y le dijeron que carecía de sentido que llamara, que no tenían respuestas, y que si se enteraban de cualquier cosa la avisarían.

 

Luego pasaron página y se ocuparon de otros temas.

 

Cynthia no tardó en convertirse en una vieja historia.

 

 

 

 

 

Capítulo 2

 

 

La mirada de Grace era suplicante, pero su tono era firme.

 

—Papá —dijo—. Tengo. Ocho. A?os.

 

?Dónde había aprendido eso?, me pregunté. Esa técnica de separar las frases en palabras individuales para conseguir un efecto dramático. Claro que no tenía sentido hacerse esa pregunta: si algo sobraba en aquella casa era drama.

 

—Sí —le dije a mi hija—. Ya me había enterado.

 

Sus cereales se estaban reblandeciendo, y aún no había probado el zumo de naranja.

 

—Los otros ni?os se ríen de mí —afirmó.

 

Bebí un sorbo de café. Acababa de servírmelo pero ya estaba casi frío; la cafetera estaba estropeada. Decidí que me compraría uno para llevar en el Dunkin' Donuts, de camino a la escuela.

 

—?Quién se ríe de ti?

 

—Todo el mundo —respondió Grace.

 

—Todo el mundo —repetí yo—. ?Qué hacen? ?Han convocado una reunión? ?Le ha dicho el director a todo el mundo que se ría de ti?

 

—No; tú te estás riendo de mí.

 

Vale, en eso tenía razón.

 

—Lo siento. Sólo trato de hacerme una idea de las dimensiones del problema. Supongo que no estamos hablando de todo el mundo; sólo parece que sea todo el mundo. E incluso aunque sólo sean unos pocos, entiendo que puede ser bastante embarazoso.

 

—Lo es.

 

—?Son tus amigos?

 

—Sí. Dicen que mamá me trata como si fuera un bebé.

 

—Tu madre sólo se preocupa por ti —le repliqué—. Te quiere muchísimo.

 

—Lo sé, pero tengo ocho a?os.

 

—Tu madre sólo quiere que llegues a la escuela sana y salva, eso es todo.

 

Grace suspiró e inclinó la cabeza, frustrada, mientras un mechón de cabello casta?o le caía sobre los ojos marrones. Usó la cuchara para remover los cereales dentro del tazón.

 

—Pero no hace falta que venga conmigo hasta la escuela. Ninguna madre acompa?a a nadie a la escuela a menos que estén en el parvulario.

 

Ya habíamos tenido aquella conversación antes y yo había intentado hablar con Cynthia, sugiriéndole con tanta delicadeza como podía que quizá ya era hora de que Grace fuera por su cuenta ahora que ya estaba en cuarto curso. Había muchos otros ni?os con los que podía ir al colegio; al fin y al cabo no iría sola todo el camino.

 

—?Por qué no puedes ir tú conmigo en vez de ella? —preguntó Grace, y los ojos se le iluminaron un poco.

 

Las raras ocasiones en las que había acompa?ado a Grace a la escuela, la había seguido a casi una manzana de distancia. Por lo que respectaba a los demás, yo sólo estaba dando un paseo, no vigilando a Grace y asegurándome de que llegara sana y salva. Y nunca le habíamos dicho una palabra de eso a Cynthia: mi mujer estaba convencida de que yo había acompa?ado a Grace a lo largo de todo el camino hasta la escuela pública Fairmont, y que me había quedado allí en la acera hasta que ella entrara.

 

—No puedo —le respondí—. Tengo que estar en mi escuela a las ocho. Si te acompa?o a ti antes, tendrás que quedarte sola una hora. Tu madre no empieza a trabajar hasta las diez, así que para ella no es ningún problema. De vez en cuando, cuando no tenga clase a primera hora, puedo acompa?arte.